Paysandú, Sábado 13 de Agosto de 2011
Opinion | 10 Ago En una entrevista concedida en la víspera a una radio de Montevideo, el ministro de Desarrollo Social Daniel Olesker afirmó que “la vida en situación de calle no corresponde a problemas en la política económica ni en la política social. Es un tema cultural, generacional”.
La suerte de redefinición de la indigencia toma por sorpresa a oficialistas y opositores, en la medida que desconoce lo que los organismos internacionales establecen, precisamente, la acción indirecta sobre política económica y la acción directa sobre política social. Ahora, el ministro uruguayo pone sobre la mesa que los indigentes pueden heredar su condición de extrema pobreza, recibirla como transmisión de sus ascendentes, quienes del mismo modo que pueden contagiarlos con el HIV pueden a su vez contagiarlos con el “virus” de la indigencia.
Parece al menos poco serio. Muy poco serio que un secretario de Estado, y además un crítico economista de las políticas económicas desde el 2000 en adelante, redefina con tanta ligereza la indigencia. Pero, lo peor, es que si no tiene una idea clara de las causas de un problema que afecta a miles de uruguayos, mal podrá establecer políticas que reduzcan la brecha con el resto de la sociedad de quienes ni siquiera tienen un techo bajo el cual vivir.
Cómo puede ser que el ministro de Desarrollo Social desconozca una realidad que no es nacional, sino mundial, la de la pobreza extrema. En Uruguay la indigencia no es, obviamente, “culpa” del gobierno de Mujica -ni el de Vázquez- exclusivamente. Ésta es hija de una desigualdad histórica y mundial. No tiene colores partidarios, aunque el sistema político es quien no encuentra las herramientas para reducirla.
Hoy mismo, el Mides impulsa la inclusión de quienes, en situación de pobreza, como no pueden pagar servicios de UTE, OSE y gas, recurren a “colgarse” de las redes para acceder a ellos. Les dará el dinero y una tarifa reducida para que los paguen. No está mal, pero es claramente otra muestra de asistencialismo. Lo que hay que darle es la manera de obtener ingresos económicos y con éstos pagar por los servicios, por una vivienda digna y por una forma de vida digna. Como el resto de la sociedad.
Pero claro, si ser indigente es una expresión cultural, entonces habrá que pensar en una “clase” indigente, del mismo modo que una trabajadora, proletaria y demás. Es un error de juicio que, coincidamos, puede haber ocurrido de manera impensada. Lo malo es que un secretario de Estado no puede darse el lujo de brindar opiniones impensadas. Y, mucho menos, tratar de resolver un problema del que desconoce su génesis.
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