Paysandú, Martes 05 de Julio de 2011
Locales | 29 Jun José María Garrasino Baptista, más conocido por “Pepín”, confiesa su pasión por el oficio de electricista que ha desempeñado y que le llevó a ganarse legítimamente el puesto en Ancap, atendiendo durante muchos años la flota de camiones que por entonces disponía esa empresa estatal para transportar los combustibles. En forma paralela siempre se ha encargado del mantenimiento del Club Paysandú primero y desde hace varias décadas del Club Social Sanducero, del que es un verdadero referente y que considera como “segunda casa”, asegurando a quien le quiera escuchar que “el CSS es mío”. Hemos solicitado una entrevista para esta sección de “Pasividades” porque, sin dudas, tiene muchas cosas que contar de su historia de vida y aceptó pese a su natural modestia, disculpándose por alguna mala jugada que le hace su memoria, pero eso sí, con veracidad y coherencia impecables.
De su familia nos dice: “Mi padre se llamó José Pedro Garrasino Ramos y mi madre Irene Baptista Souza”, quienes le dieron dos hermanas: Marta Garrasino Souza, ya fallecida y Susana Garrasino Saucedo. “En mi caso estoy solterito ‘gracias a Dios’, aunque tengo dos sobrinos y un hijo del alma, Santiago que me ha dado dos nietas del corazón, una de once años y otra que recién nació. Yo nací en 1937 en la zona del centro, en la calle Vizconde de Mauá entre Florida y Uruguay donde viví hasta los dieciocho años, concurriendo al cercano Colegio del Rosario. Ingresé a primero con siete años que era la edad en que se permitía entonces, luego de la primaria pasé al Liceo del Rosario también y luego salí para ir a la Escuela Industrial de UTU donde aprendí mi oficio de toda la vida de electricista”.
Entre cables
“Pepín” se mete de lleno en sus recuerdos laborales: “desde los 14 años trabajé de electricista. En aquellos años ni hablar de televisores porque no los había, yo arreglaba las enormes radios a lámpara, las planchas y las instalaciones de las casas particulares. Incluso yo mismo las hice ante la demanda de los clientes, trabajando por intermedio de Casa Tomorosca, que estaba en calle Florida, que era la que figuraba ante UTE porque yo no contaba con la autorización. Le digo que a pesar de ello estaba debidamente preparado e hice instalaciones en muchos hogares sanduceros”.
Admite su inclinación por el oficio “ya que la electricidad me gustó desde siempre y tengo algunos inventos míos que no le voy a contar (sonríe con picardía y se niega a hacerlo a pesar de nuestra insistencia). Pero toda la vida estuve en eso y también en la electricidad automotriz especialmente, lo que considero más atractivo de mi vida laboral e inclusive en Ancap me desempeñé como electricista de vehículos. Ingresé en 1959 para lavar pisos pero poco después se enteraron que yo sabía del oficio y me llamaron para ‘combustibles’ que tenía su flota de camiones, donde permanecí hasta 1996, o sea que trabajé treinta y siete años en Ancap”.
Memoria laboral
“Ancap se dividió en cuanto a la producción, yo estaba en Combustibles y luego surgió Alcoholes para lo que precisaban gente. Entonces me llamaron pero yo dije que no porque ‘toda la vida había estado en la otra parte’. Pero resulta que el jefe al único que pidió fue a mí y así fue que accedí, por lo que quedé en alcoholes donde resulta que terminé siendo electricista, ayudante de mecánico y hasta encargado del control de la flota (sus gastos y necesidades de respuestos, etcétera). Éramos cinco compañeros y terminé yo sólo, como encargado de toda la flota de camiones, marcando quien viajaba o no a Calnu u otros destinos. Sucedió que esa flota con los años no fue rentable y no se empleó más, por lo que comenzaron los transportistas particulares pero que usaban los tanques de Ancap que mantenía yo en todos sus detalles”.
“Poco antes de todo eso estuve temporalmente radicado en ‘El Pajonal’ de Raúl Carabia, nombre de un establecimiento de la zona del camino Las Delicias. Resulta que fui por un fin de semana en 1955 y permanecí allí durante cinco años. Fue la mejor experiencia de mi vida, no tengo empacho en decirlo; araba y hacía todas las labores de campo, también instalaciones de 12 y de 220 voltios, ¡me dolió cuando me tuve que venir! Es más, siempre pensé que al jubilarme iba a ir a vivir a Las Delicias, pero el azar traicionero que suele deparar la vida hizo que mataran a mi amigo y eso no pudo ser”.
Club ambassador
Con nostalgia recuerda que “junto a unos veinte amigos, de los cuales vamos quedando pocos en vida, en el Cine Ambassador fundamos el ‘famoso’ equipo de fútbol del mismo nombre y que después se llamó Deportivo Italiano. De aquellos amigos recuerdo al doctor Recaredo Ugarte, José Zeni, Jorge Porcela, Nery D’Alto y otros cuyos nombres lamentablemente se me escapan, de una barra preciosa que formábamos más de cuarenta personas. Todos los 25 de diciembre festejábamos juntos en la chacra de del doctor Ugarte, con reuniones muy lindas de las que Nery todavía debe tener alguna fotografía”.
“La cantina del cine la tenían Andrés De Angelo y Agustín Altamirano quien fue el que siguió hasta su cierre, porque Andrés se ‘cruzó’ al Club Paysandú donde también se hizo cargo de la cantina. Yo también lo hice ante el pedido de Rodolfo Siri (propietario de la reconocida firma ‘La Mercería’) gerente de esa institución social, que fuera para ‘arreglar las luces de Navidad; le dije que sí y ahí quedé a cargo del mantenimiento, tarea que arrancaba a las ocho de la noche y me era posible por los horarios que tenía en Ancap, lo que cumplí hasta el año 1970. Fui directivo durante uno o dos años cuando la presidencia de Hogar Salgado, pero tras algunas discrepancias personales me vine al Club Social Sanducero, institución a la que quiero y adoro, del cual ya era socio”.
razones de un cambio
Garrasino sostiene que “vine al CSS por un directivo que estaba en las dos comisiones, Hugo Echeverry y me quedé nomás. Es más, cuando entré lo hice en forma equivocada por la puerta de acceso a la planta alta y el ‘Chico’ Góngora que era el secretario rentado me vió y me pegó el grito: ‘¡por ahí no Pepín’, que está entrando la gente del Club de Leones --porque había una actividad de este club de servicio--! Pero la cuestión es que ya estaba dentro y me presentó al presidente del CSS, Omar Cianciarulo quien tenía la muy conocida Academia Contable Porvenir como la persona que iba a trabajar en el apoyo técnico de los ‘Festivales de la Alegría’ y ya me dijo que me quedara con ellos para hacer no solo electricidad, sino arreglar una silla, una cerradura, lo que fuera”.
Sin dudarlo afirma “hoy en el CSS tenemos una ‘señora’ comisión que preside Julio ‘Pincho’ Retamoza que es un excelente presidente, directivos que han llevado esto para adelante y con decirle que ellos mismos vienen a pintar paredes, ¡una cosa extraordinaria!”
“¡Este es un club divino, no tengo ninguna duda al decirlo y es mi vida!”
Manifiesta estar totalmente conforme con su vida, “tengo un hijo del alma y hasta ‘nietas’ sin haber sido padre, como ya dije y planté más de un árbol o sea que solo me falta escribir un libro, que es lo único que tendría que hacer para estar completamente satisfecho”, indica con una sonrisa.
Homenajes en vida
El edificio que ocupa el CSS fue construido en tiempo récord para su momento y con destino comercial por la firma Pescetto, Colombo y Cía. para la Agencia Ford de Paysandú. Pasados los años la institución social --que había dejado su sede frente a la Plaza Constitución, para la cual proyectó un edificio de varios pisos que no fue posible construir--, lo compró y se reinstaló. “Pepín” nos cuenta que “yo con 18 años llegué a ir a los bailes en el antiguo local frente a la plaza”.
“En realidad aquí la parte de arriba o sea el salón de fiesta, la firma propietaria de la agencia lo había destinado al CSS y se accedía primero por la puerta de 18 de Julio 971, lo que estaba aislado de la parte de abajo destinada a la automotora”, agrega.
Entiende y sostiene que “como los homenajes hay que hacerlos en vida y como durante la presidencia de Mario ‘Yayo’ Camerotta, se construyeron las comodidades adicionales que hoy disponemos -en particular el gimnasio- promoví y se le hizo un homenaje descubriéndose una placa con su nombre en el acceso por Setembrino Pereda. También a Gilberto Azzato, gran dirigente de la institución y cuyo nombre lleva la confitería, así como al amigo Julio Maidana por su invalorable aporte al mantenimiento del tango en nuestra sociedad y la difusión entre los más jóvenes”. Con una sonrisa admite que “yo también, a la larga, tuve mi reconocimiento y ahí en la cantina verá usted una placa testimoniando el homenaje que organizaron José Bottino y Germán Coghland. ¡Justo a mí que he sostenido siempre eso que le digo, a los homenajes hay que hacerlos en vida!”
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