Paysandú, Martes 03 de Mayo de 2011

Por ahora, recostados a Brasil…

Opinion | 03 May A esta altura no es secreto para nadie que existen factores coyunturales y estructurales que están afectando la competitividad de los productos uruguayos de exportación, sobre todo en los mercados extrarregión, porque se da la coincidencia de que en mayor o menor medida en el Mercosur se están dando situaciones similares que favorecen que el Uruguay siga manteniendo una buena relación de precios con el Brasil, aunque no con la Argentina, cuando ambos son nuestros mayores socios comerciales en el subcontinente.
Debemos tener presente que el costo del Estado, presentado como un elemento abstracto pero que pesa en forma gravosa sobre los sectores reales de la economía, tiene un nuestro país componentes que son fundamentalmente de orden estructural, pero que se acentúan por medidas puntuales del gobierno que se manifiesta renuente a atacar un elemento decisivo en los costos: el exceso de gasto público.
Nuestras exportaciones dentro de la región están dirigidas fundamentalmente a Brasil, que es nuestro principal destino, país para el que además el Mercosur es un destino marginal, desde que sus miras están puestas en la cancha grande y a la vez integra el grupo de países emergentes que están ingresando como los nuevos ricos en el concierto internacional.
Pero los antecedentes de confiabilidad del gran país vecino no son precisamente los mejores, y tenemos cercana la crisis de 1999, cuando la maxidevaluación del Real afectó seriamente gran parte de nuestra industria exportadora, que estaba jugada de lleno al mercado brasileño, afectando seriamente el empleo y a la vez contribuyendo a crear las condiciones, junto a la debacle argentina, para que se diera la gran crisis de 2002 en el Uruguay.
Hoy el escenario no es el mismo, pero hay puntos de contacto y señales que deberían llamarnos a reflexión a efectos de eventualmente adoptar medidas preventivas, aunque es notorio que el margen de maniobra es muy escaso ante los problemas estructurales y las condicionantes que imponen la alta presión tributaria, los valores de la energía y los servicios, además de los costos salariales, que determinan insumos muy difíciles de sostener, unido ello a la apreciación de la moneda.
Y si bien la relación de competencia en precios en dólares de nuestros productos se ha venido deteriorando, la relación es distinta respecto al socio grande del Mercosur y el problema queda semioculto por las altas cotizaciones de los productos alimenticios que exportamos.
En el caso de la mercadería que incorpora valor agregado, es decir mano de obra nacional, la cosa es distinta, y gradualmente el Uruguay ha ido quedando fuera de competencia en el mundo, salvo con Brasil, respecto al que seguimos siendo competitivos.
La combinación de inflación en moneda propia y la caída del tipo de cambio real constituye un panorama nada tranquilizador para la economía uruguaya, aún ante el caso de Brasil, que también sigue revalorizando su moneda, y no puede extrañar por lo tanto que los brasileños inunden los free shops y los comercios del lado uruguayo para favorecerse con compras por la fortaleza de su moneda.
Efectivamente, nuestro gobierno está monitoreando en forma permanente la situación con Brasil, sobre todo a su moneda, el Real, teniendo en cuenta los antecedentes de fines de la década de 1990, a efectos de detectar que pueda darse una situación similar, pero una cosa es monitorear y otra tener el margen para actuar en tiempo y forma ante la eventualidad de una “corrección” cambiaria de nuestros vecinos, entre otras medidas posibles del país norteño.
Entre esas alternativas, la presidenta Dilma Rouseff ha anunciado la contención del gasto público en su país. Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo, porque además hay un costo social implícito, y si ello no se logra en la medida deseada, quedan pocas alternativas de correcciones, más allá de la depreciación de la moneda para tratar de alcanzar una mejor competitividad.
Ello coloca a Uruguay en la misma disyuntiva, precisamente: hay que contener el gasto para no seguir demandando más y más recursos de los sectores reales de la economía, y por ende incrementar sus costos, con mayor inflación y deterioro de la competitividad.
Y esta inquietud no es un tema nuevo, sino que ya viene arrastrándose desde hace años, con los altos valores de las materias primas operando hasta ahora como el “salvatore” de la situación, lo que nadie sabe cuanto va a durar. Ese es precisamente el punto a tener presente, para no encontrarnos un día con que este escenario favorable se nos escurre como arena entre los dedos, y hemos perdido la oportunidad de más o menos ponernos a cubierto con medidas que hasta ahora no han aparecido.


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