Paysandú, Domingo 27 de Febrero de 2011
Opinion | 25 Feb En las últimas horas, en forma intempestiva para quienes no estamos en “la cocina” de la cosa, el presidente José Mujica cesó al presidente y la vicepresidenta del Directorio de OSE, Ing. José Colacce y Cra. Alicia Araújo respectivamente, debido a que las continuas y cada vez más profundas desavenencias entre ambos jerarcas implicaba serias dificultades en la conducción del organismo, que en algunos aspectos podía considerarse como prácticamente acéfala y contradictoria.
Según la óptica del mandatario, lo mejor era cortar por lo sano y cesar a los dos integrantes del oficialismo en este directorio de tres miembros, desde que el tercer director es el representante nacionalista Sergio Chiesa.
Debe tenerse presente que como ocurre con los ministerios, en las empresas del Estado, monopólicas en nuestro país, la designación de las cúpulas es una decisión privativa del Poder Ejecutivo, tratándose de personas de confianza política del presidente y para lo cual solicita la correspondiente venia del Senado, por lo que seguramente en la evaluación de quienes son los mejores candidatos para desempeñar este cargo priman elementos de carácter técnico –queremos suponer—y ponderaciones políticas, a veces por afinidad con el mandatario y muchas otras también como fruto de acuerdos políticos internos de la fuerza que ocupa el gobierno.
Es decir que a la inversa, el mandatario está habilitado constitucionalmente para decidir en cualquier momento, sin consultar con nadie ni pedir anuencia, la destitución de los directores de los entes autónomos y del ministro y el subsecretario de las respectivas carteras, por las razones que considere pertinentes, aunque naturalmente a veces no trascienden las reales motivaciones de las destituciones cuando existen trasfondos que no se considere oportuno dar a conocer.
Así han funcionado siempre el gobierno y los entes del Estado en el Uruguay, por lo que no puede considerarse ninguna novedad ni atribuir especial significación a una decisión que en este caso involucra a las máximas jerarquías de OSE, pero sí señalar que en cambio en esta oportunidad, y con el presidente Mujica, se ha instaurado con su sello particular una nueva modalidad, que es la “indisolubilidad” entre el primero y el segundo de un ministerio o un organismo estatal, con una ecuación que para él debe funcionar hacia ambos lados, es decir que si se tiene que remover a un subsecretario se va también el ministro (esto es lo novedoso), y si es cesado el titular de una empresa estatal se va también el segundo, como ocurre con OSE.
En los hechos, el subsecretario es un hombre o una mujer de confianza del ministro, que lo secunda en su gestión, en sintonía o en forma complementaria con el titular del cargo, por lo que en la práctica suele cesar, salvo especial decisión del presidente, cuando es removido o renuncia el ministro. Ocurre que en OSE nunca hubo sintonía entre el titular y la vicepresidenta, y por lo tanto se ha estado ante continuas disputas internas que fueron in crescendo. Las diferencias llegaron a tal punto que provocaron que se adoptaran decisiones importantes en votación en el directorio tras un empate por el voto disidente entre ambos, y que las decisiones en los hechos fueran tomadas por el nacionalista Sergio Chiesa, quien con su voto volcaba la balanza hacia una u otra posición, por lo que este organismo era “gobernado” por alguien no afín al gobierno.
Tras sucesivas advertencias para que se pusieran de acuerdo, el mandatario dispuso el cese de ambos, haciendo realidad el anuncio que formulara en el sentido de que “un ministerio es un equipo. No concibo cambiar un ministro sin cambiar un subsecretario y viceversa”, lo que puede ser aceptable como filosofía personal, pero no necesariamente responder a las necesidades de gestión dentro del Estado.
Cuando ocurren disidencias, puede haber una parte que tenga razón –generalmente es así-- y no que los dos estén equivocados, y a la vez existe un orden de jerarquías que por algo está establecida. Hay por lo tanto un responsable que puede estar haciendo las cosas bien y siendo objeto de una oposición sistemática por diferendos de carácter personal o de visión política, y este problema no puede –no debería—ser solucionado simplemente por la destitución de los dos involucrados, “pateando los tarros” en una especie de berrinche presidencial.
Por lo menos eso es lo que corresponde esperar de la intervención del Poder Ejecutivo, con ponderación de los hechos teniendo siempre presente el objetivo primordial de la búsqueda de la mejor gestión de los organismos del Estado, sin importar a qué sector del partido responda cada uno de los jerarcas involucrados.
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