Opinion | 19 May Matizando de vez en cuando el bilateralismo crónico que aplican en el Mercado Común del Sur (Mercosur) los dos grandes socios del bloque, Brasil y Argentina, resurgen desencuentros como el que se está registrando actualmente por la confrontación de intereses entre los industriales de uno y otro país, esta vez por el mercado automotriz.
Es difícil de asumir que cualquiera sea el resultado del diferendo, éste no termine salpicando al Uruguay para bien o para mal, pero no puede soslayarse a la vez que las relaciones dentro del acuerdo distan de ser lo que deben ser y menos aún responder al espíritu y la letra del tratado regional.
En esta oportunidad Brasil decidió eliminar licencias automáticas para importaciones de autopartes y vehículos, por lo que cada exportación necesitará autorización especial para ingresar al mercado brasileño, en tanto el gobierno de Cristina Fernández protestó airadamente contra la medida, que es considerada por la mandataria como una represalia por similares restricciones previas de Argentina en otras áreas del intercambio bilateral.
Incluso la argumentación del ministro brasileño de comercio exterior, Fernando Pimentel, no se fue con evasivas ni lo atribuyó a problemas burocráticos, sino que se trata lisa y llanamente de que su país procura reducir el déficit comercial que padece en el sector automotor.
Este episodio, por si hacía falta, pone sobre el tapete como se juega el partido en la cancha del Mercosur, donde los problemas propios de cada país justifican que se lleve por delante como si nada los compromisos que se han suscripto por los socios del Mercosur.
Hasta ahora como meros espectadores del diferendo, sería de tontos considerar que este es un problema que no nos toca y que debe arreglarse entre los dos involucrados, desde que nuestro propio tamaño y dependencia, sobre todo de Brasil, nos hace susceptibles a que un estornudo de nuestros vecinos suene a cataclismo de este lado de la frontera. Igualmente, aún no está claro hasta donde la nueva medida brasileña puede debilitar nuestras exportaciones a ese destino, pero es evidente la indefensión que tenemos frente a las decisiones bilaterales o unilaterales que se den en este como en otros temas atinentes al comercio dentro del bloque.
En todos los casos, el Uruguay debe apelar –otra cosa es que le hagan caso—a que se respeten íntegramente las disposiciones que regulan el tratado del Mercosur, pero sobre todo buscar decididamente alternativas para que los problemas en el bloque no nos golpeen con la fuerza con que lo hacen cada vez que se plantean.
A esta altura no es secreto para nadie que existen factores coyunturales y estructurales que están afectando la competitividad de los productos uruguayos de exportación, sobre todo en los mercados extrarregión, siendo Brasil el único mercado al que podemos apuntar dado que Argentina está actualmente más “barata” que Uruguay.
Pero debe tenerse presente que los antecedentes de confiabilidad del gran país vecino no son los mejores, y tenemos cercana la crisis de 1999, cuando la maxidevaluación del Real afectó seriamente gran parte de nuestra industria exportadora que estaba jugada de lleno a ese mercado.
Hoy las condiciones no son exactamente las mismas, pero es notorio que Brasil tiene problemas de competitividad y no lo favorece la relación cambiaria, por lo que hay aspectos similares en juego y señales que deberían llamarnos a reflexión a efectos de eventualmente adoptar medidas preventivas, aunque es notorio que el margen de maniobra es muy escaso ante nuestros problemas de costos internos. Ello coloca a Uruguay en la disyuntiva de contener el gasto para no seguir demandando más y más recursos de los sectores reales de la economía, y por ende incrementar sus costos, porque es indudable que más tarde o más temprano los brasileños van a corregir el escenario actual –el diferendo con Argentina es una señal inequívoca—y nos van a dejar agarrados del pincel, si no trabajamos con decisión e imaginación para la diversificación de mercados.