Paysandú, Miércoles 20 de Abril de 2011
Opinion | 20 Abr El sábado el mandatario cubano Raúl Castro inauguró el VI Congreso del Partido Comunista, el primero en 14 años, que apunta a aprobar lo que se considera una ambiciosa reforma económica y a la vez elegir a la máxima dirigencia política en el régimen marxista de partido único y de las asambleas de manos levantadas, de las unanimidades regimentadas.
El actual líder de la revolución cubana exhortó a eliminar improvisaciones en la gestión económica del país y propuso limitar a “dos períodos de cinco años” el desempeño de los principales cargos en el poder, lo que al fin de cuentas es toda una novedad para la característica de cargos perennes de este tipo de regímenes.
“Hemos arribado a la conclusión de que resulta recomendable limitar a un máximo de dos períodos consecutivos de cinco años el desempeño de cargos políticos y estatales fundamentales; ello es posible y necesario en las actuales circunstancias”, afirmó Raúl Castro ante los mil delegados del congreso, al exponer las razones por las cuales sería una bocanada de aire fresco el rotar –siempre dentro del Partido, por supuesto— los cargos y que nadie se sienta atornillado al sillón, por lo menos por más de diez años.
En un duro y largo discurso de autocrítica sobre la dirección de la isla comunista, gobernada durante 52 años por los hermanos Castro, Raúl refirió a la preocupante situación del país, dijo que no se puede gastar más de lo que se ingresa y que Cuba debe pasar de un modelo centralizado al de una economía descentralizada.
Este cónclave debe debatir y aprobar un plan de reformas económicas, inicialmente de 291 medidas, que aumentaron a 311 tras un intenso debate popular de tres meses, según precisó, tratándose de un programa que prevé ampliar el sector privado, reducir la gigantesca burocracia con el recorte de más de un millón de empleos, eliminar subsidios y poner impuestos, descentralizar la agricultura, dar autonomía a las empresas y atraer capital extranjero.
En materia política, Castro llamó a eliminar el exceso de las reuniones innecesarias y las manifestaciones de burocratismo, así como erradicar la mentalidad e inercia de la clase dirigente.
El congreso se sucede a pocos meses de que el gobierno de La Habana, con la expectativa de “ajustar” el modelo económico y hacerlo sostenible, anunciara que para este año eliminará 500.000 puestos de trabajo y ampliará las opciones para los privados, en el marco de una reestructura que en lo esencial pasa por abandonar el monopolio del Estado en la vida y destino de las personas en lo que refiere al trabajo, en procura de salir del corral de ramas en el que se encuentra Cuba desde que la “revolución” se quedó sin el apoyo económico, logístico y político de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En la isla caribeña viven once millones de habitantes y hay 4.950.000 personas ocupadas. De ellas, unas 4.100.000 (85%) trabajan para el Estado, mientras que 600.000 lo hacen en el sector privado (de éstas, 141.000 tienen licencia para ejercer el trabajo por cuenta propia) y 250.000 son cooperativistas. El propio Raúl Castro admitió que las plantillas están infladas en más de 1.300.000 personas: uno de cada cuatro trabajadores sobra en la isla cubana, por lo que en los hechos los otros trabajadores sostienen sobre sus hombros, con más pobreza, a quienes no son necesarios en el esquema productivo estatal colectivizado.
Ocurre que la Central de Trabajadores cubana, por supuesto mimetizada con el gobierno y parte de la estructura que controla la vida de los cubanos, apoya las reformas y sostiene incluso que “nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas, de servicios y presupuestadas con plantillas infladas y pérdidas que lastran la economía. Resultan contraproducentes, generan malos hábitos y deforman la conducta de los trabajadores”.
Claro que para ello se debe hacer efectivo el despido de los 500.000 operarios, y todos los centros estatales deberán presentar un plan de ajuste antes de que termine este abril. A cambio de los despidos el régimen abrirá las puertas al pequeño empleo privado y cooperativo y autorizará el trabajo asalariado para que puedan salir adelante los que vayan al desempleo, con la perspectiva de que cientos de miles de cubanos pasen al sector privado en los próximos años, es decir exactamente lo contrario de lo que promovía el régimen instaurado por Fidel Castro con la “revolución” que dura más de medio siglo.
El incorporar el empleo privado, es una decisión puramente económica pero que al fin de cuentas aporta aire fresco a la isla caribeña.
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