Paysandú, Miércoles 31 de Agosto de 2011
Opinion | 24 Ago No es un secreto para nadie que nuestro país está gozando de una bonanza macroeconómica que ha sido sostenida durante varios años --más de un lustro--, por un escenario internacional muy favorable para los productos que exportamos merced a nuestras ventajas naturales, como granos y otros commodities, con nulo o escaso valor agregado, pero que tienen muy buena demanda en los mercados de los países desarrollados y emergentes, sobre todo en China.
Estos vientos de popa se han volcado sobre toda la región sudamericana, y el crecimiento de la economía nacional se sitúa apenas por encima de la mayoría de los países del subcontinente, pero por debajo de naciones como Perú y Paraguay, que nos han duplicado en estos años en cuanto a los índices de crecimiento.
Por lo tanto, el mérito de la conducción económica de los dos últimos gobiernos debe relativizarse, por decir lo menos, desde que con la mayor recaudación que hemos tenido desde 2004, deberíamos contar a esta altura con un superávit fiscal significativo y no un déficit de más del 1,6 por ciento, como tenemos, por efectos de un gasto público desmedido.
Se ha dejado transcurrir el tiempo y oportunidades excelentes para consolidar el crecimiento con instrumentos para el desarrollo, pero no todo se ha perdido todavía, desde que el gobierno está en condiciones de realmente trabajar con sentido común para efectivamente tener algún blindaje contra los avatares internacionales, más allá de anuncios en este sentido que solo denuncian carencias y más vulnerabilidades precisamente por haber gastado más de la cuenta y lo que es peor, sin retorno y con compromisos rígidos dentro del Estado.
Es notoria la situación de incertidumbre que reina en Europa y Estados Unidos, y que evidentemente quiérase o no se traslada a los países “emergentes” como Uruguay, convertidos en abastecedores de materias primas para industrialización y consumo, desde que tenemos pendiente el gran salto de calidad que significa dotar de valor agregado dentro de fronteras a parte de estos commodities.
Coincidimos por lo tanto con conceptos vertidos recientemente en Montevideo por el presidente del Banco de Desarrollo de América Latina –ex Corporación Andina de Fomento--, Enrique García, cuando advirtió que los buenos precios de los commodities, que tanto favorecen a los países productores como Uruguay, pueden convertirse en “una maldición” si no se aprovechan esos recursos para formar lo que denominó como economías productivas, sobre otros parámetros.
También consideró que la inversión actual debe elevarse al 25 por ciento del Producto Bruto Interno, cuando se está situando en el 19 por ciento, lo que pone de relieve que hay un margen que no ha sido cubierto, cuando la coyuntura internacional es ampliamente favorable ante la incertidumbre de las economías de las naciones desarrolladas y la apuesta de los capitales para asegurar explotaciones con rentabilidad en países subdesarrollados.
Hizo hincapié en que la coyuntura exterior, sobre todo la demanda de China, --previa a la actual crisis que viven Estados Unidos y Europa—permitió un aumento en los precios de los commodities que se producen en América Latina, pero esa situación “puede ser una maldición si no se toman las precauciones adecuadas o si no se aprovecha como una gran ventaja de oportunidad que significa fortalecer la infraestructura, la educación, la tecnología y los sistemas impositivos, que deben tener más equidad y permitir al Estado cumplir con su rol en áreas que tienen que ver con dar a la sociedad mayor equidad”.
Hacia estas áreas precisamente debe priorizarse la canalización de recursos, porque no se están llevando a cabo reformas para realmente reducir la burocracia estatal, instrumentar una educación de calidad, mejorar la salud y modernizar la infraestructura pública. De hecho, basta mencionar como ejemplo que en educación, mientras el gasto se multiplicó exponencialmente, la ANEP reconoce que un 60% de sus edificios están al borde del colapso por falta de mantenimiento e inversiones, mientras que ya es público y notorio que el nivel educativo ha ido de mal en peor en los últimos años. Quiere decir que la plata se gastó pero la educación empeoró, y para colmo, se necesitan urgentemente millones de pesos para que los edificios de la ANEP no se vengan abajo. Pero también en la Salud ocurre algo similar, donde claramente tenemos en Paysandú un triste ejemplo, con nuestro Hospital en pésimas condiciones y siendo reparado a las apuradas, mientras tienen que evacuarse salas de internación enteras durante una tormenta por las obras que debieron hacerse hace ya mucho tiempo.
Entonces, si no hay convicción y decisión para encarar de una buena vez las reformas estructurales que son las verdaderas soluciones de fondo, seguiremos vulnerables y muy lejos del presunto “blindaje” que han proclamado integrantes del equipo económico, si algún día –esperamos que nunca ocurra— se desploman los precios de nuestras principales exportaciones y desaparece el crédito bancario.
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