Paysandú, Viernes 08 de Julio de 2011
Opinion | 04 Jul Autoridades y economistas de Brasil están alertas ante la evolución de una serie de parámetros internos y externos que se conjugan para incorporar elementos de inquietud nada despreciables a la economía del gigante norteño. Por un lado la fortaleza del Real, los altos precios de las materias primas y la crisis que afecta a los socios tradicionales del Brasil se han transformado en riesgo de promover la desindustrialización norteña. Estos aspectos están conspirando contra el desarrollo y también contra la competitividad de la industria del vecino país, y es así que desde la década de 1990 la denominada industria de la transformación ha experimentado una caída continua en la participación del Producto Bruto Interno, el que en la actualidad se sitúa en el 15,8 por ciento. El director del Departamento de Estudios Económicos de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, Paulo Francini, analizó que “Brasil está cumpliendo con la definición de desindustrialización. Una pérdida continuada en el tiempo en la participación de la industria de transformación en el PBI y en la generación de empleos”.
Ocurre que al mismo tiempo que declina la participación industrial, la nación norteña está dependiendo en forma cada vez más creciente en su balanza comercial de las materias primas y del consecuente riesgo de pérdida de actividad industrial.
Entre los factores que influyen para que se dé esta situación figura el tipo de cambio, por la revalorización del real, y la apuesta a las materias primas por su alta cotización, ante la demanda china, mientras que ha se ha reducido la demanda por las manufacturas brasileñas, que pierden competitividad.
Mientras tanto, según da cuenta El Observador, en el Uruguay las exportaciones cerraron el primer semestre del año con un significativo crecimiento, en lo que refiere a valores, pero en cambio ha sufrido una declinación en volúmenes.
Ello obedece a los altos precios de los commodities, pero a la vez la pérdida de competitividad respecto a socios comerciales clave, los problemas de oferta en los sectores ganaderos y las dificultades de acceso en algunos mercados de referencia, son algunos de los fenómenos que conducen a una caída en las ventas al exterior.
La mitad de los veinte rubros que encabezan la lista de exportaciones mostró un deterioro de las colocaciones medidas en toneladas, e incluso entre los cinco principales rubros, cuatro marcaron un comportamiento a la baja.
Mientras tanto, las importaciones mantienen un importante dinamismo, con un crecimiento del 30 por ciento en las compras al exterior en el primer semestre del año respecto al mismo período de 2010.
Los escenarios en Brasil y Uruguay, pese a las asimetrías en las economías y al hecho de que la industria está mucho más desarrollada en el país norteño y tiene mayor incidencia en la economía, tienen puntos en común, y refieren a que ambos países pierden competitividad respecto a los países de afuera de la región, e incluso Brasil la pierde respecto a nuestro país, lo que explica además que siga siendo nuestro principal comprador. La gran diferencia estriba en que en buena medida el problema de nuestros vecinos se debe más al desproporcionado crecimiento de la producción primaria –para lo que cuenta con grandes extensiones de territorio aún subutilizado que ahora se están incorporando a la producción—que a la reducción en la actividad industrial, mientras que en Uruguay nunca hubo un gran crecimiento de la industria, desde el boom de los commodities.
Ello indica creciente dependencia de un mercado que tiene visos de inestabilidad y al mismo tiempo tenemos un crecimiento de las importaciones en forma sistemática, por la revalorización de nuestra moneda, lo que determina que nuestras industrias pierdan terreno frente a la competencia de las de naciones asiáticas, fundamentalmente, y en Paysandú tenemos un claro ejemplo con las dificultades de Paylana para colocar su mercadería en el exterior, pese al plus de calidad con el que igualmente interviene en mercados más exigentes en la ecuación calidad- precio.
Ocurre que tenemos altos costos internos e inflación en dólares, tanto en lo que refiere a la energía como a otros insumos y salarios, que forman parte de una serie de parámetros que se resumen en el costo país que corroe sobre todo la economía de las empresas que se dedican a la exportación y a sustituir productos de importación, los que cada vez resultan más baratos y que por lo tanto afectan las fuentes de trabajo nacionales.
La evolución de tales parámetros no es alentadora, por cierto, porque estamos dependiendo prácticamente en un cien por ciento de que se mantenga alta la demanda y los consecuentes precios internacionales de las materias primas, sin a la vez hacer nada valedero por mejorar la competitividad de productos manufacturados o semifacturados mediante abatimiento de costos e incorporación de infraestructura, y mucho menos por las reformas estructurales que reduzcan sustancialmente el costo país.
Por algún lado hay que empezar ante estas vulnerabilidades y escenarios que penden de un hilo, como intentar abatir el gasto público, en lugar de seguir gastando todo lo que ingresa en época de vacas gordas y encima quedar con déficit en las cuentas fiscales, como está ocurriendo.
Una rendición de cuentas austera, como aparentemente se intentaría aprobar, es un principio. Pero insuficiente si realmente se tiene la pretensión de generar sustentabilidad a partir de una coyuntura favorable, que por definición no va a durar siempre, y que exige pensar también en el mañana, en lugar de seguir viviendo el momento hasta que un día quedemos a la intemperie, pudiendo evitarlo.
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