Paysandú, Sábado 21 de Mayo de 2011
Locales | 20 May Tuvo tantos sueños que alguna vez perdió la cuenta, aunque entiende que en la vida hay que tener actitud y asumir los compromisos. De conceptos claros y frases acertadas, Sergio Urruty (32), el menor de trece hermanos, relató su historia de hombre rural.
Nació y se crió en pueblo Soto, y cuenta que debió aprender a trabajar en diferentes ámbitos. Supo desempeñarse como ayudante de cocina en restaurantes de Punta del Este durante varias temporadas, pero asegura que su vida está en el campo.
“Me he dedicado a todo tipo de laburo. Primero aprendí a arrancar naranjas, preparar la comida en la cocina de los peones, trabajar en el campo, alambrar, tropear y a encarar la vida cumpliendo los compromisos asumidos”, afirmó.
Padre de cuatro varones, aseguró que en los campos de Soto se hace lo que se puede. “Por suerte se puede decir que hay laburo. Yo trabajo en los establecimientos de la zona, junto a Álvaro dos Santos, que es mi capataz. Hacemos de todo un poco y la verdad no hay mucho margen, porque trabajar hay que trabajar. Hay que enfrentar con las mismas ganas de siempre cada jornada”.
En cuanto a su experiencia en el balneario más importante de nuestro país, dijo que “fue como cualquier otra. Primero entré como lavandín y así fue como arranqué; después el jefe de cocina cambió y el que vino me llevó como ayudante y la verdad que me fue bien. Poco a poco me fui puliendo y por suerte aprendía rápido, lo que me ayudó mucho. También trabajé en saladeros, fui planchero y así la fui remando. Hoy me encuentro de nuevo en el pueblo por esas cosas de la vida. La experiencia en el Este fue durante ocho temporadas y la última vez fue hace dos años”.
Al comparar los estilos de vida del campo y la ciudad balnearia, Urruty aseguró que “prácticamente en esas ciudades todo pasa mucho más rápido y con el afán de hacer un poco de dinero se pierde referencia de la vida misma. Te levantás y ya encarás para el laburo y hasta altas horas de la madrugada siguiente. En cambio acá uno tiene vida. Se levanta temprano, toma unos mates, ves todos los días a tus gurises, y la verdad que allá eso no se me daba. Entonces uno va perdiendo cosas. Ganas buen dinero, pero vas perdiendo muchas cosas, como es el estar con la familia”.
Hijo de chacreros, este hombre rural confesó que “lo que más me gusta del lugar es la tranquilidad. Además, que todos los que nacimos aquí pudimos tener nuestra casa. Nos criamos juntos, fuimos juntos a la misma escuela y eso es muy importante para todos nosotros”.
Respecto a aquello de que “en pueblo chico el infierno es grande”, opinó que “no es tan así. Se convive bien. Y no hay que ‘hacerse la cabeza’ sobre las cosas que puedan decir los demás. Cada cual tiene que mirar para adelante y si alguno te da una cachetada, que sirva como experiencia para continuar. Hay que caminar siempre intentando hacer algo, tanto para el pueblo como para uno mismo, o dando una mano a uno o a otro”.
De su niñez recuerda que siempre se le inculcó el trabajo. “Así fue, porque la vida de nosotros no era fácil. Comíamos de lo que mis padres producían en la chacra y eso yo lo recuerdo con felicidad. Hay que cuidar lo que uno tiene, por poco que parezca. Muchas veces algunas personas se mueren por tener un auto, y no tienen una casa donde vivir. Es decir que primero lo primero. A veces la gente ve lo importante por no ver lo urgente”.
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