Paysandú, Domingo 24 de Abril de 2011
Locales | 24 Abr IAW 434
No soy “botón”. Soy un ciudadano más de este país que ve cómo otros congéneres hacen uso y abuso de su desidia contra lo legal, en este caso contra las normas que rigen el tránsito en todo el país.
El jueves 31 a las 21 y 20, transitaba con mi familia por 18 de Julio entre Cerrito y Varela, al lado de mi auto lo hacía una moto piloteada por un joven y llevando como acompañante a un jovencita. Ambos sin casco protector por nuestra principal arteria.
Decidí acompañar su transitar por la principal arteria sanducera. No había inspectores a la vista, así que, total impunidad. Pasaron a la altura de calle Montevideo al lado de un patrullero y se cambiaron rápidamente de senda para no ser vistos. Llegaron a plaza Artigas, doblaron Entre Ríos, Don Bosco, Michelini, circunvalaron el Monumento a Artigas y se perdieron nuevamente por Entre Ríos al Norte. Agrego que la moto poseía matrícula y su luz trasera no funcionaba.
Como esta moto pude a lo largo de algunos días observar como otros sanduceros circulan por las calles sin matrícula, sin casco, con ensordecedores caños de escape que interrumpen la paz, tranquilidad y conversaciones de sus semejantes. ¿Qué derechos les asiste a violar las normas y leyes de tránsito vigente? ¿Hasta cuándo se va a ser permisivo en esto?
El domingo elegí como punto de esparcimiento el cantero ubicado frente al Parque de los Niños, más precisamente a pocos metros de la cebra peatonal. ¿Saben ustedes cuántas infracciones de tránsito pude comprobar? Más de 100 fueron las constatadas, de todo tipo y calibre y lo que es peor con motos que hacían picadas a las 16 y 30.
Pero lo más insólito, ni un inspector de Tránsito o Policía estaban en la zona para poner fin a esta ola de atropellos contra la sociedad que elige sus espacios para pasar un momento tranquilo con sus semejantes, pero pendientes de estos inadaptados que han tomado por su cuenta las calles de Paysandú.
Sé que mi Gobierno Departamental está trabajando en el tema, pero necesita apoyo de las autoridades policiales para aplicar con todo rigor la ley vigente, para que los funcionarios no sean atropellados o agredidos por los trasgresores.
Optimicemos los recursos existentes entre la Intendencia y Jefatura de Policía.
Y que el señor jefe de Policía no me venga con que no cuenta con personal a la orden para fiscalizar esta tarea, porque estuve indagando y pude saber que existen 14 funcionarios policiales con cursos aprobados en la IDP y autorizados por el Comando a sancionar, 13 funcionarios capacitados para realizar espirometrías con cursos aprobados por el MSP, existen actualmente 52 funcionarios en el cuerpo de radio patrulla, cuatro patrulleros, una camioneta, ocho motos con recorridas periódicas en todas la ciudad las 24 horas del día.
¿Es posible que se aproveche esta infraestructura humana y material para poner fin a un flagelo que como la delincuencia, también es problemático? Porque el tránsito es y debe ser responsabilidad de todos.
Sería bueno que el propietario del vehículo IAW 434 en lugar de enojarse conmigo, por citarle como mal ejemplo para título de la nota, comience por respetarme a mí, a mis semejantes y en la medida que lo haga, medite que ha estado pésimo y que debe cumplir con las normativas de tránsito vigente.
Y al señor jefe de Policía pedirle que optimice recursos junto al Municipio para que Paysandú sea ejemplo en el tránsito.
Esta es la observación de un sanducero que reside en Montevideo, pero que por motivos laborales y familiares llega seguido a su pago y ve cómo Paysandú sigue complicado en el tema tránsito y pretende que se mejore en esta materia. Ruben Castelli
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Desde el “espíritu” a los “fantasmas”, por culpa de la envidia...
Yo envidio, tú envidias, él envidia... Desde que una mayoría influyente comenzó, inconscientemente, a conjugar en nuestro medio el quizás más destructivo de los sentimientos humanos, Paysandú se ha quedado sin proyectos ni inversiones y sin poder de reacción frente a los desafíos de la superación.
Es que hay gente entre nosotros que sufre más el bienestar ajeno que sus propias carencias: hay gente, incluyendo actores apropiados de la comunicación, que no toleran éxitos ajenos ni difunden ideas útiles porque no les gusta su origen, ya sea por la ideología, celo profesional o capricho mezquino propio de la falta de afinidades personales, pero que, al fin de cuentas, antes de medir el alcance de una iniciativa se fijan en la cara del proyectista y si éste no llega a gustarle -por las cien sinrazones de sus inferiores reacciones- usan el arma suicida de empujar los proyectos al terreno de la ignorancia comunitaria...
Los que pertenecemos a una generación que conoció los esfuerzos de un Comité de Entidades Representativas al promediar el siglo pasado, que hizo de Paysandú la avanzada industrial del Interior y de su ciudad la segunda del país; los que nos educamos en casas de estudio donde el respeto a los mayores era moneda común y corriente; los que escuchábamos a don Adolfo Mac Ilriach hablar del “Espíritu de Paysandú” que hasta hace unos años tenía una casa que exaltaba y perpetuaba esa conducta, hoy vemos con preocupación cómo se le ha borrado y puesto en su lugar el “fantasma” de la envidia. Se ha cambiado la sonrisa por el gesto adusto, el optimismo por la pesadumbre, la preocupación colectiva por el interés meramente personal, el sumarnos a un empeño por el “animémonos pero que sean otros los que vayan”, porque nos reservamos el derecho a la crítica gratuita y destructiva. Nos ha ganado la mediocridad. Hemos perdido los valores de la convivencia y todo lo demás viene por añadidura o consecuencia.
Soportamos un estado de abandono y negligencia que espanta: veredas intransitables, calles sumergidas en la mugre, espacios públicos sometidos a los vejámenes de los malvivientes; tránsito endemoniado; ruidos insoportables e irrespetuosos para con el derecho ajeno; jóvenes que se resignan a que lo suyo sea una enfermedad que sanará con el tiempo y que el ahora es sólo un momento de disfrute y desentendimiento. Que eluden los consejos de los padres y abuelos tentados por una vida fácil que en algunos casos -felizmente todavía sólo algunos-, los lleva al encuentro de la peor de sus compañías que es la drogadicción.
La familia se resiente; se rompen lazos de afecto y por si eso fuese poco, la educación de quienes todavía creen en ella, cada año está más lejos y dificultosa de alcanzar entre nosotros. Hay que enviar por ella a nuestros hijos a la siempre insensible capital de la República o buscar cercanías costosas en Salto o en Concepción del Uruguay (RA), porque aquí no supimos defender las facultades (entiéndase Medicina, Veterinaria y Agronomía) y la descentralización universitaria con que soñaron nuestros mayores. El que llegaron a llamar Hospital Escuela -nuestro primer centro asistencial-, hoy está despojado de servicios y aparatología ante la pasividad inconcebible de muchos que quizá por escarnio dicen llamarse sanduceros.
Un ejemplo me ata a otros y éstos amenazan con ser una peligrosa e inútil “novela de entregas”, si es que pretendemos volcar en un solo escrito, que más sabe a desahogo, todos los actuales sufrimientos de un Paysandú paralizado y sin poder de reacción. Que solo atina a hablar, en sus momentos de desconcierto, de un río que quedó sin barcos y un aeropuerto que no tiene aviones. Ya perdimos la batalla termal, con el tren quedamos en la vía y el humo se llevó consigo las chimeneas de nuestras fábricas.
¡Ojalá! Y quiera Dios que no perdamos el poder de la rectificación (aunque el tiempo se nos agota), sin descansarnos en aquello tan simple de que mientras hay vida existen ilusiones y confiar sólo con actividad, en que la esperanza será siempre el sueño del hombre despierto.
A mí sigue ocurriéndoseme evitar que la envidia mutile lo que nos queda por vivir. Rubens Walter Francolino
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