Paysandú, Miércoles 25 de Mayo de 2011
Opinion | 21 May El crecimiento poblacional y el gradual agotamiento de los recursos naturales representa un serio desafío para la humanidad, dado que habrá un incremento de la demanda de alimentos y energía, en una loca carrera que solo puede dilucidarse a través de una explotación racional y el uso de mejores tecnologías que se traduzcan en eficiencia y búsqueda de un equilibrio.
Por lo pronto, en lo que refiere a los alimentos, se conoció en las últimas horas el Informe Alimentario Mundial de la FAO, Organismo de las Naciones Unida para la Agricultura y la Alimentación, con proyecciones de la demanda hacia el futuro, que ha crecido en los últimos años debido al aumento de las compras chinas e indias, lo que a la vez ha presionado los precios al alza.
Según la ONU, la producción crece en gran forma, pero al mismo tiempo aún hay unos mil millones de personas con problemas de alimentación, en tanto la población mundial seguirá en aumento hasta alcanzar un estimativo de 9.500 millones en el 2050, según recientes estimaciones.
Empero, los niveles cada vez más altos de consumo llevarán a la necesidad de incrementar aún más la disponibilidad de alimentos y materias primas, al punto que estudios como el de la FAO estiman su triplicación de aquí a mitad del siglo. Pero ya la presión de la demanda hace su efecto en los valores de los alimentos, y según el índice de precios de alimentos del Fondo Monetario Internacional (FMI), éstos crecieron un 33 por ciento en el último año finalizado en abril, lo que alcanza niveles históricos de apreciación, incluso un seis por ciento más altos que el pico de junio de 2008, cuando se desató la crisis financiera internacional que derrumbó los precios.
Si bien hay consenso respecto a una demanda que crecerá por encima de la oferta, tanto en alimentos como en energía, debe considerarse que la presión de la población mundial sobre los recursos naturales no es uniforme, porque existe una notoria desigualdad en el consumo entre países pobres y ricos, con el agregado de que estos últimos siguen marcando los precios y se resisten a adecuar de alguna manera su calidad de vida para una mejor distribución de los recursos naturales.
Es así que en los países desarrollados una persona consume en promedio 16 toneladas de minerales, combustibles fósiles y biomasa por año, contra cuatro toneladas per capita en naciones como la India, con toda una escala intermedia entre uno y otro extremo.
Estas flagrantes diferencias son indicativas de que la presión sobre los recursos naturales es disímil de acuerdo a la región o país de que se trate, y que no será fácil modificar este statu quo que tiene que ver directamente con la calidad de vida de que han gozado durante décadas los países desarrollados, porque las naciones que además dictan las reglas del ordenamiento económico mundial se resisten a ceder posiciones para atender que otros puedan participar en la “fiesta cerrada” que han tenido durante tantos años.
El subcontinente sudamericano, pese a su subdesarrollo y grandes dificultades en infraestructura, desigualdades y asimetrías en la distribución de la riqueza, tiene como contrapartida un gran potencial como abastecedor de alimentos como consecuencia de ventajas comparativas y grandes recursos naturales todavía inexplotados, y a la vez cuenta con buenas posibilidades en materia energética en lo que refiere a impulsores renovables igualmente inexplotados.
No puede extrañar que desde los países ricos se esté mirando cada vez con mayor atención el gran potencial existente en países emergentes, como es el caso de nuestra región, y que hay capitales en danza en todo el mundo en procura de tomar parte de inversiones en áreas estratégicas, como la producción de commodities y para tratamientos primarios que permitan abastecer a las grandes plantas y complejos para terminar productos instalados en países desarrollados y algunos países emergentes, como los asiáticos.
En base a estas líneas fundamentales de un complejo escenario internacional, con manifestación de intereses contrapuestos las más de las veces y enunciados de buenas intenciones y apelaciones al entendimiento que recurrentemente se han formulado y con poco reflejo en la realidad, el desafío que se presenta a Uruguay como a otros productores primarios de base agropecuaria es tratar de preservar sus recursos naturales con la impronta de una marcada inversión en capacitación y tecnología, como valores fundamentales en el mundo de hoy y el del futuro, en aras de la sustentabilidad de los procesos, reciclaje de recursos y multiplicación del trabajo dentro de fronteras.
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