Paysandú, Viernes 15 de Abril de 2011
Locales | 08 Abr Esta nota surgió a instancias de una exalumna, Graciela Torres, quien consideró justo rendir homenaje a la maestra rural Olga González de Britos
Olga González (82) llegó a tener a su cargo a más de cien alumnos en la escuela 18 de Puntas de Gualeguay, donde dictó clases entre los años 1951 y 1961. Hoy vive en la ciudad de Paysandú junto a sus hijos Olga, Giannella y Ricardo.
En su casa, rodeada de un grupo de exalumnas, nuestra entrevistada repasó sus años de trabajo en la campaña sanducera, cuando la escuela rural constituía un referente para los pobladores de la zona.
Si bien quiso ser química industrial, optó por el Magisterio, ya que sus padres no podían solventar sus estudios en la Facultad. Obtuvo su título de maestra en 1950, pero antes de concluir la carrera renunció la maestra que dictaba clases en la Escuela de Gualeguay, donde nadie quería asumir el cargo. “De hecho querían cerrar la escuela. Fue así que me llamó el inspector departamental de Escuelas y me preguntó si yo quería ir. Entonces suspendí el ingreso y fui. Estuve de setiembre a diciembre. Después, cuando me recibí me nombraron para la Escuela de estancia La Paz y al tercer día que estaba trabajando me llamaron nuevamente desde la Inspección para que me presentara el viernes siguiente. Lo cierto es que me estaban esperando para ofrecerme la escuela de Gualeguay. La verdad es que ahí mismo hicimos la permuta con la otra maestra y comencé en marzo de 1951”.
Olga viajaba todos los viernes a Paysandú en la empresa Coquet, que completaba la línea por Ruta 26 y cruzaba por Puntas de Gualeguay. “Iba para la escuela los lunes y a veces regresaba los viernes. Por aquellos años la vida era divina y la escuela el referente del lugar”. Si bien la matrícula de alumnos cambiaba cada año, Olga llegó a tener casi cien alumnos, ya que se trataba de una escuela unidocente.
La maestra dijo que “era una comunidad que vivía en armonía y pese a que el pueblo Sacachispas --paraje cercano a la escuela-- tenía su ‘fama’, todos sus vecinos convivían sanamente y con códigos de relacionamiento bien definidos. También había gurises que concurrían desde ese lugar”.
En la Escuela de Gualeguay se hacía quinta y las verduras eran utilizadas en el comedor escolar. “También el padre de una de las alumnas cultivaba la tierra y nos ayudaba con algunas hortalizas”, añadió y recordó la Posta del Gualeguay, comercio referente en el camino.
Asimismo, aseguró que vivir en el campo le permitió conocer más en profundidad tanto al alumno como a su familia.
“Uno sabía cómo enfrentar ciertas dificultades y así contribuir a una vida mejor. Aplicaba lo que había aprendido, metodología que utilicé también con mis hijos. Porque además de enseñarles a leer y escribir había que prepararlos para enfrentar la vida. Como todo eso lo aprendí a golpes, lo podía enseñar. Como siempre me gustó el campo, ahora estaría viviendo allá, pero estoy muy vieja”.
A la ex maestra rural le emociona reencontrarse con sus exalumnas, quienes reconocen con un abrazo todo lo que hizo por ellas. “En algunos casos tengo que preguntarles el nombre, porque se trata de gente que hace mucho dejé de ver. En ciertos casos vienen de ‘afuera’ expresamente a saludarme y eso es muy importante para mí. También de la Escuela 26, en la que estuve mis últimos años como maestra. Ahí se me arman unos entreveros con los alumnos que ni le cuento”.
Hace algunos años, Olga visitó su antigua escuela. “Me causó una tristeza enorme. Me daban ganas de llorar. A la escuela se le habían volado los techos. Lo mismo ocurrió con la casa de una de las muchachas. Pero ahora hay un nuevo edificio, que está sobre la cuesta y cerca de la ruta”, agregó.
Al recordar alumnos inquietos y algo revoltosos, no dudó un segundo en mencionar a su hijo Ricardo. “No podía con él, casi que tenía que atarlo a la silla. El resto de la clase era aplicada”, agregó la maestra y se mostró satisfecha por haber contribuido a formar personas de bien. “Eso es lo que quiero que sean en la vida”, subrayó.
La jubilación llegó en forma casi imprevista. “Un cierto día me llamaron del Consejo y me dijeron que me iban a jubilar, porque si no lo hacían me perdía no se qué beneficio que había obtenido en mis años como docente. Como cambian las disposiciones no tuve mucho margen para elegir. Me jubilaron y chau”.
Sobre el final de la entrevista y mientras algunas de sus exalumnas enjugaban lágrimas de emoción, Olga aseguró que el menor homenaje que puede recibir es que sus discípulos sigan el camino que ella intentó trazarles como docente. Finalmente, dejó un mensaje referido a la problemática situación actual de la niñez. “No sé si falla la familia. En mis tiempos yo visitaba los hogares, lo que me permitía conocer mejor al alumno. Creo que cuando la mujer tuvo que salir a trabajar fuera de la casa, las cosas se complicaron. En mis últimos años como maestra en la ciudad, constaté muchos niños solos y eso no es un dato menor”, subrayó.
Olga González compartió una tarde de reencuentro junto a María Rosa Torres, Susana Cabrera Vezzoso, Julia Torres, María Cristina Fagúndez, Ana María Torres, María del Carmen Dalmao, Graciela Torres, Clara Gamboa, Ricardo Britos y José Pedro Torres.
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