Paysandú, Sábado 20 de Agosto de 2011
Opinion | 15 Ago Hace cincuenta años, los berlineses se levantaron con la ingrata nueva --para ambos sectores-- de que los gobernantes de la comunista ex República Democrática Alemana (RDA) habían hecho lo que poco antes su jefe máximo, Walter Ulbricht, había anunciado que nunca iba a hacer: levantar un muro para dividir al sector comunista del occidental, y evitar así que Berlín Este siguiera vaciándose porque familias enteras huían hora a hora hacia el sector occidental.
Berlín, la otrora orgullosa capital del imperio alemán de la preguerra y luego de la Alemania que estuvo bajo el férreo mando de Adolfo Hitler, estaba en ese entonces ocupada por los aliados en su área oeste, y por la Unión Soviética en el sector oriental, en lo que fue el simbolismo y acaso mayor escenario físico del desarrollo de la guerra fría entre las grandes potencias, por lo que sobre todo para los comunistas era fundamental mostrar a la ex capital alemana como una vidriera en la que se expusieran las bondades del régimen.
Pero claro, una cosa es lo que se pretende y otra muy distinta la realidad, porque las penurias que impuso el régimen comunista a los alemanes del sector Este hicieron que se generara una creciente deserción masiva hacia el sector de la ciudad ocupado por los aliados y que luego se transformara, ya en forma independiente de la ocupación, en la República Federal Alemana (RFA).
Por supuesto, la idea de levantar el muro fue madurando en los gobernantes de la RDA, que se estaban quedando sin gente nada menos que en su capital, pero el problema radicaba en el mensaje controvertido de convocar a vivir en la región que supuestamente aseguraba la igualdad y trabajo para todos, y a la vez levantar un muro para evitar la emigración, sobre todo cuando había miles de familias que todavía vivían en Berlín Oriental y cruzaban la calle para trabajar en el sector occidental.
Y se comenzó a construir el muro que dividió a Berlín en dos. Como todos los años, este fin de semana se cumplieron ceremonias, exposiciones y se colocaron ofrendas florales a lo largo de los tres kilómetros que quedan de la vieja muralla, que fue el símbolo más significativo de la Guerra Fría.
En Bernauer Strasse, donde empezó a construirse entre la noche del 12 y 13 de agosto, las autoridades comunistas de la RDA bloquearon con una alambrada y púas las fronteras de la capital del país. Sus tropas, como las de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, habían llegado al país una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, derrocando al régimen de Adolf Hitler.
La Alemania del Este dio la orden de construir una pared de 3,6 metros de altura, controlada por 300 torres, militares y perros adiestrados. El Muro de Berlín dividió barrios y hasta calles por la mitad. Separó familias y amigos sin ninguna distinción. Durante el tiempo que duró en pie, cientos de personas murieron intentando pasar hacia la parte occidental de Berlín.
La división concluyó el 9 de noviembre de 1989, cuando las autoridades comunistas alemanas abrieron el muro presionadas por manifestaciones populares masivas en demanda de libertad .
La construcción de este muro puso en vilo a todo el mundo, sobre todo porque apenas dos meses antes --el 15 de junio-- el presidente de la ex RDA y jefe del Partido Socialista Unificado, Walter Ulbricht, había asegurado en una conferencia que nadie tenía la intención de “levantar un muro”.
El punto es que por medio siglo, pese a la flagrante denuncia que constituía una enorme pared levantada para evitar las fugas masivas del régimen, y que solo podía ser “justificada” por quienes tenían puesta sobre los ojos la venda de la ideología, este muro “de la vergüenza” fue ignorado sistemáticamente por organizaciones pro marxistas que en cambio tenían a flor de piel denuncias al barrer contra regímenes que no estaban en sintonía con la causa, en una dicotomía que igualmente logró venderse durante muchos años a quienes han querido creer en fantasías, con el Estado como dueño y señor de las vidas de los ciudadanos. Felizmente, con el paso de los años el régimen de la RDA, como el de los otros países del socialismo real, se cayó por su propia inviabilidad, como también cayó hace veinte años el muro derribado por el deseo de libertad del pueblo sojuzgado por los líderes mesiánicos que se sintieron exclusivos intérpretes y líderes de la voluntad popular.
Esta parte de la historia reciente es una lección para la humanidad, que no debe nunca olvidarse, para no recaer en los facilismos de cantos de sirena, en creer ciegamente en promesas que suenan muy lindas al oído. Es que siempre seguirán apareciendo, como hoy, abanderados y mesías de eslóganes y palabra fácil, pero que en los hechos solo traen frustración, conculcación de libertades y tragedias inconmensurables para los pueblos que cometen el error de creer en su prédica.
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