Paysandú, Viernes 11 de Marzo de 2011
Locales | 04 Mar Miguel de los Santos, de 82 años, quien vive en la zona de Saladero Guaviyú desde 1948, nos recibió en su casa y accedió a contarnos parte de su historia. Concurrió unos años a la escuela 31 de Sauce de Buricayupí --es oriundo de ese lugar-- y hace 62 años llegó junto a sus diez hermanos y sus padres a proyectar una nueva vida en este lugar. “Nosotros no fuimos la única familia numerosa en llegar a estos terrenos. Después estaba la familia Cuevas, que eran catorce, y los Ruppel ahí abajo sobre el llano, que era otra familia grande, pero ellos ahora ya se fueron”, explicó.
“Extraño aquellos años porque había una tranquilidad única y la cosa ha cambiado mucho desde entonces. Fíjese que cuando llegué con mis padres acá era puro monte y después se fue limpiando. Luego de que mi padre limpió hizo chacra, sembró trigo, avena, pero hoy solo se cría vacas y ovejas, y algunas gallinas”.
De joven recuerda las quermeses, aunque se hacían de día porque no había luz artificial. En cuanto a las épocas del año, confiesa que le gusta mucho más el invierno que el resto de las estaciones: “para trabajar es mucho mejor con frío que con calor”. Sobre la última sequía dijo que “estuvo bastante regular. Muy brava no fue porque por suerte aquí tenemos mucho pasto y en las últimas semanas ha llovido bien. Pero, sequía fue la de 1944, antes de venir para acá. Recuerdo que iban pasando las tropas y el ganado quedaba tendido por los campos. No llegaban a destino y caían muertos. Seguramente que estas son secas, pero ni cerca a las que llegué a ver por aquellos tiempos. De todos modos hubo mucha gente que alcanzó a salvar ganado, porque habían hecho establos provistos de agua con buenas reservas. Fueron pobladores que llegaron hasta estos campos que trajeron ganado a pastoreo y que se disponían a hacer la colonia. Eran tiempos donde no existían los caminos rurales como hay ahora. Usted vea que cuando vinimos eran sendas y había que andar atravesando los campos entre las chilcas y montes tupidos; ahora la cosa cambió”.
Sobre el saladero recuerda algunas historias que sus mayores contaban. “Sí, claro, cómo no voy a recordar cuando mi tío nos contaba que sobre el otro extremo llegaron a vivir como unas mil familias, casi sobre la costa, aunque de eso yo no alcancé a ver nada. Es que cuando vinimos era todo monte nativo y los restos de las edificaciones del viejo edificio donde procesaban el charque estaban tales como ahora. Todo estaba así como lo ve usted ahora. Muelle, chimenea y algunas paredes que todavía se mantienen en pie, todo igualito”. Agregó que “en los últimos años han mejorado los alrededores, la gente hace campamento, pesca y hasta se baña en el río”. Cuando al retirarnos le agradecimos el habernos atendido, don Miguel sonrió y apenas esbozó un “no tiene porqué”, en un típico gesto de hombre de campo.
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