Paysandú, Sábado 16 de Abril de 2011
Opinion | 13 Abr Las elecciones generales celebradas el domingo en Perú presentan un complejo panorama político para el país andino, donde se llevará a cabo la instancia del balotaje o segunda vuelta para elegir al sucesor de Alan García en el sillón presidencial.
Una disyuntiva por cierto muy compleja, sobre todo para un país que en los últimos años ha experimentado un fuerte crecimiento, superior al promedio de la región y de Uruguay, y que necesita imperiosamente consolidarse a efectos no solo de ingresar por la senda del desarrollo para el bienestar de su pueblo, sino también para aventar definitivamente fantasmas de un pasado no muy lejano en el que los enemigos de la democracia hicieron de las suyas y contribuyeron al enfrentamiento entre hermanos.
De la consulta electoral del domingo surge que el izquierdista Atlanta Humala, con el 31 por ciento de los votos, encabezó la preferencia de los electores, seguido por Keiko Fujimori, con el 23 por ciento y por tanto con derecho a participar en la nueva y definitiva consulta popular, lo que implica que los peruanos deberán decidir entre dos propuestas en principio antagónicas en cuanto a su concepción, al quedar al margen los otros tres candidatos.
En cambio, el general Ollanta Humala, quien había fracasado en su anterior comparecencia ante el veredicto popular, y pertenecía a la galería de candidatos situados en la línea de Hugo Chávez que triunfaron en ese sector del subcontinente, como es el caso de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, se presenta como abanderado de una izquierda radical, populista y nacionalista. Humala tiene su mayor electorado en el sur de Perú, esencialmente rural e indígena, y su fracaso en la anterior elección se originó fundamentalmente en una propuesta en extremo radical, que ahuyentó a muchos electores, en tanto su actual plataforma electoral es moderada y devaluada, incluso dejando la camisa roja que utilizaba en similitud al look de Chávez, pretendiendo imitar su desempeño ante las masas.
La congresista Fujimori, a su vez, puede encasillarse en el otro extremo de la oferta política, con un discurso moderado pero con vinculaciones con el gobierno de su padre, actualmente encarcelado, como líder de una derecha también populista, nutrida en el Perú más pobre, con arraigo además entre los militares.
Tanto Humala como Fujimori intentan adoptar posturas de centro, devaluando sus propuestas básicas, y su credibilidad será fundamental para captar a los votantes que tienen preferencias por el centro pero que cayeron en la trampa de la división, porque por protagonismos personales los tres candidatos que recogían esta visión centrista separaron los votos y no obtuvieron individualmente la adhesión que necesitaban para entrar en el balotaje.
Es decir que hay un profundo desencanto en no menos de la mitad de los peruanos, cuyo voto definirá la elección seguramente volcando sus preferencias hacia quien les genere menos rechazo y entiendan que es el mal menor. Esta es precisamente una instancia adicional que presenta la alternativa de una segunda vuelta para circunstancias electorales complejas: da una nueva oportunidad a los electores y evita que pueda salir presidente un outsider con un mínimo de votos, aprovechando la división para erigirse en la minoría mayor, con muy poca representatividad sobre el total del electorado.
Pero claro, nunca los extremos son buenos, y si han salido ungidos para participar en el balotaje los postulantes más radicales, se pone al país en una disyuntiva muy difícil, de la que precisamente se ocupa en sus reflexiones el premio nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien ante esta instancia sostuvo que “Perú tiene dos opciones: el suicidio o el milagro”.
El ex candidato a la presidencia de Perú dijo al diario La Vanguardia que el nacionalista Ollanta Humala, quien encabezó los resultados de la primera vuelta, es (Hugo) “Chávez con un lenguaje abrasileñado; la catástrofe”.
En cuanto a la otra candidata, la hija del ex presidente Alberto Fujijori, advirtió que “con Keiko (Fujimori), los criminales y los asesinos pasarían de la cárcel al gobierno”. Tras admitir que la situación política peruana es insólita para un observador que aterrice de Europa, Vargas Llosa explicó que en ese país “se enfrentan la extrema izquierda y la extrema derecha”, con un centro dividido en tres partidos.
El escritor dijo que rechaza las recetas económicas de Humala porque propone “un Estado intervencionista en la economía, nacionalizar sectores estratégicos, una gran desconfianza hacia la empresa privada y el capital extranjero, y medidas contra la libertad de prensa”.
En cuanto a la candidata Keiko Fujimori, consideró que “es el otro extremo” y significaría “abrir las cárceles para que todos los ladrones, asesinos y torturadores, empezando por su padre, Alberto Fujimori, y el siniestro Montesinos, salgan a la calle a sacar la lengua a todos los que han defendido la democracia en Perú”.
Ante este escenario que nos presenta el escritor, es de esperar que sus apreciaciones pequen de un exceso de desconfianza y antagonismo político y que cualquiera sea la opción por la que se pronuncien los peruanos, en los hechos, quien resulte electo modere sus actos tal como lo hizo con el discurso, y que adquiera rápidamente la cultura de gobierno imprescindible para discernir que por encima de las ideologías y los fundamentalismos, debe velarse por la democracia y el estado de derecho, haciendo lo que hay que hacer en aras del interés general, superando la tentación y los facilismos de adoptar medidas de corte populista que son “pan para hoy y hambre para mañana”.
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