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Paysandú, Domingo 05 de Junio de 2011

Superarse día a día

Locales | 03 Jun Cristina Rodríguez (38) es asistente pedagógico en el Centro de Atención a la Infancia y a la Familia (CAIF) “Ositos Cariñosos” de Orgoroso. Nació en Paysandú, pero desde muy temprana edad estuvo vinculada al medio rural, ya que su familia vivía en el campo. Es la menor de cinco hermanos y su padre fue peón de campo, en tanto su madre fue costurera y cocinera de escuela.
La historia de Cristina Rodríguez es la de una mujer que sigue creyendo en la superación y asume desafíos en pos de un futuro mejor. Sueña con terminar los estudios secundarios y desea seguir trabajando, ya que --asegura-- le gusta mucho lo que hace.
En diálogo con EL TELEGRAFO recordó con felicidad los años de la infancia. “Fueron tiempos buenos de andar en carro con mis hermanos y mis padres; jugar con las muñecas y juntarme con mis compañeras de escuela. Éramos muy felices, aunque teníamos nuestras responsabilidades, como ordeñar las vacas. Cada uno asumía su trabajo: mis hermanos juntaban leña y los demás teníamos que entrarla.
También tender las camas y hacerlo bien, porque nuestra madre nos enseñó a ser muy prolijos. Lavábamos la ropa y cumplíamos todas las actividades de la casa. Todo debía hacerse lo mejor posible, sin perder de vista que teníamos que contar con el tiempo suficiente para hacer los deberes de la escuela y al otro día comenzar de nuevo”. A pesar de las dificultades económicas, la infancia de Cristina fue muy feliz. “Recuerdo que esperábamos ansiosos cuando nuestro padre traía los surtidos. La verdad que dentro de lo pobres que éramos fuimos muy felices. Por las actividades de mis padres la familia estuvo en otros lugares, aunque yo no recuerdo mucho sobre eso, pues era muy chica”, comentó la entrevistada, a quien le encantan los niños, “especialmente los de 2 y 3 años. Me gusta lo que hago, y la verdad que después que me capacité me gustó mucho más aún”. Además de trabajar con mucho entusiasmo, sigue estudiando, fijándose nuevos objetivos. “La verdad que mi día se hace largo. Me levanto por la mañana y luego de un ducha paso por Promoción Social, preparo el material a utilizar en el CAIF; a las 11 tomo el ómnibus que sobre el mediodía me deja en Orgoroso. Al llegar al Jardín preparo la leche y alguna torta para los niños. Un rato después llega mi compañera que complementa las actividades y luego trabajamos con los niños hasta las 17. Al finalizar salgo a la ruta para ver si consigo ‘tiraje’ para poder llegar a las 19 y 30 al Liceo Nocturno, donde estudio 5º humanístico. Mi día termina a la media noche”.
Trabajar en el CAIF y dedicar tiempo al estudio es posible gracias a un modo positivo de ver la vida y a los valores incorporados desde la niñez.
“En todo momento pienso en positivo, aunque me angustia estar sola. Solo puedo ver a mi madre los domingos en el almuerzo y a mi padre, que me enorgullece verlo andar en carro. Sé que el tiempo no me da, pero si no lo hago así no hay forma de superarme. Entonces tengo que sacrificar cosas de mi familia. Todos los días digo que voy a llegar a tiempo a todos lados y ‘dale, vamos arriba que puedo’, y así todos los días del año”.
En el Jardín el desafío permanente es transmitir a los más pequeños las buenas costumbres como el aseo personal, sentarse correctamente y hacer la fila en forma ordenada. “Todo ello me hace sentir muy feliz”.
“Son normas de comportamiento, de convivencia y de higiene. Son las normas de convivencia que nos van a llevar por la vida”.
“Es lo esencial y lo primero, y por suerte los niños lo absorben. Ello se puede ver tiempo después en la escuela. Compartir una canción o cruzarnos las piernas para sentarnos, todo ello lleva al niño a que en el futuro pueda ser una persona de bien”, afirmó.


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