Paysandú, Domingo 13 de Marzo de 2011
Locales | 11 Mar Tuvo una infancia feliz, típica de un gurí de campo, y los estudios, merced a tenacidad y dedicación, nunca representaron para él una dificultad. Víctor Pizzichillo (37) es profesor de Historia en el Centro Regional de Profesores del Litoral en Salto y aceptó contar parte de su historia.
Hijo de Ruben Pizzichillo y de Nélida Hermín, construyó su proyecto de vida sin perder de vista sus raíces y a sus seres queridos. Cuando empezó el liceo ya tenía decidido estudiar Historia y cursó profesorado en régimen semi libre.
“Me crié en una comunidad muy unida, muy progresista, en la cual concurrí a la escuela y al catecismo. Hermosos recuerdos de Estación Porvenir. Por ejemplo a la Escuela 19 fueron mis padres, mis tíos y mis abuelos”, relata Pizzichillo.
Una vez culminada la Primaria fue al liceo en Paysandú, donde adaptarse a otros códigos de convivencia –distintos a los del ámbito rural-- significó un mayor compromiso con sus objetivos.
Los Pizzichillo llegaron a estas tierras en 1894. Por aquel entonces no era una colonia y los campos eran propiedad de José Mendisco, cuyas tierras iban desde la zona del Rabón hasta prácticamente el Queguay.
La familia Pizzichillo es originaria de Tito (Italia) y sus integrantes partieron hacia Sudamérica desde Nápoles. “Se trató de mi tatarabuelo y mi bisabuelo. Inicialmente llegaron a Rio de Janeiro, donde trabajaron en la venta de diarios. Era la época convulsionada del cambio de la monarquía a la república en Brasil y había una epidemia de fiebre amarilla. Fue así que optaron por venir para Montevideo. Luego de un tiempo se contactaron con algunos que ya se habían venido para los campos de lo que tiempo después fue Colonia 19 de Abril. Puntualmente el contacto fue con unos de apellido Lancieri. Al tiempo don Pascual --mi tatarabuelo-- regresó a Italia en busca de su familia, dejando a su hijo José, que tenía 10 años, quien a su vez trabajaba pastoreando cerdos en la quinta de Vicente Mongrell. Luego, de muchacho y ya casado con una joven llegada desde Italia llamada Lucía, José se instaló en la zona de la actual Estación Porvenir. De ese matrimonio surgieron los padres de mi abuelo por parte de padre. Don Pascual trabajaba con Fortunato Capurro, que fue quien le prestó el dinero para pagar cuatro pasajes de Nápoles a Montevideo. Eran un poco más de cien pesos fuertes de la época. También operó una trilladora a vapor tirada por bueyes”.
Mientras recuerda aquellas épocas, Víctor extrae de una antigua valija varias fotografías amarillentas, cuadernos viejos y la libreta del almacén donde –entre otras cosas-- estaban anotados los 112 pesos del pago de los pasajes, el 21 de febrero de 1894.
“A comienzos del siglo XX, cerca de la estación y donde es el actual galpón de Bazzini, funcionaba en una parte la Escuela y en la otra el comercio de Capurro, que lo administraba Antonio Rossi. Al frente estaba el comercio del inglés, propiedad de Jorge Niell. Inicialmente Estación Porvenir era la estación, el terreno de Moraga, la parte de Bazzini y el comercio de Capurro”, continúa.
“Es importante destacar que el proceso de colonización lo fueran ampliando los propios colonos, quienes una vez que constituían familia trataban de insistir para que agrandaran los terrenos para las próximas generaciones de hijos. Mientras mi tatarabuelo se radicó en las cercanías del kilómetro 19 de Ruta 90, mi bisabuelo lo hizo en los terrenos donde estaba la Escuela. Básicamente trabajaban en la trilla y las actividades se extendían hasta la zona de Farrapos. Arrancaban en noviembre y llegaban hasta abril del año siguiente. Tiempos en los que se cortaba, estibaba y luego se trillaba”.
Cuando se inauguró la colonia, su bisabuelo, junto a su padre y cada uno en su carreta, fueron los encargados de distribuir los colonos, llevándolos desde la estación de trenes hacia campo adentro, al lugar donde se iban a instalar.
“Las chacras fueron adjudicadas por sorteo y la fracción más grande creo que llegó a las 45 hectáreas, aunque la mayoría son de 35. Hasta se podían comprar en sociedad. Era construir todo de cero porque era todo campo pelado”, relata.
Víctor recuerda los tiempos de Secundaria con mucha alegría. “Fundamentalmente por el sacrificio económico hecho por mis padres. Además tuve que adaptarme. Iba a una escuela donde en sexto año éramos tres y entré a un liceo donde no conocía a nadie. Tenía facilidad y además me gustaba estudiar y así me fui ganando el espacio. Con mi estilo construí una buena relación con todos, profesores y estudiantes”.
Una jornada normal por aquellos tiempos significaba levantarse a las 5 y 20, darle de comer a los terneros, desayunar rápido, y a las 6 y 30 tomar el ómnibus que pasaba por la ruta. A las 7 y 10 llegaba a la plaza Constitución y de ahí continuaba hacia el Liceo Nº 2. Asegura que siempre admiró a su abuelo paterno. “Fue el primer abuelo que perdí cuando yo tenía 12 años. Me marcó el camino”, concluyó.
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