Paysandú, Miércoles 30 de Marzo de 2011
Opinion | 24 Mar Hace un año, desde esta página editorial sosteníamos que entre los temas que el nuevo gobierno debería atender desde el vamos refería a la necesidad de sostener el funcionamiento de industrias que incorporan alto grado de valor agregado, y que por ende ocupan mano de obra calificada, generan puestos indirectos por apoyo en infraestructura y a la vez procesan materia prima de origen nacional, lo que indica que se implican prácticamente un cien por ciento de reciclaje de recursos en el tejido de la economía.
Por supuesto, no estábamos descubriendo nada nuevo, porque esta premisa es el ABC de los países desarrollados, los que sobre todo adquieren materia prima al menor precio posible, y en base a su tecnología y disponibilidad de recursos materiales y humanos, les incorporan valor agregado y así exportan trabajo y tecnología a muy buenos precios, lo que la vez les genera mejor calidad de vida y crecimiento económico con desarrollo.
En el caso de Uruguay, los problemas de nuestras industrias tienen mucho que ver con las deficiencias estructurales que aquejan al país, las que datan de muchas décadas pero a las que nunca se ha enfrentado seriamente, ni siquiera en épocas de bonanza como la actual, cuando deberían adoptarse las reformas imprescindibles para cuando llegue la época de las vacas flacas.
Decíamos hace un año que de acuerdo a lo manifestado por el coordinador de Políticas Comerciales y Productivas de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Juan Manuel Rodríguez, la vestimenta, la industria textil, minerales no metálicos y minerales básicos, eran los más afectados por la coyuntura internacional, y no recuperaron la actividad previa a la crisis internacional.
Sin embargo tampoco puede sostenerse que este nivel sea el ideal ni mucho menos, sino que para ese entonces ya se estaba ante una crisis encubierta y varias industrias seguían sobreviviendo en base a una “calesita” de créditos y ventas para amortizar parcialmente la deuda, con un perfil muy incierto en cuanto a su futuro.
La situación que hoy enfrenta la textil sanducera Paylana, que emplea directamente a casi 700 trabajadores y a más de 1.200 si contamos los empleos indirectos, es un ejemplo ilustrativo del escenario al que nos referíamos entonces y para el que hoy no se ha encontrado solución, porque estamos ante problemas de costos muy significativos, con una inflación que ha recrudecido e acrecienta el valor de los insumos de producción, en tanto las industrias que exportan sufren los efectos negativos del dólar deprimido, mientras lo mismo ocurre con las que deben competir con productos importados que están inundando las góndolas de los supermercados.
Rodríguez mencionó el caso de la vestimenta y los textiles, que son industrias que están afectadas por una crisis que ha presentado diversas alternativas. Los textiles han tenido una caída de actividad sostenida y evidentemente es uno de los sectores más comprometidos. Sobre todo, anunció el jerarca que el denominado gabinete productivo habría de analizar esta situación entre sus primeros actos de gobierno y una vez se hiciera una puesta al día en cada cartera por los respectivos jerarcas, se adoptarían eventuales medidas para apuntalar el funcionamiento de las empresas más afectadas o eventualmente darle continuidad a las que ya están en marcha y con resultados insuficientes.
Pero la alta cotización de los commodities y el contexto internacional y regional favorable permitió disimular hasta ahora esta situación que se repite en muchas industrias con alta ocupación de mano de obra, justamente las que distribuyen la riqueza de la mejor manera, y que están sumidas en serios problemas de competitividad y complicadas financieramente, al punto de que no son pocas las que tienen comprometida su subsistencia, como es el caso de la textil sanducera.
Estamos ante los mismos problemas estructurales de siempre, que responden al alto costo país que se aplica a los exportadores, como es el caso de las tarifas de servicios públicos, la energía, impuestos, cargas sociales, la relación cambiaria y el aumento del peso de los salarios en dólares, entre otros aspectos, que se traducen luego en la reducción de la competitividad en los mercados internacionales.
Y las causas del alto costo país pasan fundamentalmente por el peso del Estado, que demanda detraer recursos de los sectores productivos y la sociedad para sostener su burocracia y sus dificultades crónicas de gestión, por lo que más allá de medidas puntuales para salvar sectores en vías de liquidación, el gobierno debería encarar decididamente el hacer realidad los enunciados sobre la reforma del Estado que sigue pendiente. De otra forma seguiremos en la paradoja de un Estado tratando de salvar a las industrias que son víctimas de la voracidad del propio Estado, mientras alegremente festejamos un crecimiento económico histórico basado en la exportación de unos pocos productos primarios, que además generar pocos puestos de trabajo nunca se sabe hasta cuándo continuarán cotizándose a los precios excepcionales con que son demandados actualmente.
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