Paysandú, Sábado 10 de Septiembre de 2011
Opinion | 05 Sep Entre otros muchos aspectos que suelen llamar la atención al viajero que viaja desde estas latitudes a países desarrollados, sobre todo de Europa, figura el uso masivo de medios de transporte como el ferrocarril, que se utiliza para el desplazamiento de gran parte de la población hacia los lugares más recónditos, y lo que es mucho mejor –y tiene que ver también con esta opción— se cumplen estrictamente los horarios y las frecuencias para mantener en plena vigencia este medio.
Naturalmente, la densidad de población, la necesidad de reducir la circulación de vehículos por las calles, la racionalización para evitar el consumo desmedido de combustible y la polución ambiental, son elementos que inciden para que ello se dé de esta forma. Pero no es menos cierto que cuando estos problemas no eran acuciantes como en la actualidad, por factores culturales, desde tiempos remotos el ferrocarril en esos países funciona de esta forma, incluso a través de subsidios del Estado, porque los recursos que se invierten para este fin se compensan con fuertes ahorros en el mantenimiento de calles y carreteras, como así también en la importación de petróleo, a la vez de descongestionar los centros urbanos.
Para ilustrarnos sobre este escenario que sorprende a los uruguayos, corresponde mencionar el comentario de Eduardo Espina, columnista de El Observador, quien hace pocos días escribía en ese matutino que “una de las cosas que más sorprende al viajero al llegar a Holanda es la extraordinaria eficacia del servicio ferroviario. Desde el aeropuerto de Amsterdam se puede viajar a cualquier punto del país en trenes puntuales, confortables y limpios. La certeza de que en tren se puede acceder a todo el territorio nacional es uno de los signos que convierte a Holanda junto con Alemania en símbolo de efectividad primer mundista”.
Y tiene razón, sobre todo cuando comparamos esta realidad con la que tenemos en Uruguay y la región, donde los ferrocarriles son meramente decorativos, porque no transportan pasajeros ni cargas, y en el caso de Uruguay el mantenimiento de la estructura de AFE arroja pérdidas anuales de varios millones de dólares.
Ello significa que cada uruguayo, mes a mes, saca de sus bolsillos determinada suma de dinero para que siga funcionando un ferrocarril que no cumple con ninguno de sus cometidos, que sigue pagando salarios a funcionarios que no representan ninguna utilidad y mucho menos tienen productividad, porque además están insertos en un esquema que entraña un círculo vicioso, por un parque rodante obsoleto, con vías que se han deteriorado sensiblemente con el paso de los años. Para colmo ni siquiera puede transportar cargas de gran volumen y bajo valor relativo, como la madera y los granos, cuando debería ser puntal en la logística de estos emprendimientos agropecuarios. La reciente reinauguración simbólica del servicio ferroviario entre Uruguay y Argentina, con la presencia de ambos presidentes en Salto en realidad lo que más pone de relieve es el atraso en que nos encontramos, sobre todo porque aparece como toda una innovación y modernización el hecho de que la empresa privada argentina que hará el servicio hasta Paso de los Toros aporta vagones de principios de la década de 1980, obsoletos en otra partes del mundo pero que en estas latitudes resultan casi nuevos.
Mientras tanto, un día sí y otro también nuestro gobierno pretende avanzar en el tratamiento de una norma parlamentaria que resulte un instrumento viable para recuperar y modernizar nuestro ferrocarril, pese a la resistencia del sindicato de AFE, que se opone terminantemente a cualquier reforma que ponga en peligro su status de funcionario público y hasta realizó un paro en oportunidad del encuentro de los dos presidentes. Pero ocurre que el país no puede seguir preso de un debate sin sentido, mientras es rehén de los funcionarios de AFE. El interés general debe estar por encima de todo. El ministro de Transporte y Obras Públicas, Enrique Pintado, afirmó recientemente en un foro sobre transporte que “se terminó el tiempo de debate y ahora es tiempo de tomar decisiones”, y advirtió que de seguir todo como está “el ferrocarril desaparecerá”. Refiriéndose a las gestiones que realiza el representante del presidente ante el sindicato de AFE, José Baráibar, el secretario de Estado manifestó que “ningún diálogo paralizará la hoja de ruta para modernizar el tren”, que implica la integración de capitales privados a través de la Corporación Nacional para el Desarrollo (CND) y la mejora de infraestructura de AFE.
Para el ministro “no hay derecho a que los uruguayos sigan financiando el inmovilismo y la parálisis”, es decir poniendo plata para nada, y por cierto le tomamos la palabra, porque es hora de que el gobierno se deje de darle vueltas al asunto para contemplar a quienes nunca se van a dar por satisfechos, y haga realmente lo que tiene que hacer para reestructurar AFE en aras del interés y bienestar general.
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