Paysandú, Viernes 29 de Julio de 2011
Opinion | 26 Jul Los sanduceros hemos sido protagonistas del gran festejo que trajo aparejada la culminación como campeón de la selección uruguaya de fútbol en la Copa América, en lo que fue realmente un gran estallido de júbilo popular, que unió a todos los uruguayos por encima de simpatías futbolísticas locales y políticas, desde que la gran unión la constituyó la camiseta celeste que representa al país.
Por supuesto, los comentarios de carácter deportivo están ampliamente plasmados y analizados en nuestras páginas dedicadas, por lo que estas reflexiones apuntan a señalar algunos elementos que tienen que ver con el fenómeno social que traen aparejados éxitos internacionales de carácter deportivo y cualquier otra naturaleza, que permiten identificar al país y destacarlo pese a su escasa población y superficie en el concierto continental y mundial, donde somos ampliamente superados en peso político por naciones de gran superficie y población.
Y en un país donde lamentablemente se ha ido perdiendo la relevancia y simbolismo que merece la recordación de las efemérides patrias, incluso trasladando las fechas para integrar asuetos de fines de semana largos para favorecer el turismo pero que a la vez restan trascendencia a eventos históricos inherentes a nuestra historia como nación independiente, es realmente emocionante que tres generaciones se junten en la calle, en caravanas, como poco antes lo hicieran en los hogares, en locales de instituciones deportivas y sociales y en la calle, ante las pantallas de televisión para seguir de cerca, codo con codo, y emoción tras emoción, el partido en que Uruguay se consagró como el mejor del continente.
Los sanduceros ya habíamos palpitado previamente esta emoción, con mucha esperanza y exteriorización de júbilo, durante los festejos del 18 de julio, que coincidieron con la inauguración del Monumento al Pabellón Nacional construido en la rotonda de Bulevar Artigas y avenida Wilson Ferreira Aldunate, y donde los que asistimos pudimos percibir en las caras y en la emoción de los participantes que en el sentimiento de ver flamear la gran bandera había mucho de exaltación patriótica originada en la expectativa por ver al Uruguay, a su bandera, al tope de las otras insignias del continente, con el equipo de fútbol ya perfilado para disputar la final.
En gran medida, la revalidación del buen momento futbolístico del país que se había puesto de manifiesto un año antes, con el Mundial de Sudáfrica, había marcado una impronta y reafirmación por la vigencia de la “celeste” querida por todos, incluso tras años de haberse puesto en tela de juicio en alguna medida la adhesión de jugadores que en el acervo popular se había considerado que no “sentían la camiseta”, y que cuidaban solo su integridad física para seguir jugando en Europa, donde tenían puestos sus intereses para su seguridad económica.
Debe tenerse presente que estamos ante jugadores profesionales, que viven del fútbol y que es legítimo que cuiden los pocos años que tienen de ingresos excepcionales, pero no es menos cierto que la tradición uruguaya, que viene del fondo de la historia, recoge adhesiones por encima de toda consideración y razonamiento, y que los uruguayos, como muchos otros países latinoamericanos, consideramos el fútbol como una proyección de nacionalidad y pertenencia, casi con ribetes de heroicidad, que trascienden toda explicación racional.
Ello nos da la pauta de por qué todos nos sentimos identificados con la entrega de nuestros futbolistas en esta competencia continental, como un año antes en el Mundial, como compartimos sus lágrimas al besar la gloriosa camiseta tras la conquista de cada gol, y sobre todo valoramos como se procuran objetivos comunes a través del juego en equipo, el del uno para todos y todos para uno, el de la asociación por encima de las individualidades, y sobre todo, con humildad.
Pero fundamentalmente, debemos asumir que en todos los órdenes de la vida, más allá de virtudes y defectos de cada uno, existen intereses supremos a priorizar, y que si le va bien al país nos va bien a todos, que hay instancia en las que es preciso deponer las legítimas diferencias y las simpatías de cada uno, ya sea en el fútbol como en la política, porque es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, y todos juntos podremos lograr lo que a primera vista aparece casi como inalcanzable.
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