Paysandú, Sábado 09 de Julio de 2011
Opinion | 06 Jul Recientes encuestas realizadas en nuestro país dan cuenta de una caída en la popularidad del presidente José Mujica tras el primer año de gobierno, en una tendencia sistemática que se manifiesta a partir de los primeros meses de su gobierno, con algunas oscilaciones puntuales pero marcando un descenso gradual del apoyo ciudadano.
Esta situación no es nueva, sino que se repite en cada oportunidad de un cambio de gobierno, por cuanto existe un período en el que se extiende la denominada “luna de miel” entre la ciudadanía y el gobierno surgido de las urnas, desde que todos los uruguayos, incluyendo a quienes no han votado al gobierno, abren una cuota de legítima expectativa respecto al accionar de las nuevas autoridades, confiando en que se adoptarán medidas que de alguna manera respondan a sus propias opiniones respecto a como debería conducirse el gobierno.
En este caso, Mujica inició el período con un amplio respaldo popular, de casi el ochenta por ciento, el que se ha ido perdiendo y dejando al mandatario actualmente con más o menos el apoyo a su gestión por un porcentaje similar al del voto ciudadano en las urnas. Igualmente, hay quienes le profesan simpatía más allá de votarlo o no, y quienes a la vez se sitúan en la vereda de enfrente, cualquiera sea el rumbo que imprima a su gobierno, porque siempre hay núcleos duros de la ciudadanía que responden a elementos de juicio y valoraciones subjetivas de acuerdo a su postura ideológica o personal.
Es decir que como sostiene el dicho, hay de todo en la viña del Señor, y la política no es ajena, aunque debe sí valorarse que el mandatario arrancó con un alto nivel de popularidad, y la pérdida sistemática se ha generado en una tendencia muy fuerte que no ha sido revertida, aún sin que ello sea un juicio categórico a su gestión, que seguramente pasa por otros parámetros.
Lo que sí es indiscutible, es que contrariamente a lo que ha ocurrido en otros períodos con otros gobernantes, el descenso en el apoyo al presidente se ha dado en medio de un contexto económico muy favorable para el país, y cuando por lo tanto hay mayor poder adquisitivo en la población, que es el aspecto crucial en la ponderación popular de un gobierno, más allá de aspectos coyunturales y disconformidad sectorial por determinadas expectativas no satisfechas.
El punto es que mientras la economía discurre por estos carriles, al amparo de la favorable coyuntura internacional para nuestros productos de exportación, el propio mandatario ha puesto sobre la mesa temas controvertidos, incluso con anuncios sobre medidas que no han sido consultadas o siquiera informadas a sus ministros, como es el caso del impuesto a la tierra, las marchas y contramarchas con la ley interpretativa de la Ley de Caducidad, la iniciativa de la minera Aratirí, las idas y venidas con la reestructura de AFE, la todavía nonata ley de Participación Pública Privada (PP), por mencionar solo algunos, a la vez que sigue esperando la reforma del Estado y la educación, dos temas prioritarios.
Es decir que en buena medida la caída de popularidad por posturas controvertidas entre la población y la propia dirigencia de su partido e incluso con la posición, ha sido gratuita, por decisiones innecesarias, exceso de exposición y también difusión de las prioridades.
La gran prioridad para cualquier gobernante debería ser el consolidar el presente para tener futuro, porque en sí el ejercicio del gobierno conlleva adoptar decisiones que muchas veces no van a ser simpáticas, aunque se adopten por el bienestar general y la mayoría de los ciudadanos pueda no creerlo así, porque no hay remedios que en principio no resulten amargos.
Es decir que ya no es tiempo de “jugar para la tribuna”, y de decir lo que cada auditorio quiere escuchar, sino de gobernar, que quiere decir inclinarse por opciones en lugar de estar en la consulta y en la indecisión permanente, trasladando a otros –incluso sondeando la posibilidad de incorporar la figura del plebiscito consultivo— decisiones que corresponden a las responsabilidades de gobierno, que para eso se compareció en su momento en las urnas y se recibió el apoyo ciudadano.
Y por supuesto, cuando no se conforma a todos y los resultados que se espera pueden tardar, llega el desgaste de todo gobierno, en algunos casos más, en otros menos, aún en tiempos de bonanza prolongados, como el actual. Pero en todos los casos, el presidente, el gobierno, debe hacer lo que se debe hacer, con luces y sombras, como han tenido todos, hasta la hora del juicio ciudadano, al que todo hombre público y todo partido debe someterse en democracia, porque esa es la ley de juego, felizmente.
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