Paysandú, Miércoles 03 de Agosto de 2011
Opinion | 27 Jul Mientras en mayor o menor medida, y cada uno a su modo, tres millones de uruguayos festejábamos la conquista de la Copa América en el transcurso de un partido que se fue tiñendo de celeste y parecía inamovible ya desde que comenzó el segundo tiempo, hubo algunos cientos de energúmenos, diríamos que los mismos de siempre, que en mayor número en la capital, pero también con expresión en otras ciudades, se dedicaron a estropear la fiesta de los más, y en algunos casos hasta lo lograron.
El peor ejemplo se registró en el Estadio Centenario, cuando unas 60.000 personas ingresaron al coliseo deportivo en las primeras horas de la noche y se aguantaron hasta las 3 de la mañana, cuando arribó el ómnibus desde el Aeropuerto de Carrasco con la selección celeste, en un viaje a paso de hombre que duró tres horas, debido a la multitud que quería saludar a los campeones.
Lamentablemente, en el ínterin, grupos que no pasaron de los doscientos o trescientos jóvenes, se entretuvieron destrozando butacas del estadio, arrancándolas de sus lugares, arrojándolas y prendiéndolas fuego, a la vez de romper rejas, alambrados, ingresar a baños y vestuarios y destrozar lavatorios, arrancar canillas, espejos, romper puertas, lámparas y muchas otras cosas más que encontraron a su paso.
Ya sea por efectos del alcohol, de la droga o por sacarse el gusto de hacer despliegue de “poder” en plena lucidez, por estos energúmenos, la sociedad uruguaya está pagando un duro precio ante la impunidad de que gozan quienes no cultivan ningún tipo de valores y son protegidos a la vez invocando “derechos humanos”, sin que se haga algo por los ciudadanos que resultan víctimas directas o indirectas de sus actos vandálicos, los que incluyen robos tras destrozar vidrieras y elementos del ornato público.
El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, restó entidad a los hechos señalando que la Policía no tiene responsabilidad porque no organizó los festejos, lo que daría para reírse si no fuera porque pretendió decirlo en serio, desde que de esta forma parecería que los efectivos del orden solo podrían intervenir cuando los eventos son organizados por la Policía.
Lo que sí es cierto es que con esta actitud prescindente y de resignación frente a los delincuentes poco y nada de positivo podemos esperar, ante el descaecimiento de valores y el encogerse de hombros por quienes deberían procurar ofrecer seguridad en lugar de burdas explicaciones para lo impresentable.
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