Paysandú, Sábado 25 de Junio de 2011
Opinion | 19 Jun “Ahora la Intendencia nos exige hacer zig zag entre unos conos para sacar la libreta de conducir motos, y quiere obligarnos a usar casco. ¡De esta manera, las personas mayores con dificultades motrices o de equilibrio nunca van a poder obtener la licencia! Además, el casco resta visibilidad y en mi caso, como no tengo espejos en la moto, no sé quién viene detrás. ¿Para qué hacen todo eso, si la gente como yo somos los que andamos despacito y nunca tenemos accidentes?”, nos comentaba una señora en Trinidad, durante una charla de café.
Este diálogo surrealista sin embargo puede repetirse en cualquier punto del país, aunque con mayor énfasis en el Interior, donde hasta no hace mucho tiempo ningún motociclista usaba casco protector, tal como sucedía en Flores, donde por mucho tiempo las autoridades hicieron la vista gorda a los infractores que desobedecían la reglamentación nacional que obliga su uso, creando así una “zona liberada”. Las opiniones que se escuchan por aquí son coincidentes en lo medular con lo que sostiene esta señora, puesto que todos los motociclistas creen que jamás sufrirán un accidente porque los que hacen las cosas mal son siempre los otros. Con esa mentalidad tan arraigada en su población, no es de extrañar entonces que mientras el promedio de fallecidos en accidentes de tránsito en Uruguay es de 16 cada 100 mil habitantes por año, el máximo se registra en el departamento más pequeño y de menor población, precisamente Flores, donde la tasa de fallecimientos es de 50 cada 100 mil habitantes.
En cualquiera de los casos, son demasiados siniestros con una tasa muy alta de mortalidad para un país tan pequeño, por lo que durante la Administración Vázquez se creó la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev), que busca reducir esos índices propiciando políticas de seguridad.
En principio es cosa buena que el gobierno reaccione ante lo que es la mayor epidemia que sufre nuestro país y que en los últimos 30 años se ha cobrado más de 15 mil vidas, tanto como la población de una ciudad del tamaño de Trinidad, por ejemplo. Desde su creación en 2006, la Unasev promovió cambios de gran relevancia en seguridad como el uso obligatorio del caso en los motociclistas, el uso del cinturón de seguridad, tolerancia mínima de alcohol en los conductores; otras como la circulación con luces encendidas para todo vehículo tanto de día como de noche, así como propició la creación de Unidades similares departamentales y llevó adelante acciones para concientizar a la población sobre esta problemática.
Así y todo, la siniestralidad sigue aumentando en todo el país, y quizás lo que más alarma a los políticos es que en gran medida aumenta en Montevideo. Cabe entonces preguntarse dónde estamos fallando, desde que parece ser que cuando más se está haciendo en prevención, legislación y represión, el resultado es más pobre. En parte la respuesta está en la visión montevideana de los problemas del tránsito, que no logra asimilar los cambios que se están produciendo en el parque vehicular con la suficiente rapidez con que ocurren, así como el hecho que muchas medidas parecen ser tomadas más desde atrás de un escritorio que en base a la realidad de nuestro tránsito. De hecho, en los últimos años las calles de Montevideo han sido “invadidas” por motocicletas chinas de todo tipo como jamás sucedió, debido a que éstas llegan a nuestro país a valores sumamente accesibles para cualquiera.
Así, cada día ocurren decenas de accidentes en la capital, la mayoría con motos involucradas y por lo tanto potencialmente graves. Las causas de los siniestros son siempre las mismas y tienen más que ver con la imprudencia. Basta circular por cualquier calle importante o avenida de Montevideo para sorprenderse con las actitudes temerarias de los motociclistas. Lo mismo que en Paysandú, solo que acá no es novedad.
Por lo demás, siempre existió algún energúmeno que se siente un Schumacher al volante; los ómnibus siguen siendo los dueños del asfalto; los taxis “meten trompa” como de costumbre; y ciertamente las calles están bastante abarrotadas. Entonces, sin lugar a dudas que uno de los factores distorsionantes son las motos, o la forma en que son conducidas. Ergo, si los esfuerzos no se concentran en este sector, las cosas solo pueden seguir empeorando.
Otro aspecto es la actitud de los conductores cuando son detenidos por la autoridad competente. Antiguamente los inspectores de Tránsito, ya sean municipales o de Policía, eran respetados por toda la población, y a nadie se le ocurría escapar de un control o faltarle el respeto al funcionario. Ahora es común ver cómo algunos conductores les hacen frente, los provocan, los atropellan y los desobedecen. Son capaces de cometer las infracciones más temerarias para eludirlos, como tomar contramano a alta velocidad por calles transitadas o circular por la vereda. O sea que no es que desconozcan las reglas, sino que las ignoran con plena conciencia de sus actos.
Por otra parte, hoy es más barato comprar un ciclomotor nuevo o usado que hacer frente a una multa importante. Entonces no es de extrañar que los galpones de la Dirección de Tránsito estén repletos de motos decomisadas sin que nadie intente rescatarlas.
Estos son los verdaderos problemas del tránsito. Para combatirlos de nada sirve reducir la tolerancia de alcohol en la sangre de 0,3 decigramos por litro, a cero, u obligar a los vehículos a circular con las luces encendidas en pleno día, como en Finlandia, donde se justifica porque viven en penumbras debido a la latitud donde se encuentra. De esta forma, combatimos el 20% de las causas de accidentes con el 80% del esfuerzo; no es raro que las cosas vayan mal.
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