Paysandú, Viernes 13 de Mayo de 2011

“Alivio”, tal vez, pero poco y nada va a cambiar

Opinion | 06 May El mundo todavía sigue impactado por el operativo en que fuerzas especiales de Estados Unidos ingresaron a Pakistán y ultimaron al líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, recluido desde hace años en un bunker desde donde dirigía operaciones terroristas en occidente que costaron miles de muertes inocentes, como fue el caso en setiembre de 2001 el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en el marco de un vasto operativo que estrelló cinco aviones de línea contra blancos elegidos en la nación norteamericana.
Y por cierto que tras haber dejado decantar las aguas unos pocos días para evaluar más o menos en todas sus connotaciones esta acción enmarcada en una respuesta al terrorismo internacional, igualmente resulta muy difícil evaluar en su real proyección las alternativas y consecuencias de este hecho, por cuanto hay elementos de juicio objetivos y también subjetivos encontrados a la hora de analizar el episodio.
No puede obviarse en primer lugar el perfil siniestro y despiadado de Osama Bin Laden, verdadero enemigo público internacional, quien en aras de una supuesta ideología y fanatismo religioso no vaciló en llevar a cabo actos de “justicia” contra el “imperialismo” para masacrar miles de inocentes, y que era buscado desde hacía una década como el principal responsable de atroces crímenes en países occidentales.
El punto es que el episodio está signado por aspectos muy controvertidos, como es el ingreso de fuerzas estadounidenses en otro país, cual policía del mundo, para capturar o eliminar al hombre más buscado de la década. Pero nadie con dos dedos de frente puede obviar que este accionar responde a una realidad que es mucho más compleja que lo que quisiéramos, porque sería un salida delirante por ejemplo pedir la captura a Interpol y esperar que la policía internacional lo capture sin más para ponerlo a disposición de la justicia de los países que lo reclaman.
Igualmente, más allá de los medios utilizados, seguramente el sentimiento generalizado es de alivio porque se ha eliminado a la principal cabeza de la amenaza terrorista. Es decir que no podía esperarse otro fin distinto que el caer a sangre y fuego por quien así vivió, haciendo realidad el refrán de que quien a hierro mata a hierro muere, y por cierto con el ingrediente de que la muerte del principal responsable no hará que se borre por arte de magia el drama y dolor sufrido por las víctimas y sus familiares que cayeron en los atroces atentados.
Tampoco es de sentido común creer que con la muerte de Bin Laden se pone fin o siquiera un freno al terrorismo internacional, que seguirá en sus trece, porque se trata de grupos de fanáticos que medran en el caos. Lejos de un medio, esta violencia irracional es un fin en sí mismo, con apenas un barniz para justificarse ante la opinión pública.
Seguramente para Estados Unidos y buena parte de occidente sea un motivo de satisfacción asumir que pese a los años transcurridos, quede demostrado que no hay quien escape al largo brazo de la justicia, y tal vez pueda ser manejado como una especie de escarmiento o elemento disuasivo para quienes así actúan. Pero ello significa considerar a los terroristas como seres pensantes y racionales, cuando es notorio que para ellos no se aplica la ponderación, los valores ni el sentido común que tiene el ciudadano promedio, del país que sea.
Como elemento adicional al episodio, en las últimas horas se ha conocido que el presidente de Estados Unidos decidió finalmente no difundir las imágenes del cadáver de Bin Laden porque ese cuerpo “no es un trofeo” y para evitar incitar a la violencia extremista. Obama aseguró: “hemos estado supervisando las reacciones mundiales y no hay dudas de que esté muerto”, tras las aprensiones y dudas iniciales porque no se mostró el cadáver, aunque la Casa Blanca difundió fotos del operativo.
Divulgar las fotografías, agrega el mandatario, no aportarían ningún beneficio a la seguridad nacional y por contrapartida, podrían poner en peligro a las tropas estadounidenses en el exterior, ante el riesgo de represalias por simpatizantes de Al Qaeda. “Es importante asegurarnos de que unas fotos muy gráficas de alguien con un tiro en la cabeza no circulan por ahí como una incitación a más violencia”, explicó. Y aunque es entendible que muchos duden de si en verdad Bin Laden fue muerto en tales circunstancias, también es cierto que de no haber sido de esa manera ya lo hubieran hecho saber sus seguidores y él mismo a través de Internet.
Igualmente, con o sin la muerte de Bin Laden, haya sido abatido cuando se resistió o ejecutado posteriormente, las circunstancias en poco y nada van a cambiar el tenor de las acciones del terrorismo internacional, que seguirá regodeándose con sus “mártires” pero que ignora olímpicamente las muertes y el drama de miles de inocentes asesinados también sin juicio ni ninguna consideración, simplemente por la culpa de estar en el momento menos oportuno en el lugar al que decidieron trasladar su “guerra” contra la humanidad, nada menos.


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