Opinion | 25 Mar El endurecimiento de las leyes migratorias en Europa y Estados Unidos, la mejor situación general en nuestro país y el deseo de educar a sus hijos en Uruguay, son algunas de las razones por las que unos 350 uruguayos regresan al país mensualmente luego de la aventura que significó dejar atrás afectos para ir tras el sueño de una vida mejor.
En las últimas décadas el flujo migratorio se convirtió en una verdadera sangría para el sueño de Uruguay productivo, en tanto infringió una profunda herida al entramado social, ya que el desarraigo impacta directamente en el núcleo familiar y en el delicado equilibrio de las relaciones interpersonales, donde en definitiva se teje la idiosincrasia de un país.
Sin embargo, las sucesivas crisis económicas, el descreimiento del sistema político y el anhelo de prosperar económicamente, propiciaron oleadas migratorias nutridas fundamentalmente por jóvenes, entre ellos individuos capacitados, imprescindibles para el desarrollo del país en todas las áreas. Pero el repentino cambio de escenario propiciado por crisis internacionales y el consecuente endurecimiento de las leyes migratorias, despertaron a muchos uruguayos del sueño americano o europeo y los situaron ante la obligación de regresar al país, llenos de incertidumbre y con escasas posibilidades de reinsertarse social y laboralmente.
No obstante, hace varios años, las autoridades nacionales instrumentaron la Oficina de Retorno y Bienvenida, dependiente de la Dirección de Asuntos Consulares y Vinculación (Departamento 20), donde se brinda asesoramiento a los compatriotas recién llegados y se los ayuda –entre otros órdenes-- a reinsertarse en el mercado laboral. El trabajo de esta repartición resulta clave, pero igualmente es necesario otorgarle más competencias y buscar la coordinación interinstitucional para que el retorno –como aún sucede-- no sea más traumático que la difícil decisión de abandonar el país para ir tras un sueño.