Paysandú, Jueves 17 de Febrero de 2011
Opinion | 15 Feb De no haber sido directos protagonistas y haberlo sufrido –algunos con mayor intensidad que otros—nadie podría decir que los indicadores económicos positivos que prácticamente sin solución de continuidad se están dando desde 2004, siguieran a la crisis más profunda que haya sufrido el Uruguay en los últimos cincuenta años, por lo menos, y que determinaron que en 2002 estuviéramos muy cerca del default si no hubiera sido porque el gobierno de Jorge Batlle obtuvo un crédito puente de 1.500 millones de dólares dispuesto por el mismísimo ex presidente George Bush.
En aquellos aciagos años, por problemas propios y contagio de la grave crisis argentina, pero también como derivación de la maxidevaluación del real brasileño en 1999, que nos había dejado mal parados ya por la situación de empresas afectadas por tener a Brasil como el principal cliente de exportación, la economía uruguaya cayó a niveles muy difíciles de imaginar poco tiempo antes, al arrastrar además al sistema financiero y generar una crisis de confianza que costó superar. No debemos olvidar que en ese entonces hubo una acentuada crisis de empleo, --por supuesto que no en el sector público-- de rentabilidad de las empresas, de caída de calidad del empleo y un aumento significativo de la pobreza y la indigencia.
Empero, el país se ha ido recomponiendo, en gran medida porque el gobierno de aquellos años tuvo la suficiente inteligencia y valentía de hacer lo que había que hacer sin pensar en el costo político –que igualmente tendría que pagar--, apuntando a sentar las bases para la recuperación de la economía.
Cuando asumió la Administración Vázquez, consecuentemente, no solo se habían mejorado las cuentas, sino que se había iniciado un proceso de recomposición, desde que ya entonces nuestros productos de exportación, sobre todo los commodities que han sido desde entonces los motores de la economía pos crisis, estaban con precios en alza y una gran demanda. En este nuevo escenario fue posible también un incremento en la recaudación del Estado.
Igualmente el país ha seguido creciendo, ante la coyuntura internacional favorable y en buena medida gracias a la estabilidad de la macroeconomía que le imprimió el gobierno de Tabaré Vázquez, aunque en la misma forma ha seguido aumentando el gasto público, como se ha puesto de relieve nuevamente en el presupuesto quinquenal. Esto lleva a sostener que pese a la bonanza, desde el gobierno no se han adoptado políticas anticíclicas que permitan establecer un colchón de recursos para hacer frente a situaciones comprometidas que podrían derivar de una reversión del favorable escenario internacional para nuestras materias primas.
Ocurre que estas políticas procíclicas, de gastar todo lo que se tiene, tiene mucho que ver además con nuestra idiosincrasia, y no es solo una imprevisión gubernamental, desde que a nivel de la población también se observa una fiebre consumista que en gran medida es producto de la época en que estamos, en la que se vive el momento y se busca la inmediatez. Tenemos así que hoy pocos se acuerdan de la crisis de 2002-2003, cuando se promovían huertas familiares para favorecer el acceso de sectores de la población a elementos básicos de la canasta familiar, de la búsqueda del mejor precio y de priorizar los bienes imprescindibles y en lo posible, uruguayos. Que hoy haya mejores ingresos, condiciones de vida y poder adquisitivo, desempleo en niveles históricamente bajos, es gratificante para los uruguayos, por encima de ideologías y sectores políticos, aún cuando la bonanza no haya alcanzado a todos por igual y haya sectores que siguen postergados. Ocurre que en un escenario de mayor confianza en el desempeño de la economía y una creciente oferta de financiamiento, los uruguayos no solo vuelcan gran parte de sus ingresos a la compra masiva de bienes de consumo, sino que también apelan a gastar sus ahorros y comprometen sus ingresos futuros con la contratación de nuevos créditos.
Es un síntoma de confianza, que es contagiosa y contribuye hasta cierto punto a realimentar la bonanza, porque el mayor consumo implica también más producción, aunque se corre el riesgo de producir “burbujas” que pueden pincharse fácilmente por falta de bases sólidas y afectación de expectativas cuando las cosas no salen como se esperaba. En especial porque la mayor parte de los bienes de consumo son importados. De ahí que por encima de las tentaciones de consumir a diestra y siniestra, del “téngalo ya” y endeudarse con tarjetas al tope, siempre es aconsejable, como regla general, apelar a un mínimo de prudencia en el manejo de la economía de cada hogar y de las propias empresas, por sentido común y por responsabilidad, porque siempre hay tiempo para ir a más, y el apuro en subir suele ser el camino más corto para despeñarse.
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