Paysandú, Domingo 03 de Abril de 2011
Locales | 27 Mar (Por Horacio R. Brum). El periodista de Televisión Nacional, vestido con camisa y corbata, transpiraba bajo el fuerte sol del mediodía santiaguino. Había estado parado desde temprano en la mañana en el borde de la autopista que conecta la capital de Chile con el aeropuerto, pero a unos 400 metros -lo más cerca que las fuerzas de seguridad le permitieron llegar- de la zona por donde iba a circular la caravana del presidente Barack Obama.
De pronto, tratando de dar a la escena una emoción que no coincidía con las imágenes, anunció la llegada de los vehículos; la cámara hizo el máximo esfuerzo del teleobjetivo para enfocar la limosina presidencial, el periodista trató de enhebrar un relato y veinte segundos más tarde todo había terminado. “Ahí viene Obama... ahí pasó Obama”, pudo ser el resumen de un gasto de tiempo y recursos, en busca de una noticia donde no la había.
Excepto por una brevísima conferencia de prensa, de la que resultaron más recordables las incomodidades para sortear los controles de seguridad que las declaraciones del primer mandatario norteamericano, pocas fueron las oportunidades para hacer periodismo significativo, en una visita que puso al gobierno chileno en las nubes de la ilusión. Ya lo habían advertido los brasileños: Clovis Rossi, uno de los columnistas más importantes del diario Folha de Sao Paulo, afirmó categóricamente que Barack Obama no estaba visitando al país, sino al mercado. Por ende, y como ocurrió en Brasil, no había que hacerse grandes ilusiones con esta gira presidencial.
En Chile, el gobierno de Sebastián Piñera alimentó las expectativas entre el público, los medios y los analistas durante varios días. Muchos cayeron en el juego y en la mañana del lunes, por ejemplo, una columna del diario El Mercurio decía: “nos sumamos a la cariñosa bienvenida que se le dará al presidente Obama. Ella refleja la simpatía por un líder inspirador y el afecto por un país amigo”. Del lado norteamericano también se vendieron cuentas de colores, al mantener el misterio sobre el contenido de un discurso en el cual el visitante iba a dar la “nueva visión” de las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
Las casi inexistentes oportunidades para el contacto del líder estadounidense con el periodismo pronto dejaron en claro que esta es una gira para dar mensajes. En la conferencia de prensa en el palacio de La Moneda, solamente se permitieron tres preguntas, adjudicadas por sorteo a un medio chileno, uno norteamericano y otro del resto del mundo. El interés por los temas de América Latina se perdió entre las justificaciones del ataque a Libia y los elogios a Chile, como modelo para la región. Pocos minutos después de las cuatro de la tarde, Obama subió a su limosina blindada para recorrer menos de dos cuadras hasta el complejo cultural ubicado en la parte trasera del palacio de La Moneda, el mismo lugar adonde habría podido llegar caminando unos cincuenta metros desde la sede del gobierno. Allí, un grupo cuidadosamente seleccionado de políticos, grandes empresarios y funcionarios internacionales, como el director del Banco Interamericano de Desarrollo y la secretaria de la Comisión Económica para América Latina, aguardaban desde el mediodía, “sin comer ni beber”, según lo subrayó una periodista de la televisión oficial, el discurso sobre la nueva visión o el nuevo trato que los medios y las entusiastas autoridades chilenas venían anunciando a los cuatro vientos hace varios días.
A buena distancia, la masa periodística tuvo que conformarse con presenciarlo todo en pantallas, aunque no hubo mucho para ver.
Los primeros diez minutos del esperado mensaje estuvieron dedicados a elogiar, una vez más, a Chile, con cita de Pablo Neruda incluida. Hubo también halagos para la estabilidad política y económica de la región, con menciones de varios casos ejemplares de transferencia del poder, entre los cuales estuvo Uruguay. Muchos minutos más se fueron en destacar los proyectos de cooperación existentes, en especial en asuntos de seguridad y lucha contra el narcotráfico y en subrayar la importancia del trabajo en conjunto y de igual a igual, esto último resumido en el escasísimo español presidencial con la frase: “Todos somos americanos”. No faltó la referencia a Cuba, con una exhortación a todos los países a trabajar por la llegada de la democracia a la isla, pero los anuncios espectaculares nunca llegaron, excepto por una vaga promesa de permitir que 100.000 latinoamericanos vayan a estudiar a Estados Unidos, a cambio de que 100.000 estadounidenses vengan a hacerlo en nuestros países. Un intercambio que ya se da en los hechos, con la diferencia de que a los latinoamericanos se les pone toda clase de obstáculos de migraciones, mientras que los estudiantes del Norte hasta se pueden beneficiar de la gratuidad de la enseñanza universitaria en muchos de nuestros países, una gratuidad virtualmente inexistente en el suyo.
Sobre el final, la insistencia en que América Latina puede ayudar a “construir la democracia” en otras regiones sonó, para las mentes más suspicaces, a un disimulado pedido de apoyo para aventuras como las de Irak, Afganistán o Libia. No en vano la gira abarcó Brasil, que ha demostrado tener ideas propias sobre el nuevo orden internacional; Chile, el cual en Sud América es, junto a Colombia, el país más alineado con las posiciones de Estados Unidos, y El Salvador, un aliado incondicional que fue el único de la región en mandar tropas a Irak. Al respecto, vale la pena mencionar que el día antes de la llegada de Obama el gobierno de Sebastián Piñera emitió un comunicado de apoyo a las acciones que Washington encabeza en Libia. “Y ahora, ¿de qué hablamos?”, se preguntó un colega chileno cuando Obama pronunció las últimas palabras, ante una audiencia que no aplaudió por un bis. Los periodistas, los políticos y los analistas se vieron en figurillas para tratar de dar trascendencia a un discurso que había sido vendido como una nueva versión de la Alianza para el Progreso, aquella que, impulsada por John F. Kennedy, vertió sobre América Latina 20.000 millones de dólares para reducir las causas que podían llevar a los pobres a simpatizar con “el comunismo”.
Hoy, Estados Unidos no cuenta con los recursos para un programa similar, ni tiene la necesidad de frenar “el comunismo”; más bien, necesita mercados que le ayuden a salir de su propia crisis económica y socios políticos para equilibrar el peso creciente de China o la Unión Europea. Ese es el trasfondo de la nueva visión prometida por Barack Obama a un continente que, por su propio esfuerzo, está dejando de ser el patio trasero de la Casa Blanca.
En cuanto al país anfitrión, a pocos interesó llegar en el análisis de las expresiones de Obama más allá de los elogios a los 33 mineros y a la supuestamente ejemplar democracia local. Lo importante era tener aquí al jefe de la superpotencia y Piñera mostró una verdadera obsesión por estar con él el mayor tiempo posible.
A tal extremo, que movilizó todos los recursos diplomáticos para lograr que se le concediera una reunión fuera de agenda y pudo desayunar el martes con Obama, poco antes de su partida hacia El Salvador.
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