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Paysandú, Martes 12 de Julio de 2011

Asesinaron a Facundo Cabral, caminante eterno, trovador, hombre de todas partes

Locales | 10 Jul La noticia tiene la frialdad de los hechos irreversibles. Un grupo de sicarios asesinó en la Ciudad de Guatemala (capital de la República de Guatemala) al cantautor argentino Facundo Cabral cuando se dirigía hacia el aeropuerto de La Aurora tras ofrecer dos conciertos en ese país centroamericano, y su representante Henry Fariña fue herido de gravedad.
Según el ministro del Interior de Guatemala, Carlos Menocal, el ataque estaba dirigido contra Fariña, no contra Cabral. Los sicarios se movilizaban en tres vehículos, uno de éstos obligó a Fariña a reducir la velocidad, mientras que desde los otros dos abrieron fuego en contra del automóvil donde iba el trovador y contra otro donde se movilizaban los miembros de seguridad del empresario. Lo demás, ya no es tan frío, porque ingresa en el terreno de las emociones, de los recuerdos, de las canciones tarareadas tantas veces. Sin proponérselo, su vida fue ejemplo, como lo es la de cualquiera que se juega por los ideales, por una forma de vivir propia y característica.
“Yo soy un milagro”, dijo alguna vez. Y vaya si tenía razón. Un milagro que más allá de su anarquismo y su rebeldía, de su profundo amor a Dios, le hizo un lugar a puro coraje en el corazón de la gente. Su vida fue una de esas que tantas veces solo parecen de novela. Nació en la provincia de Buenos Aires. Fue abandonado junto a su madre y seis hermanos por su padre, emigró a Tierra del Fuego, en el extremo sur del país, donde vivió una niñez traumática en la extrema pobreza. Hasta que se cansó y volvió como pudo, caminando, en camiones, en camionetas, a Buenos Aires. “Un día me fui a Buenos Aires sin avisar a nadie, porque no había casa ni nadie a quien avisar; tardé siete semanas en llegar, tenía 9 años y casi no hablaba, quería conocer al presidente argentino Juan Perón y lo hice”, relató.
Adolescente, compartió sus estudios primarios con una guitarra que empezó a tocar “para conseguir un peso”, en Mar del Plata, aunque él no vivía los lujos que ese balneario podía dar. Cantaba en hoteles temas de Atahualpa Yupanqui y José Larralde. Se hacía llamar “El Indio Gasparino”. Con el tiempo, empezó a descubrirse compositor. Su canción de cuna “Vuele bajo” fue uno de los hitos de su carrera, grabada por numerosos artistas y que compuso cuando apenas tenía 17 años. “Un vagabundo en la calle me iluminó a Dios al relatarme el Sermón de la Montaña, entonces me sentí desamparado y necesité acunarme a mí mismo. Por eso volví corriendo y compuse ‘Vuele bajo’, allí comenzó todo”, relató sobre sus inicios. Su desparpajo y sus canciones que mezclaban ácidas críticas sobre la realidad ganaron su mayor fama en los años 80, cuando regresó de su exilio en México, adonde estuvo durante la dictadura militar en su país. Sus canciones fueron grabadas en nueve idiomas y cantó junto a artistas como el estadounidense Neil Diamond, el español Julio Iglesias y el mexicano Pedro Vargas.
“Mi vida es caminar por la calle sin maletas, soy libre”, decía Cabral, que se jactaba de no tener propiedad alguna y cuya residencia eran cuartos de hoteles de Buenos Aires. En los últimos años vivió en un apart-hotel en Suipacha entre Arenales y Juncal, de la capital porteña. Fue analfabeto hasta los 10 años, enviudó a los 40 y conoció a su padre a los 46. Confeso admirador de Jorge Luis Borges, a quien citaba de memoria en sus presentaciones, siempre en diálogo intimista con el público, Cabral se jactaba de haber recorrido al menos “165 países en casi 50 años” de trayectoria. Aquejado por problemas de salud, casi ciego, en los últimos años se movilizaba auxiliado por un bastón y lamentaba “ya no poder viajar tanto”.
“Soy un nómade, amo más que nada el desierto porque es abierto y libre”, decía.
Grabó una veintena de discos cuya producción matizó con la escritura, en la que había una fuerte impronta mística con alusiones a Dios y a la Madre Teresa de Calcuta. Su constante llamamiento a la paz le valió un reconocimiento de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), que lo declaró Mensajero Mundial de la Paz en 1996. “Soy un agradecido de la vida, jamás pensé hacer tanto, nadie pensaba eso porque nadie daba nada por mí”, dijo alguna vez Cabral sobre sí mismo.
Tras dejar su sangre en esa ruta guatemalteca, en un oscuro amanecer, las voces de protesta se levantaron tan impotentes como sorprendidas. “No dejo de pensar que fue asesinado por sus ideales, por el odio del fascista”, dijo la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú. Presidentes, artistas, la Academia Latina de los Grammy y otros relevantes nombres de todo el mundo también condenaron el hecho y se despidieron con tristeza del cantautor.
El trovador, el caminante incansable, el solitario amigo de todos, aquel que una vez dijo con esa luminosa lucidez tan suya que “Uruguay y Argentina es un mismo país; hay un río en el medio, nada más” fue asesinado. Lo mataron por sus ideas o por error. Pero la muerte ganó. O tal vez no.
Después de todo, seguramente es cierto aquello que escribió en 1970 e hizo que su nombre recorriera el mundo. Hombre sin edad ni porvenir, hombre que hizo de la felicidad su color de identidad, hombre que no era de aquí ni de allá. Simple y sencillamente porque era de todas partes. Como todos los que luchan por la paz, por la esencia del ser humano. Como todos los que se atreven a decir lo que piensan y a vivir en consecuencia. Facundo Cabral ha muerto. Su amor no. Vuela entre nosotros. EJS


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