Paysandú, Martes 08 de Marzo de 2011
Locales | 04 Mar Eduardo Albérico Barneche Romero (49) nació en Rivera en 1961, pero su familia se mudó cuando apenas tenía 9 meses a Palmar de Quebracho. Su padre se instaló como encargado de un comercio de ramos generales que pertenecía a Julio César Innella, quien tenía la casa matriz en pueblo Araújo. En dicho lugar se comercializaba de todo. Desde artículos de primera necesidad hasta combustible, bicicletas, armas de fuego y vestimenta. El comercio también incluía venta de repuestos para máquinas agrícolas de la época y el lugar era el centro para la transacción de cueros, lanas, cereales y oleaginosos.
Eduardo rescató que “dentro de Palmar de Quebracho existía una colonia de nombre Tres Palmas. Se trataba de una calle que terminaba en el arroyo Guaviyú. Los campos, que eran atravesados por el camino fueron colonizados por descendientes de alemanes y rusos, que básicamente se dedicaban a la agricultura. Eran aproximadamente 12 familias”.
“En Palmar de Quebracho funcionaba la escuela Nº 22 ya en su nuevo edificio, dejando atrás una vieja estructura en ruinas que operó, por lo que recuerdo, hasta la década de 1950. Esos campos fueron donados por don Mario Beccaría, un hacendado de la zona”, explicó.
La producción en el área era básicamente agrícola-ganadera, con cultivos que rotaban entre trigo, avena, girasol, maíz, gran contraste con los tiempos actuales, en que los campos están cubiertos por la forestación.
“Por momentos parece que estuviera viviendo esos tiempos. La casa donde yo vivía contaba con habitaciones de enormes dimensiones y de 25 metros cuadrados cada una. Por ejemplo, el comercio que atendía mi padre contaba con un salón principal de 120 metros cuadrados. Contiguo a dicho salón había un depósito, que en una oportunidad se lo completó con 22 mil bolsas de trigo. Me animo a decir que el galpón estaba desbordado y las estibas llegaban hasta los tirantes de pinotea del techo”.
En cuanto al entorno, Eduardo dijo que “los pobladores de la zona estaban activos, el movimiento generado por la producción de la época provocaba una gran concentración y el almacén atraía a las familias del lugar”.
No menos importante fue rescatar los años de túnica blanca y moña azul. “Durante los 6 años que concurrí a la escuela la matrícula se mantuvo estable entre 60 a 65 alumnos. Por un instante se me viene a la memoria mi primera maestra, María Teresa, esposa de don Petete Bertinat. Actualmente ella vive en Australia junto a sus hijos y su marido falleció hace un tiempo”.
“Uno de los pasatiempos predilectos y tal vez el único, eran las escaramuzas futboleras en improvisadas canchas, con arcos de madera los que en la mayoría de los casos eran fabricados por nosotros mismos. También el marcado de la cancha, que se hacía con una azada”, recordó.
“Con el cuadro de fútbol de la escuela competíamos en torneos interescolares en los que por lo general salíamos segundos. Solamente una vez un primer puesto nos sonrió y fuimos campeones en la escuela Nº 70 de Colonia Santa Kilda. Fue lo más parecido a obtener un título mundial y después de una larga agonía de varios años. El trofeo fue una copa de 60 centímetros, del tiempo que se las hacían en chapa cromada”, destacó con emoción.
A los doce años, Eduardo y sus padres se mudaron a Paysandú. Los primeros años de liceo fueron difíciles, ya que se trataba de un jovencito de campaña que tuvo que adaptarse a la ciudad.
“A los 15 años íbamos a ver competir a Néstor Álvez, un compañero de clases que era ciclista. Ese fue mi primer contacto con una actividad deportiva como un simple espectador”. Hasta que ya de adulto, don Roberto Escayola lo invitó a integrarse a las reuniones del Cerrito Cycles Club, cuando el presidente era Jorge Oucharenko, y pasó a ser uno de los directivos.
“Tiempo después me vinculé al Club Atlético Casa Blanca, también como directivo. Hasta que conocí a don Gerónimo Vanzini –quien fue un gran amigo–, y me invitó a presidir la Liga Sureña de Fútbol, cosa que me costó mucho por la falta de experiencia en esas actividades”, relató.
“Ya hace 15 años que andamos detrás del fútbol chacarero. Lo que más me motiva de esta actividad es la sinceridad de la gente. Porque el fútbol es el pretexto para unir a las comunidades del interior profundo. Ojalá volvieran aquellos años en que las familias peregrinaban por los polvorientos caminos acompañando a sus clubes y luego una vez al año en los campeonatos interligas, que eran una verdadera fiesta”, concluyó.
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