Opinion | 23 May Con un desempleo ubicado apenas por encima del cinco por ciento en nuestro país, es indudable que se está en un nivel históricamente bajo, y por supuesto, muy distante de los índices que se dieron en crisis cercanas, como la de 2002, lo que es un aspecto que debería indicarnos que en teoría se está en el buen camino.
Pero no puede escapar a nadie, por encima de los números, que en este panorama tienen mucho que ver los efectos de la favorable coyuntura económica, y sobre todo que la forma en que se mide el empleo en nuestro país es muy controvertible en cuanto a determinar si una persona realmente cuenta con un empleo estable y tiene por lo tanto un futuro en ese trabajo.
Es consecuentemente un dato que debe tomarse con pinzas, de acuerdo a la realidad que vemos todos los días, porque se considera “empleadas” a personas que tienen trabajos ocasionales, de muy baja calidad y duración, y además se da por desempleado solo a quien ha buscado empleo en el último período.
Estamos por lo tanto relativamente mejor que en años anteriores, sobre todo a principios de la década, pero no puede obviarse que más allá de la precariedad de los puestos de trabajo, tenemos serios problemas de educación y capacitación en el caso de la mano de obra calificada, y este es precisamente un déficit que queda al desnudo cuando hay demanda de mano de obra que no es suplida satisfactoriamente por quienes salen al mercado laboral en demanda de empleo.
Ello da la pauta de que hay fallas y sobre todo desfasaje en formación respecto a los requerimientos, y que se ha llegado a esta situación debido a serios problemas en nuestra enseñanza, que se vienen manifestando desde hace varios años pero que se han agravado en la última década.
No puede obviarse, en sintonía con este escenario que rompe los ojos, que las autoridades de la enseñanza y buena parte del poder político han estado omisos en adaptarse a los tiempos y contamos con una formación que sigue ajena a la realidad, que se ha detenido y aún retrocedido para quedarse con un escenario de hace medio siglo, como si el mundo no hubiera avanzado desde entonces.
Expertos en materia del mercado laboral consideran precisamente que los niveles de formación que brinda el sistema educativo constituyen una condición limitante para resolver la dificultad de encontrar personal para cubrir los puestos demandados, precisamente porque la educación está desconectada del mundo del trabajo y con resultados que se ven a diario, con carencias notorias en eficacia y eficiencia para cambios que se adapten al mundo laboral.
El Uruguay incluso está retrasado en encarar una discusión que se ha dado prácticamente en todo el mundo, si tenemos en cuenta que una mayoría de países ya ha iniciado un proceso de adaptación a efectos de suplir estos requerimientos, pero en nuestro caso este proceso todavía está por verse y ni siquiera hay diagnóstico y mucho menos planes.
Es evidente que nuestra educación sigue embretada en programas obsoletos, a lo que se agrega el escaso rendimiento de los estudiantes, lo que determina que el joven egrese con conocimientos generales que tienen poco y nada de aplicación para una inserción laboral calificada.
A ello deben agregarse altos niveles de deserción, sobre todo en Secundaria, la degradación de valores en los jóvenes, la falta de motivación y escasos hábitos de estudio, que se traducen en pobrísimos niveles de conocimiento. Por otro lado, existe desconexión de muchos cursos de formación técnica respecto a requisitos y programas para integrarse al esquema laboral, lo que indica que es imprescindible un estrecho contacto con las empresas a efectos de determinar sobre qué elementos se sitúa la mayor demanda de empleo calificado, por lo menos para hacer algo valedero al respecto.
Hay consenso respecto a que hoy no es suficiente terminar Secundaria para insertarse en el mercado laboral, porque se sale solo con un conocimiento básico pero insuficiente para acceder a cargos de nivel medio bajo, y tampoco existen --sobre todo en el Interior-- opciones valederas en cursos de formación técnica medianamente aceptables para tareas calificadas, lo que da la pauta de que urge poner manos a la obra para promover respuestas a un desafío que es cada vez más acuciante.