Paysandú, Miércoles 27 de Abril de 2011

Viviendo como nuevos ricos

Opinion | 25 Abr La crisis internacional que se suscitó en 2008, generada a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, tuvo características especiales respecto a otras debacles dado que, contrariamente a lo que ha sido la constante, el impacto del colapso fue de gran magnitud en países desarrollados, como el propio Estados Unidos, y en menor medida en naciones europeas, aunque con serias consecuencias en Irlanda, Grecia y España.
Este escenario ha marcado una sensible diferencia respecto a situaciones cercanas en el pasado, cuando las ahora denominadas naciones emergentes pagaban con desempleo, pérdida de calidad de vida, mayor deuda y condicionamientos, toda distorsión que se generaba en el mundo financiero, con lo que realimentaban su subdesarrollo y penurias.
Esta burbuja ha signado empero un antes y un después, porque a fin de cuentas los países ricos recibieron una buena dosis de su medicina, con recetas que debieron aplicar a regañadientes y tarde, cuando habían impuesto en forma inmediata estas mismas medidas por ejemplo a países latinoamericanos que en su momento, incluyendo a Uruguay, gastaron más de la cuenta y fueron disimulando situaciones que resultaron insostenibles.
En Estados Unidos está costando una enormidad el intento de controlar el déficit fiscal, cuando hay un modo de vida que en gran media ha sido “inflado” y dado lugar a despilfarros para seguir en una “bicicleta” que propició la burbuja que estalló cuando las cosas no dieron para más, ya que era imposible seguir gastando a cuenta de que todo se solucionaría algún día, al mejor estilo de las culturas latinas y sobre todo latinoamericanas.
A esta altura, los abastecedores de materias primas, como ocurre con los países de la región, no solo prácticamente no sintieron el impacto, sino que por el contrario están recibiendo una bonanza que es consecuencia del alto precio de los commodities, debido al crecimiento de naciones como China, y es así que actualmente siguen recibiendo inversiones e ingreso de capitales que antes especulaban en el mundo desarrollado en busca de rentabilidad que ahora no encuentran.
Pero precisamente, cuando fluye el dinero fácilmente, es de sentido común para todo gobierno “parar la pelota” y distinguir entre la sustancia y la espuma, para no caer en la misma trampa una y otra vez, sobre todo ante lo ocurrido con economías como la de Estados Unidos, supuestamente sólidas como una roca.
El analista internacional Andrés Oppenheimer, en artículo que publica el diario El País, formula reflexiones a partir de este estado de cosas, y menciona que en un reciente torneo internacional de tenis advirtió que la mayoría de los asistentes al estadio eran turistas latinoamericanos, “cuyas conversaciones giraban en torno a cuántas cosas acababan de comprar en Miami, y pensé para mis adentros: si esta afluencia económica parece una nueva burbuja económica, probablemente lo sea”.
Recuerda asimismo que varios estudios publicados durante las reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial confirman “lo que el sentido común debiera haber enseñado a los economistas hace muchos años, y que es que existe un verdadero peligro de que el actual ciclo de crecimiento de Latinoamérica sea demasiado bueno para ser cierto y que si no se adoptan urgentes medidas en la región, tal vez no dure mucho”.
Advirtió que hay un “clima de nerviosismo en estos encuentros sobre el futuro económico de América Latina”, al punto que un documento interno del FMI sostiene que la región está en “una doble etapa de viento a favor persistente, con riesgo de un fin abrupto” por cuanto gran parte de la actual prosperidad de la región se basa en dos circunstancias externas extraordinarias, que son una abundante liquidez global, que resulta en una gran entrada de capitales a la región y un aumento en los precios de las materias primas, gracias a la demanda de China, que probablemente no duren mucho”.
Al fin de cuentas la receta que se desprende de estas reflexiones se enmarca en los apuntes que hemos formulado en más de una oportunidad desde estas páginas, y que podría sintetizarse en que los gobiernos como el de Uruguay deben actuar con prudencia, volcando recursos de la bonanza a generar infraestructura para el desarrollo, y de ese modo ponernos a cubierto de imprevistos, en lugar de gastar todo lo que ha ingresado, sin generar sustentabilidad y actuando como nuevo rico.


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