Paysandú, Sábado 05 de Febrero de 2011
Opinion | 05 Feb En el marco de un fenómeno que naturalmente tiene características globales, con matices entre países y regiones igualmente, el envejecimiento poblacional inexorablemente cada vez con mayor severidad proyectará sus consecuencias a toda la humanidad, y las respuestas que involucra son el gran desafío que se incorpora junto con la preservación de los recursos naturales, que va de la mano con la superpoblación y la demanda de energía y de alimentos, por mencionar aspectos básicos.
El año pasado el presidente francés Nicolas Sarkozy debió afrontar disturbios protagonizados por organizaciones sindicales, sociales y políticas que resistieron su iniciativa de aumentar en dos años la edad mínima jubilatoria, ante la crisis financiera del sistema social enfrentado a erogaciones que condicionaban su viabilidad ya en el corto y mediano plazo, por lo que el mandatario optó por asumir los costos políticos antes que trasladar el fardo a los sucesivos gobiernos.
La importancia fundamental del tema hace que se hayan ensayado miles y miles de estudios, con enfoque desde diversos ángulos, desde el social al puramente económico, el factor humano, etcétera, pero es imposible diferenciar parámetros si no se toman en un contexto general, con sus implicancias, consecuencias y eventuales salidas.
Un aspecto en el que se hace solo énfasis relativo, y que hoy ocupa este comentario, refiere a la relación producción-consumo de los respectivos estratos etarios, con la salvedad naturalmente de que se trata de datos globales, que son sujetos a las características de cada individuo y que por lo tanto siempre entraña una injusticia por su consideración general que puede no corresponder a respecto a muchos casos particulares.
En el caso del Uruguay el punto es desarrollado para el suplemento Economía y Mercado del diario El País por Fernando Filgueira, licenciado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, representante en Uruguay del Fondo de Población de las Naciones Unidas, apuntando a efectuar un seguimiento sobre el ciclo económico de un individuo a lo largo de su vida, lo que da una pauta de cual es la problemática ante la que nos encontramos.
Señala Filgueira que se puede pensar una economía en función del ciclo vital en una escala de cero a noventa años, y expone que “las personas consumen en promedio un cierto monto de dinero per cápita, y a su vez producen dinero.
Entre, digamos, los 18 y los 65 años de edad, producen más de lo que consumen. En cambio, en las etapas de infancia y vejez producen menos que lo que consumen. El Estado, a través de su sistema impositivo y de gastos, y las familias, mediante recursos propios, transfieren dinero para mantener a los dos segmentos etarios extremos”.
Este esquema simplificado comprende a todos los países y regiones, e indica que una economía tiene mejores perspectivas de desarrollarse y de proveer bienes y servicios de calidad a menos costo si incluye un mayor número de personas en edad activa y efectivamente volcados al trabajo, en tanto a medida que aumenta el porcentaje de los grupos “improductivos”, es decir los niños y los ancianos, se generan mayores dificultades para sostener un equilibrio que tienda a mejorar la calidad en base a producción y distribución.
Existen asimismo momentos y momentos, y es así que como bien lo señala Filgueira, dentro de la relatividad de las cosas, cuando un país tiene pocos niños y ancianos, es el mejor momento para que una economía crezca. En el caso del Uruguay se infiere que esa oportunidad para crecer ya pasó, y seguramente la tuvimos hasta mediados del año pasado, cuando era posible encarar reformas estructurales que nos dieran sustentabilidad y un mejor perfil para los años más complicados, como los que estamos atravesando, pese a mejoras coyunturales basadas en precios de nuestras principales materias primas de exportación.
Todo indica además que seguirá aumentando la expectativa de vida y que se mantendrá más o menos estable el índice de natalidad, por lo que a diferencia de naciones emergentes en las que ambos extremos de la ecuación son relativamente bajos, en Uruguay ya estamos haciendo frente a un problema que seguirá creciendo en magnitud y que requiere respuestas desde ya. Y más allá de una sensible mejora en el esquema provisional, para alentar que cada trabajador aporte a un fondo personal de ahorro a efectos de tener mejores prestaciones en la edad de retiro, el gran desafío radica en ampliar la base laboral, integrando más personas al mundo del trabajo formal, a través de mejor educación para niños y jóvenes y eventualmente promoviendo que los adultos mayores permanezcan por más tiempo en su vida activa, de forma de adecuar la relación producción-consumo. Pero sobre todo, además de mejores oportunidades, se requiere cada vez en forma más notoria el mejorar la productividad, que es baja como norma general en nuestro país y más aún en el sector público, de manera de proveer a menor costo bienes y servicios y de esta forma ir incorporando parcialmente cambios estructurales pendientes, para por lo menos tener mejores expectativas respecto a la evolución del escenario en el futuro a mediano y largo plazo.
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