Paysandú, Lunes 22 de Agosto de 2011
Opinion | 17 Ago Los bajos niveles de desempleo que se dan en nuestro país, con valores históricos del orden del cinco por ciento, conllevan una serie de desafíos que refieren no solo a tratar de abatirlo cuando responde ya al “núcleo duro” y que por lo tanto resultará cada vez más difícil de reducir, sino a la vez mejorar la calidad y distribución del empleo, tanto en condiciones de trabajo como en remuneraciones y estabilidad.
Por supuesto, estamos ante un dato que debe relativizarse, de acuerdo a la realidad que vemos todos los días, porque se considera “empleadas” a personas que tienen trabajos ocasionales, de muy baja calidad y duración, y además se da por desempleado solo a quien ha buscado empleo recientemente. Quiere decir que en la relatividad con que siempre debe manejarse el término se considera que se está ante un escenario laboral mucho mejor que el de los últimos lustros en esta materia.
Por otro lado, los requerimientos de mano de obra que se han manifestado en los últimos años en nuestro país a través de la concreción de megaemprendimientos como el de UPM-Botnia, y seguramente el que también comprenderá la construcción de la planta de celulosa de Montes del Plata, ha puesto sobre el tapete la realidad indiscutible de que no existe una oferta suficiente, tanto en cantidad pero sobre todo en calidad, de personas capacitadas para esta tarea, al punto que en muchos casos ha debido contratarse personal especializado en el extranjero por las empresas inversoras.
Ocurre que tenemos serios problemas de educación y capacitación en el caso de la mano de obra calificada, y este es precisamente un déficit que queda al desnudo en estos casos como en el de otras demandas de mano de obra que no son suplidas satisfactoriamente por quienes salen al mercado laboral en busca de empleo, lo que da la pauta de un notorio desfasaje en formación.
Y se ha llegado a esta situación debido a serios problemas en nuestra enseñanza, que se vienen manifestando desde hace varios años pero que se han agravado en la última década, y lo que es peor, sin que se perciba ningún signo de reversión, porque precisamente las autoridades de la enseñanza y buena parte del poder político, han estado omisos en adaptarse a los tiempos mientras nuestra formación sigue ajena a la realidad.
No es un problema nuevo, sino que se trata de un escenario que muestra un deterioro sistemático, de la misma forma que han cambiado valores en nuestra sociedad, que van desde el núcleo familiar a la premisa social del “téngalo ya” y del que todo vale cuando se intenta lograr acceso fácil a bienes y calidad de vida. Ello se ve todos los días en la forma light en que se adquieren conocimientos y en la mediocridad generalizada en los estudios, porque los jóvenes tienen otras prioridades.
Y si convenimos en que estos problemas se suscitan ya desde Primaria y peor aún, se van agravando en Secundaria, no puede resultar extraño que nuestros muchachos ingresen con una formación muy precaria a los estudios terciarios y que ello también repercuta en la calidad de formación de los egresados universitarios, como así también cuando se trata de formación de docentes en diversidad de áreas.
A modo de ejemplo, tenemos que de acuerdo al informe de la Herramienta Diagnóstico de Ingreso (HDI), este año solo el 8,3 por ciento de los estudiantes que entraron a la Facultad de Ingeniería demostraron un nivel de conocimiento básico para desempeñarse en la Universidad, tratándose de un guarismo que cayó a la mitad en solo un año, al pasarse del 16,1 de 2010 a este poco más del 8 por ciento este año, de acuerdo a una evaluación a los estudiantes de primer año en matemáticas, física, química y comprensión lectora.
Estos elementos por supuesto son básicos para cualquier estudiante de ingeniería, y por lo tanto presentarse en primer año de facultad con este bajo nivel implica un duro cuesta arriba a superar por quienes han optado por esta carrera, además de repercutir negativamente en la formación de los estudiantes a medida que vayan avanzando en facultad. Por otra parte, este dato no desagrega la participación de los estudiantes del Interior, que históricamente llegaron mucho peor preparados que los de Montevideo a la facultad.
Pero a la vez este déficit se da en mayor o menor medida en todas las áreas de estudio, incluso a la hora de optar por carreras cortas y capacitación técnica para la inserción laboral. Expertos en materia del mercado laboral consideran precisamente que los niveles de formación que brinda el sistema educativo es una condición limitante para resolver la dificultad de encontrar personal para cubrir los puestos demandados, porque además la educación está en gran medida desconectada del mundo del trabajo.
Estamos por lo tanto ante una problemática de difícil salida, para la que incluso no hay diagnóstico ni planes de trabajo todavía, si tenemos en cuenta que el déficit es generalizado, y que en un país pequeño, donde debemos apuntar a la calidad antes que a la cantidad, es fundamental la educación y la capacitación de la fuerza laboral para acompañar el avance tecnológico y el valor agregado.
Lo cierto es que estamos retrasados respecto a una discusión que se ha dado prácticamente en todo el mundo, y es así que una mayoría de países por lo menos ya ha iniciado un proceso de adaptación a efectos de suplir estos aspectos, pero en nuestro caso este proceso todavía está por verse y salta a la vista que nuestra educación sigue embarcada en programas obsoletos, situados en el mundo de las generalidades y con escaso rendimiento de los estudiantes, a la vez de padecer una alta deserción.
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