Paysandú, Domingo 11 de Septiembre de 2011
Opinion | 09 Sep Desde 2008, a partir de la crisis por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, los mercados se han tornado particularmente sensibles a los rumores y la desconfianza ha crecido sobre la estabilidad de la estructura financiera mundial, que hasta entonces se había mantenido más o menos estable respecto a verdades que parecían concluyentes, y con los países desarrollados puestos como ejemplo de lo que deberían hacer los subdesarrollados y emergentes para contribuir a consolidar un escenario que ha estado sin grandes sorpresas por muchos años.
Pero los mercados “nerviosos” y sus consecuencias en las bolsas mundiales han sido noticia semana a semana en la prensa internacional y en el caso de los países en vías de desarrollo, como Uruguay y otras naciones de América Latina, hemos tenido el consuelo de que al fin y el cabo los valores de los commodities –nuestra principal exportación-- no han caído en las cotizaciones y al amparo de la demanda china, fundamentalmente, los precios se han mantenido estables, mitigando así inquietudes legítimas sobre lo que nos deparará el futuro inmediato y mediato.
El punto es que en un mundo interconectado y globalizado, un suspiro en Europa puede significar un estornudo en Estados Unidos y un resfrío o un estado gripal en naciones dependientes como las de América Latina, que gozan hoy de una bonanza al amparo de la demanda de materias primas, pero con la fuerte interrogante respecto al futuro y aún al presente, en caso de que nos encontremos con una reversión de la demanda por nuestros principales productos de exportación.
De todas formas, el problema tiene muchas puntas y es así que los países de la región están evaluando eventuales medidas internas y sobre todo estructurales que permitan reducir sus vulnerabilidades como tomadores de precios, así como ponerse al reparo de situaciones que ocurran en el mundo desarrollado y en los grandes países emergentes, como los asiáticos.
No puede extrañar que en un escenario de incertidumbre, para un mundo donde se terminaron las certezas y las verdades absolutas, tanto Uruguay como sus socios del Mercosur, por citar un escenario que nos toca muy de cerca, lo que ocurra en nuestros socios comerciales directos repercutirá con vigor en nuestra realidad, porque pese a que en los últimos años se ha logrado diversificación en mercados, no es menos cierto que somos brasildependientes, desde que prácticamente una quinta parte de nuestro intercambio comercial está vinculado con ese país, que es una nación emergente pero que tiene a la vez problemas serios que ya le resultan imposibles de disimular.
Brasil tiene fuertes problemas de competitividad –como también los tiene ya Uruguay-- y una inflación galopante que también se da en dólares, lo que determina que de seguir la tendencia se va a terminar encerrando y perdiendo mercados, pese a tener todavía un intercambio superavitario, lo que precisamente no se da en Uruguay. Quiere decir que lo que ocurra en Brasil va a repercutir inmediatamente en Uruguay, por lo que es de sumo interés recoger lo que prevén los analistas respecto a la evolución y medidas que se adopten en la vecina nación.
Y lo que analizan economistas de la talla de Michele Santo y Gabriel Oddone, en un seminario internacional desarrollado recientemente en Montevideo, indica que pese a los enunciados gubernamentales sobre solidez y “blindajes” el futuro no pinta para nada auspicioso. Un inminente abandono por Grecia del euro determinaría una desestabilización del mercado mundial, y el Uruguay se vería arrastrado a una guerra de divisas de la mano del gigante del Mercosur, que apronta sus armas para defender su competitividad frente a los países desarrollados y al resto de los emergentes.
Ello indica que el riesgo de proteccionismo vuelve a tener plena vigencia, y que las consecuencias para la economía uruguaya y el mundo de esta nueva crisis pueden ser incluso peores que las registradas tras la caída de Lehmon Brothers. Oddone, por ejemplo, consideró que antes de finalizar 2011 es muy probable que el mundo asista a un episodio grave de crisis en Europa, signado por el abandono total o parcial del euro por Grecia, que debería reconvertir su deuda a una moneda devaluada y atarla a un indicador creíble.
Brasil, por su lado, ha iniciado un viraje en las orientaciones de política, que prioriza la defensa de la competitividad respecto al combate inflacionario, lo que estimularía una apreciación del dólar, y para Oddone “un evento como el que estamos anunciando generará alteraciones dramáticas en los planes de negocio. Hay por delante un escenario de depreciación de la moneda en los próximos meses y toda la ecuación debe ser revisada”.
Puesto en tal situación Uruguay seguramente se verá afectado no solo por el volumen de negocios que están orientados hacia ese mercado, sino porque siendo actualmente Brasil uno de los países más caros del mundo, le resulta atractivo compararnos productos industrializados –de los pocos que aún producimos--, que de otra forma sería imposible exportarlos a otros mercados. Uruguay es más barato que Brasil, pero igualmente es caro para el resto del mundo. Entonces el golpe no sería en nuestra economía “macro” –cuyos indicadores probablemente seguirán siendo positivos—sino en la industria pequeña o mediana que vive gracias al Real, y que a su vez es la que más llega al bolsillo del ciudadano común.
Por otra parte, el Estado tiene poco margen de maniobra debido a que toda la recaudación ya está comprometida, con un gasto rígido mayor, aún si el mundo se viene abajo. Lo positivo es que estamos mejor preparados para esta situación que en el año 2002; lo negativo es que tarde o temprano, una crisis internacional nos afectará igual.
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