Paysandú, Jueves 05 de Mayo de 2011
Opinion | 04 May La muerte de Osama Bin Laden sacudió al mundo de una punta a la otra. Mientras los estadounidenses desfilaban por las calles de sus ciudades como si hubieran ganado un Mundial de Fútbol, en los países árabes se hablaba de asesinato y el movimiento islamista palestino Hamás convertía a Bin Laden en un “mártir de la guerra santa”.
No obstante, claramente, atrapar (“vivo o muerto” como en el viejo Oeste) a Bin Laden se constituye en el primer gran triunfo del gobierno de Barack Obama. Una administración que no ha podido detener la crisis económica, resolver el déficit educativo ni solucionar el “problema” de la inmigración indocumentada, cierra una herida abierta en 2001 y con eso devuelve la fe a una nación necesitada de ella. La muerte de Bin Laden, además, implica que el mundo entero se ha liberado de un maestro terrorista que inauguró la etapa más temible del terrorismo de masas. Aunque Al Qaeda, la organización internacional que él fundó y dirigió, puede no estar detrás de todos los atentados terroristas que se le han atribuido, con solo haber estado detrás de 9/11 sería suficiente para respirar aliviados con la desaparición de Bin Laden.
El 11 de setiembre de 2001 es por añadidura el hecho por donde todo empezó y el que proporcionó justificación a la invasión de Irak primero y de Afganistán después, y la casi guerra de Pakistán ahora. Es el hecho que atrajo al principio la simpatía de todas las democracias y personas de orden con la nación americana. Lo que siga de inmediato puede que sea la etapa más peligrosa porque las numerosas organizaciones terroristas, y las varias Al Qaeda autónomas que existen, seguramente intentarán demostrar que siguen activas.
Ese es el desafío de los pueblos libres. Imaginar el mundo sin Bin Laden. Ya murió. Pero no ha muerto el mal. Porque en una guerra no hay villanos. Estados Unidos se prepara para lo que claramente aparece como inminente, el contraataque del terrorismo internacional. Consecuentemente, Al Qaeda y otras organizaciones seguramente buscarán aprovechar esta muerte para demostrar no solamente que no han perdido fuerzas, sino que ella no detiene sus intenciones ni reduce su poderío mortal.
Bin Laden representó, fue la cara del mal, pero no era el mal en sí mismo. Villano solamente para las historietas, su muerte implica un acto de justicia, ante el terror y muerte que directamente provocó. Pero el mundo sigue en peligro. La sangre volverá a derramarse por la lucha entre ideologías, poderes económicos e intenciones políticas.
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