Paysandú, Viernes 18 de Febrero de 2011
Locales | 18 Feb Una fascinación de niño se transformó con el tiempo en el sustento de toda una familia. Desde pequeño comprendió rápidamente el significado de la palabra sacrificio y antes de cumplir la mayoría de edad delineó su proyecto de vida en la actividad rural.
Pablo Dalmás (32) se animó a contar cómo las travesuras infantiles se convirtieron en el trampolín casi perfecto para una historia de vida. Representa la tercera generación de una familia rural. Sueña con tener una empresa bien instalada y segura, con personal estable y con poca rotación de empleados, para prestar mejor servicio, con buena tecnología.
Fue mecánico de aviones, trabajó en una cadena internacional de comidas rápidas y jamás dejó de lado su predilección por la música. Es baterista de un grupo de música Country e integró distintas bandas, interpretando diversos géneros musicales.
Actualmente, su equipo de trabajo incluye al operario de la tolva, el cocinero y el maquinista. Afirma que en tiempo seco puede cosechar unas treinta hectáreas por día, “pero un equipo más grande dobla perfectamente esa cantidad”.
En cuanto a su vínculo con el campo, asegura que siempre debió pagar “derecho de piso”. “Por ser el hijo del patrón tenía que trabajar a la par del peón. Seguramente ello resultaba una buena señal para el resto, cumpliendo los mismos horarios y con las mismas exigencias. El campo fue lo primero que conocí y me enamoré. Arranqué hace 25 años. A los seis comencé a ir para el campo con mi viejo, en moto. Hacíamos quince kilómetros todos los días. Mi padre tenía su cosechadora bien viejita y yo lo acompañaba”, relató Dalmás. Como cosa de gurí, colaboraba buscando algún tornillo, ordenando tuercas en un cajón, engrasando alguna pieza o llenando con agua los bidones. “Después, cuando subía a la cosechadora, no bajaba hasta que mi viejo terminara”.
Sin embargo recién pudo manejar una máquina a los trece años. “Fue --como dicen en la jerga rural-- empezar a choferear la cosechadora. Lógicamente con el consentimiento de mi padre. En una oportunidad y sin mucho margen de respuesta, tuve que mover un tractor. Si bien había visto cómo se hacía, nunca lo había hecho. Recuerdo que subí y apenas podía con el embrague. Era muy chico y no me daban las fuerzas, pero así fueron mis inicios. Esos son momentos puntuales que rescato, pero me gustaba toda la actividad. Me llamaba mucho la atención cómo era posible que una cosechadora tomara el cereal entero por un lado y por el otro saliera algo totalmente distinto. Para mí era una fábrica con ruedas. De hecho siempre me intrigó mucho la mecánica y cómo un motor se comportaba distinto en diferentes situaciones. De pronto todo eso sucedía en 10 o 15 hectáreas de una forma para mí inexplicable”.
Tomar la posta
Poco a poco su padre le fue tomando confianza y se dio cuenta de que ya era tiempo de retirarse. Fue una decisión que fue tomando paulatinamente. “Sí, últimamente diría que ya casi no pisa las chacras”, agregó Dalmás. Convencido de seguir aprendiendo cada día, agradece lo que los mayores le enseñaron todos estos años. Fundamentalmente menciona a los peones de más edad, a quienes respeta mucho.
“Lo fundamental que aprendí fue el respeto y que la relación que uno construye hay que cuidarla. En todo momento rescato la fidelidad de la gente de campo, principalmente de quienes tienen de cincuenta años hacia arriba. Porque ellos todavía conservan ciertos códigos de convivencia que ya casi no se practican por estos tiempos”, añadió.
Para Pablo, un día cualquiera de la zafra comienza a las 6 y 30 de la mañana. “Como soy padre de dos niñas, mi señora prepara a una de ellas y yo a la otra. Cuando mi esposa se va para su trabajo, yo me encargo de repartir a las nenas, al jardín y a la escuela. Después me voy para el campo. Ahí es donde organizo todo: el combustible para la maquinaria, la comida para el personal, la compra de algún repuesto que se necesite. Luego marcho hacia el establecimiento donde tengo marcado el trabajo”. Con actitud y conducta puede compatibilizar sus responsabilidades con sus gustos personales. “Siempre estoy escuchando música. Cualquier estilo que puedas imaginar. Es como si estuviera ensayando continuamente sin perder de vista las responsabilidades. Con los muchachos del grupo ‘Madera’ nos organizamos para poder cumplir con los ensayos, festivales y recitales”. Recientemente un crédito bancario le permitió acceder a su propia máquina cosechadora. “Fue gracias a un fondo de inversión para jóvenes empresas emprendedoras y la verdad estoy muy contento”.
“Tengo que agradecer a un tío que me apoyó mucho con el emprendimiento a través de una garantía y a mi padre que me llevó a una charla que fue definitivamente lo que me impulsó a tomar la decisión”. En su reflexión final, Pablo aseguró que “el que cultiva la tierra es el apostador más grande del mundo. Apuesta, y apuesta mucho. A veces gana y a veces pierde. Seguramente todo eso me gusta. Arriesgar sin perder de vista cómo se hace cada cosa para que los márgenes de error sean muy estrechos”, concluyó.
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