Paysandú, Domingo 03 de Julio de 2011
Opinion | 01 Jul Este 1º de julio EL TELEGRAFO cumple sus 101 años de vida, es decir que ha doblado ya el codo del siglo de existencia, cuando parece que fue ayer nomás que estábamos festejando el centenario de esta casa periodística, renovando el compromiso de siempre con Paysandú, el país y la región, pero sobre todo con nuestros consecuentes lectores que nos han colocado en el sitial de preferencia.
Cumplir años también significa mirar para atrás y hacia adelante, sobre todo cuando ya tenemos más de un siglo de historia, que es la historia de Paysandú, de la que no solo hemos sido testigos, sino sobre todo protagonistas, felizmente, porque los sanduceros así lo han querido y nos han ungido con esta responsabilidad, nada menos. El primer ejemplar de EL TELEGRAFO salió a la calle con el despertar del nuevo siglo, en los tiempos de las cruzadas románticas y quijotescas, y por cierto que este último adjetivo cabe íntegramente a la aventura periodística que emprendieron Angel Carotini y Miguel A. Baccaro en aquel Paysandú que nació al pie del río junto al cual creció, y por donde llegaban mercaderías y salía la riqueza que dio vida al terruño.
Desde aquel taller en el que artesanalmente y “tipo a tipo” se armaba EL TELEGRAFO –cada “tipo” corresponde a una letra del texto-- hasta avanzado el siglo, pasando por las “linotipos” –máquinas que hacían línea por línea en plomo-- y las rotoplanas –impresora que utiliza bobinas de papel e imprime con original de plomo-- que masificaron la impresión de ejemplares, ha ido evolucionando con el paso del tiempo hasta llegar a la era informática y digital de nuestros días.
Sin dudas que el mantenernos al día con la evolución tecnológica ha sido uno de los factores que nos ha permitido mejorar constantemente la calidad del producto que llega a manos de nuestros lectores, lo que en su momento a la vez nos llevó a enfrentar desafíos que nos situaron en más de una oportunidad en la cruz de los caminos, al tener que sopesar los pro y los contra de decisiones que significaron un gran esfuerzo económico y a la vez responder a las exigencias de un tiempo en el que detenerse es retroceder.
Felizmente los esfuerzos nunca cayeron en saco roto y hemos sido retribuidos por nuestros lectores una y otra vez, pero sin dudas ello no hubiera sido posible si al mismo tiempo que hemos ido innovando la tecnología y la presentación de EL TELEGRAFO, no hubiéramos tratado de mantener la misma pluma inquieta de los prohombres que fundaron e impulsaron esta casa periodística a lo largo de las décadas. Por cierto que en nuestras páginas hemos tratado en todo momento de recoger el sentir de una comunidad cuyas necesidades y aspiraciones también han ido cambiando con el paso del tiempo, como así también los logros, los que tampoco son estáticos, porque lo que hoy puede parecer un sueño hecho realidad, mañana seguramente quedará superado y nos planteará un nuevo desafío que se hará impostergable, porque ese es precisamente el motor que mueve a las comunidades a seguir avanzando en pos de nuevos sueños.
Hemos sido por lo tanto copartícipes e incluso abanderados en esta lucha cotidiana por un Paysandú mejor, como lo hicimos en tiempos de la revolución industrial de fines de 1940 y principios de los 50, con legítimos representantes del Espíritu de Paysandú, y que nos han dejado un legado de realizaciones pero también la inspiración para seguir adelante con sus banderas desplegadas.
Por supuesto, un legado de esta naturaleza conlleva una gran responsabilidad, porque hoy, como ayer, las realizaciones requieren de la visión acompañada del esfuerzo, con mucho sentido común pero también con la pizca de audacia y hasta temeridad que hace la diferencia en las coyunturas más difíciles, o cuando el sentido común aconsejaba quedarse con lo que se tenía.
De esta amalgama han surgido logros que también fueron acompañados de incertidumbres en su momento, como todos las tenemos también hoy, porque estamos en un mundo en el que no hay certezas, ni siquiera para lo que a primera vista aparece como inconmovible y a prueba de riesgos.
Y esta es “la sal y pimienta de la vida” por cierto, en el ámbito que sea, porque nos mantiene despiertos y atentos, y mucho más aún para quienes pese a que hemos cumplido más de cien años de vida, nos sentimos con vitalidad y entusiasmo como aquellos fundadores para seguir luchando por el Paysandú del presente y el que dejaremos a las futuras generaciones.
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