Paysandú, Martes 05 de Abril de 2011
Opinion | 02 Abr Es muy buena noticia para el Uruguay, para su gente, que se esté ante índices de mortalidad infantil en persistente descenso, lo que habla de que coexisten o coinciden varios factores que han permitido que se esté consolidando un marco favorable que contribuye a que desciendan sistemáticamente los elementos de riesgo que inciden en esta problemática, que no solo tienen que ver con el área de la medicina.
De acuerdo a los datos dados a conocer por el gobierno, la tasa de mortalidad infantil bajó a 7,71 por mil en 2010, en una confirmación de la tendencia descendente registrada en los últimos años. Hace siete años esta tasa se ubicaba en el 13,2 por cada mil nacidos vivos, mientras que en 2006 bajó a 12,63, en 2008 a 10,74 y en 2009 a 9,56, y a este paso, todo indica que se podría cumplir con la meta enmarcada en los Objetivos del Milenio de las Naciones Unidas, en el sentido de que Uruguay para 2015 pueda hacer descender la Tasa de Mortalidad Infantil a 6,9 por mil.
La visión del ministro de Salud Pública, Ec. Daniel Olesker, da cuenta que la cifra del 7,71 por mil nos ubica en la región solo atrás de Cuba y junto a Chile, es decir al tope del escenario de América Latina en esta materia, lo que no es muy destacado si lo situamos a nivel internacional y en un comparativo con los países desarrollados, pero habla de una evolución sistemática en el contexto regional que hace que estemos más cerca del objetivo del milenio, que no es por cierto el desafío de una simple competencia, sino una traducción a cifras de una mejora en el contexto socioeconómico que obra como condicionante en el tema.
La tasa del año pasado correspondió a 364 niños fallecidos menores de un año, que equivale a 96 niños menos que en 2009, según surge del informe difundido por Presidencia de la República, que agrega que el 48 por ciento eran mayores de 28 días, es decir de mortalidad posnatal, y el 52 por ciento menor a 28 días, lo que corresponde por lo tanto a mortalidad neonatal.
Para el gobierno, la sensible mejora responde a la aplicación de la reforma de la salud, la reforma tributaria, cambios en asignaciones familiares y en los regímenes de protección social, que para Olesker significan “el resultado de las reformas estructurales de nuestro modelo de desarrollo”.
Seguramente un análisis más exhaustivo de la problemática nos lleve a que no se coincida exactamente con el enfoque optimista desde el punto de vista “estructural” que hace el titular del Ministerio de Salud Pública, porque no existe tal linealidad ni la consecuencia directa en el tejido socioeconómico, donde hay una interrelación y un enlace causa-efecto que trasciende los análisis y extrapolación matemáticas de las cifras.
Igualmente, sin dudas el trabajo desarrollado para llegar al sector destinatario de estas políticas de abatimiento de la mortalidad infantil a través de una serie de acciones tiene que estar dando resultados, y mucho de lo que se ha alcanzado tiene que ver con esta orientación, que refiere a medidas inclusivas –aunque por ahora temporales-- de sectores postergados en los que históricamente se han registrado los mayores índices de mortalidad infantil, y este es precisamente el aspecto más positivo a destacar en el marco de estas cifras.
Así, la concientización a través de la educación de los grupos problemáticos, sobre todo de jóvenes marginados y los embarazos no deseados constituye el eje de las acciones en las que se debe poner énfasis para hacer sostenible esta mejora alentadora, junto con políticas sociales que deben comprender asimismo una cuota adecuada de asistencialismo primario conjugada con programas de inclusión en cuanto a inserción laboral, para hacer sustentable la mejora y que ello no se termine cuando cesen o cambien los programas de asistencia social.
La extensión de la atención en salud a los grupos que integran los sectores de riesgo es asimismo un factor que ha repercutido en estos índices alentadores, a partir de la detección y el seguimiento de los embarazos, y seguramente el abatimiento de los índices de indigencia y pobreza como consecuencia de la mejora en la economía, también ha tenido una consecuencia muy positiva en los grupos donde la conjunción de factores adversos ha establecido una especie de “núcleo duro” en donde radican las mayores dificultades para avanzar en las acciones preventivas.
Prevención, educación y trabajo sistemático en los grupos problemáticos son los parámetros de apoyo para que estos indicadores puedan seguir en descenso, y sobre todo consolidarse, a efectos de que las vulnerabilidades que subsisten no queden al desnudo en las primeras de cambio ante un cambio del escenario internacional y su consecuente repercusión en nuestra economía.
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