Paysandú, Sábado 16 de Abril de 2011
Opinion | 11 Abr En esquemas coyunturales favorables, como el que estamos atravesando, el gran desafío que se plantea, cualquiera sea el gobierno al que le toque administrarla –en este caso ha recaído en el Frente Amplio— es el lograr que este escenario dure lo más posible en beneficio del país y, sobre todo, contribuir a crear condiciones para dar sustentabilidad a la mejora, aunque ello implique afectar recursos significativos para que el futuro no nos sorprenda a la intemperie.
La situación internacional nos ha beneficiado con muy buenos precios y demanda para nuestros commodities, lo que indica que seguimos dependiendo fundamentalmente del agro para generar bienestar, lo que en realidad no es novedad para nuestro país, apoyado históricamente en carnes y granos --ahora se ha agregado la riqueza forestal, como otra materia prima--, ya que nos ha dejado vulnerables a los avatares internacionales en nuestra calidad de tomadores de precios.
Producir materia prima conlleva igualmente aplicación de tecnología para lograr mayores rindes e incorporación de infraestructura de apoyo para poner la producción lo más cerca posible de los lugares de embarque y a menor costo. En buena medida, como bien sostiene el rector de la Universidad ORT Uruguay, Dr. Jorge Grunberg, en artículo publicado en El País, nuestro país mantiene las características de hace doscientos años, es decir agrodependiente de commodities. La tecnificación ha avanzado y existen procesos primarios de valor agregado, pero a la vez la industrialización en realidad ha retrocedido, por más que las grandes fábricas de mediados del siglo pasado fueron sostenidas en base a un proteccionismo que cerraba fronteras a los productos similares de importación, a efectos de crear empleos.
Recuerda Grunberg que en la década del 50 el producto por habitante de Uruguay era similar al de Bélgica y Dinamarca, en tanto en 2000 ya era de menos de la tercera parte, en un estancamiento que de acuerdo a recientes investigaciones revela que la producción de nuestro país se ha vuelto menos sofisticada y que nuestras exportaciones tienen cada vez más una mayor proporción de recursos naturales con escaso valor agregado, y lo que es peor aún, que el panorama futuro no promete mayores cambios.
Gráficamente, estamos vendiendo lana, carne y granos a países como China, para comprarles celulares y equipos electrónicos, calzado, vestimenta, etcétera; mercadería que fabrican con lo que les vendemos sin elaborar, y ello no solo conlleva generación de riqueza fuera de fronteras, sino también de trabajo, investigación, avance tecnológico y desarrollo en todas las áreas.
El titular de la ORT razona, en una visión que compartimos, que se ha instalado en el Uruguay una cultura adversa al riesgo y al emprendimiento, concentrada en explotar sus recursos naturales y con un Estado omnipresente, donde se tiende a igualar hacia abajo y denostar a quien sobresale por su trabajo y logra hacerse una posición cómoda desde el punto de vista económico.
Se ha consagrado la cultura de la mediocridad en lugar de la meritocracia, pretendiendo hacer artificialmente que todos seamos iguales, desmintiendo aquello de las virtudes y los talentos, la disposición al trabajo y el labrarse el futuro a través del esfuerzo y la disposición para abrirse paso en la vida.
Lamentablemente, en lugar del espíritu emprendedor, la asunción de riesgos y la meritocracia a que alude Grunberg, se ha avanzado en la cultura del “puestito” seguro dentro del Estado, de manera de no correr riesgos de despido a través de la inamovilidad que se da en los hechos, con la defensa a ultranza de los sindicatos de las empresas públicas a efectos de mantenerlas tal como están, sin modernizarlas ni abrirlas a la competencia, como estrategia para no dejar al desnudo su ineficiencia y la escasísima productividad de los funcionarios públicos; además de una gestión burocrática que conspira contra su mejor funcionamiento. Con este panorama, es evidente que nuestro país necesita dar cuanto antes el salto de calidad que deje atrás la mediocridad y la tesis de igualar hacia abajo, tan cara a las políticas sociales que lleva adelante el gobierno, aportando fórmulas para innovar en el proceso productivo, diversificándolo y promoviendo la industrialización, la mejora del sistema educativo para poner el conocimiento al servicio de estos objetivos y, en definitiva, hacer algo realmente revulsivo por nuestro futuro en lugar de resignarnos a aprovechar el momento en la ilusión, tantas veces hecha trizas, de que el escenario internacional benigno va a durar eternamente.
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