Opinion | 24 Jul Desde hace algunos días casas, comercios, vehículos, gente y hasta árboles embanderados dan la pauta del inmenso poder del fútbol en el ánimo de los uruguayos. Cuando aún está tibia en nuestro ánimo la emoción que nos dio la Celeste en el Mundial de Sudáfrica, la disputa de la final de la Copa América hoy ante Paraguay ha hecho resurgir con fuerza el aliento a la selección y la confianza en que se puede.
Referencias a la garra charrúa, el currículum del fútbol uruguayo, la historia de nuestras hazañas han sido esta última semana temas habituales en los medios de comunicación y en la conversación de la gente, que ha guardado para el partido de hoy una cuota de esperanza.
El fútbol resulta entre nosotros un buen ejemplo de aquellas cosas que nos unen como sociedad sin distinción de colores, clases o cualquier otra etiqueta. Cuando se arma una caravana de festejo hay una alegría transversal que compacta a quienes festejan en un solo sentimiento. En la tarde de hoy seguramente no habrá uruguayo en el paisito o el exterior --ni siquiera aquellos que habitualmente no van a los partidos, no escuchan o no ven fútbol-- que se mantenga desinteresado de la transmisión y se entusiasme y se alegre o se enoje, grite y sufra por un gol.
La “garra charrúa” es un mito pero también una mística que deberíamos aprender a encauzar en otros aspectos además del fútbol. Las connotaciones de valor, fuerza, coraje y orgullo que envuelven esas dos palabras, bien podrían inspirarnos para lograr otros objetivos sumamente necesarios como pueblo que muchas veces se ve a sí mismo en tonos de gris. En lo cotidiano parece suceder como en el fútbol: la garra charrúa late bajito y es necesario que las papas quemen para que la llama se vuelva fuego en nuestra voluntad de hacer, de crear y ayudar.
¿Qué pasaría si le ponemos un poquito más de “garra” a tantas cosas que precisa proteger, conservar y mejorar nuestra sociedad? Como en el fútbol hay que creer que se puede y que cualquier día es bueno para empezar a caminar.