Paysandú, Lunes 02 de Mayo de 2011
Locales | 26 Abr No se ha alterado, no obstante el transcurso de los años, la preocupación de quien es responsable de esta columna por la defensa del idioma, nacida desde que muy joven integró el conjunto de periodistas que actuaban en “El Plata”, el vespertino que fundó y dirigió el Dr. Juan Andrés Ramírez, uno de los más formidables periodistas nacionales, que también fue un maestro en el uso del idioma y que luchó denodadamente en su defensa. Por tanto, el presente comentario se hará sobre la base de conceptos que ya han sido emitidos, pero que es menester reiterar, porque se advierte que los desarreglos idiomáticos perduran.
En efecto, tanto en la expresión oral como escrita tales errores en el uso de la lengua española continúan, y ello se da en todos los ámbitos, científicos, periodísticos, oficiales, en la redacción de leyes y reglamentos, y a estar a lo que ha trascendido ampliamente ello sucede en todos los países en los cuales el español es idioma oficial, y también en España.
Es leal señalar una vez más que quien escribe no es especialista en la materia, pero, en la medida en que ha puesto mucho cuidado en el buen uso del idioma, y en que observa con mucha atención siempre que lee si la ortografía usada es la correcta, se considera en condiciones para formular muchas precisiones al respecto. También observa con atención si el uso de la lengua es correcto en conversaciones y exposiciones orales.
Como dijo nada menos que Ramón y Cajal en “El mundo visto a los ochenta años”, de alrededor de 1930, según trascripción de Alberto Boerger, muy destacado director del instituto “La Estanzuela”, en su libro “Agronomía. Consejos Metodológicos”, existen “grandes y no siempre gratas transformaciones del lenguaje” que lo indujeron a preguntarse cuál idioma se hablaba en España. Dijo allí también que la Academia y filólogos hacían vanos esfuerzos “por contener el alud arrollador de vocablos exóticos y neologismos superfluos” que tuvieron “incidencia importante y absolutamente imparable” en la lengua, lo cual sostuvo que impuso a la Academia un trabajo ímprobo para seleccionar e ingresar oficialmente numerosos vocablos que, agregó, “nuevas técnicas y la formidable transformación de las comunicaciones han obligado a admitir”, lo cual, agregamos, mantiene hoy más intenso ritmo que entonces.
En nuestro medio además gravita desfavorablemente, por contagio de prácticas vecinas, la utilización en la propaganda pública, incluida la oficial, y en algunos casos hasta la de entidades de enseñanza, de voces deformadas del habla popular extendida a todos niveles sociales.
En materia idiomática se ha sostenido por un especialista muy destacado que si bien los lenguajes correcto y popular corren por caminos diferentes, ello no impide que llegue el momento en que voces deformadas se transfieran al lenguaje culto. Y al respecto se debe señalar que las voces correctas más se mantienen en la expresión escrita que en la oral.
Como se ha señalado con anterioridad es frecuente, y poco explicable, que en publicaciones periodísticas se adviertan serios errores. Por ejemplo, que se diga “de acuerdo a” en lugar a “de acuerdo con”. O que en lugar de “arrogarse”, equivalente a acuerdo a “atribuirse” algo, se diga “abrogarse”, error muy extendido en el cual se incurre no solo en Uruguay, y que, inexplicablemente, hasta se ha visto incorporado al Código Penal patrio, art. 167. Al respecto ha afirmado quien fue colega suyo como letrado y penalista que, con seguridad, dada su conocida ilustración, tal “gazapo” no ha sido responsabilidad del codificador, Dr. José Irureta Goyena h.
La preocupación por el buen lenguaje dio lugar a que “El País” del 20 de abril reciente insertara en su página editorial dos notas sobre el tema, el editorial y la columna del Dr. Antonio Mercader, con conceptos en lo esencial coincidentes con lo expuesto. Allí se analizan, entre otros, los llamados “archisílabos”, como son, por ejemplo, “relacionamiento”, palabra inexistente por relación, “intencionalidad” por intención, “posicionamiento” por posición, “recepcionar” por recibir, y otros ejemplos de vocablos mal utilizados. Hoy el espacio no alcanza para analizar otros casos mencionados en dichos comentarios, pero se ha de intentar hacerlo en próxima oportunidad.
Culminamos esta columna con la sugestión, dirigida a los colegas periodistas, de que se señale con precisión, pero con razonable frecuencia, la existencia de errores, a veces “horrores”, que es muy común advertir en la expresión escrita, para contribuir a que la corrección del idioma sea ampliada en toda la extensión en que sea posible.
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