Paysandú, Viernes 04 de Febrero de 2011
Locales | 04 Feb Asegura tener buenos recuerdos de su infancia. Su capacidad le permitió completar una carrera digna de los mejores elogios. Su padre quebró a consecuencia de una gran crisis económica por la que atravesó el país a principios de la década del 30 y probablemente esto marcó decididamente su proyecto de vida.
Esta es la historia de Braulio Baptista (78), el arquitecto de Sauce del Queguay, que erigió “ladrillo a ladrillo” su carrera profesional.
De relato sereno, tal vez producto de los años vividos, rememora momentos difíciles en su vida. La naturalidad y convicción de su forma de expresarse, remiten a un hombre fuerte, convencido de su capacidad para lograr objetivos. Según relató a EL TELEGRAFO, nació en el Hospital de Paysandú, pero en aquel momento su familia estaba viviendo en un campo de Sauce del Queguay Abajo. Desde muy chico supo que tenía que estudiar. Por esa razón, un día les dijo a sus padres que quería irse para la ciudad, a la casa de sus abuelos, para ir a la escuela. “Fue por el año 1939, porque donde vivíamos no había escuela. En aquellos años fui al colegio Don Bosco y más tarde al Liceo Departamental”.
“Mi padre --que tenía campo y era hijo de estanciero-- como mucha gente se fundió, víctima de la crisis. Pasó de ser hacendado con estancia a ganarse la vida comprando y vendiendo cueros y lanas. Alquiló un predio en la otra parte de Sauce del Queguay. Se trataba de una casa que todavía existe y que se llama La Azotea. Allí instaló un boliche. Una suerte de almacén y carnicería. Recuerdo que tenía una camioneta Chevrolet de la época y yo lo acompañaba abriendo y cerrando porteras. Llegar a la estancia de ‘tal o cual’, significaba en muchos casos abrir y cerrar como ocho tranqueras. Eso fue mucho antes de hacer el liceo”, relató.
“El almacén que teníamos estaba relativamente cerca del actual puente sobre el arroyo Soto en Ruta 26”, añadió el entrevistado. “Aunque por aquella época no existía puente, se cruzaba por una calzada. Viajar desde ese lugar hasta la ciudad significaba una excursión que había que programarla con tiempo y podía demorar de cuatro a seis horas. Siempre y cuando no rompías (el vehículo) al pasar por unos arenales en Soto, donde dos por tres te quedabas ahí. Una vez por semana --en un carrito de pértigo-- les llevaba provisiones a los obreros que estaban construyendo el puente sobre el arroyo Soto”.
En su época de estudiante nunca tuvo malas notas. Solo perdió dos exámenes en su vida como universitario, aunque asegura que fue consecuencia de los nervios. Recuerda que no era bueno en Historia, pero se manejaba mejor en Física y Matemáticas, lo que seguramente influyó su inclinación hacia la arquitectura.
Allegados a su familia le sugirieron que estudiara Ciencias Económicas. “A mí me gustaba el dibujo y la Física y un punto importante fue que mis padres no incidieron para nada en mis decisiones sobre los estudios. Actué con independencia total y dije: voy a estudiar arquitectura”. Luego, al recordar sus años de estudio en Montevideo, reflexionó sobre aquellos tiempos y la vida actual. “Hoy les digo a mis nietos que eran tiempos en los que no existían los teléfonos celulares ni los mensajes de texto. Una llamada telefónica a Paysandú podía tener tres horas de demora con un costo imposible de asumir. Yo vivía en el Parque Rodó y unas cuántas veces tuve que ir a pie hasta la plaza Libertad, donde estaba ubicada la Onda para despachar una carta para mi novia. Tenía para elegir: o pagaba el colectivo o despachaba la carta no tenía para las dos cosas a la vez”.
En cuanto a su deseo de obtener el título, Braulio jamás se impacientó con los estudios, solo pensaba en algo que tarde o temprano iba a ocurrir. “Inmediatamente después de comenzar los estudios en la capital me puse a trabajar. Tuve la suerte de ingresar como dibujante en los Estudios Cravotto”. Uno de los momentos que recuerda como muy importante fue haber ganado un concurso junto a otros colegas para un proyecto internacional en Concepción del Uruguay, para un edificio de la Municipalidad y auditorio de esa ciudad. “Fue por el año 1962, nos presentamos y lo ganamos. El equipo lo integramos Pablo Patrone, Hugo Laviano, Julio Giossa, Héctor González Pino, Nené de la Sienra y yo”.
“Supe aprovechar muy bien a mi abuelo materno, que era norteamericano y superintendente de los ferrocarriles cuando lo tenían los ingleses. Un hombre muy formado, leía mucho y sabía mucho de todo”.
El regreso a Paysandú no resultó difícil. Su vínculo con amigos siempre estuvo vigente. “Además al poco tiempo de recibido contraje matrimonio”, comentó.
Logró el título en diciembre de 1959 y tiempo después obtuvo un contrato en la Intendencia de Paysandú. Además, aunque nunca concurrió a una escuela pública, siempre colaboró con ellas de diferente manera.
“Es algo que recuerdo gratamente y ello me enorgullece. Trabajé mucho junto a Héctor Ferrari y, cuando él se jubiló, colaboré con la señora Idalia Nardini de Rolla, quien ocupó su lugar”, finalizó.
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