Paysandú, Lunes 19 de Septiembre de 2011

¡Allá vamos, Don José!

Opinion | 18 Sep El próximo domingo culminará el XVII Encuentro con el Patriarca, sin dudas uno de los homenajes de mayor relevancia que los orientales realizamos en honor al creador de nuestra nacionalidad, el General José Gervasio Artigas. Ese día llegará a la Meseta de Artigas la caballería gaucha que habrá partido desde Paysandú el jueves y allí se juntarán orientales de todas partes para evocar la figura del Prócer, sus ideas y sus acciones.
Y, quienes se reúnan junto al monumento, seguramente mirarán hacia el norte observando, a unos pocos kilómetros, las tierras que cobijaron la Capital de los Pueblos Libres y sentirán el dolor de saber que les está vedado visitar el lugar donde Artigas forjaba la Liga de los pueblos que tenían todos iguales derechos y autoridades autónomas.
Conocida es nuestra prédica y conocidas son las razones por las cuales nos consideramos en la seguridad de interpretar el sentir de la totalidad de los orientales cuando reclamamos que las tierras en que estuvo asentada la Villa de la Purificación vuelvan a ser propiedad de todos los uruguayos transformadas en un espacio de recordación, difusión y veneración de las ideas artiguistas.
A su vez, para reafirmarlo una vez más, deseamos recordar lo que resulta una de las descripciones de Artigas de mayor valor.
El escocés John Robertson, aventurero, comerciante y escritor, debió entrevistar a Artigas en Purificación a raíz de la detención de un barco con carga de su propiedad. Posteriormente, incluyó en el libro “Cartas de Sud América”, que escribiera junto a su hermano Guillermo, un capítulo titulado “Los apartamentos oficiales” que expresa textualmente: “Allí (les ruego que no pongan en duda mi palabra) ¿Qué les parece que vi? ¡El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del Nuevo Mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales andrajosos, en posición parecida y ocupados en la misma tarea que su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente.”
“El Protector estaba dictando a dos secretarios que ocupaban en torno de una mesa de pino las dos únicas sillas que había en toda la choza y esas mismas con el asiento de esterilla roto.”
“Para completar la singular incongruencia de la escena, el piso del departamento de la choza (que era grande y hermosa) en que estaban reunidos el general, su estado mayor y sus secretarios, se encontraba sembrado de ostentosos sobres de todas las provincias (distantes algunas de ellas 1.500 millas de ese centro de operaciones) dirigidas a ‘Su Excelencia El Protector’”.
“De todos los campamentos llegaban a galope soldados, edecanes, exploradores. Todos ellos se dirigían Su Excelencia el Protector, y Su Excelencia el Protector, sentado en su cabeza de buey, fumaba, comía, bebía, dictaba, conversaba y despachaba sucesivamente todo los asuntos” (…)
“Pienso que si los negocios del mundo entero hubieran pesado sobre sus hombros habría procedido de igual manera. Parecía abstraído del bullicio, y era en este sólo punto de vista, si me es permitida la alusión, semejante al más grande de los generales de nuestro tiempo”.
“Al leer mi carta de introducción, Su Excelencia se levantó de su asiento y me recibió no sólo con cordialidad sino también, lo que me sorprendió más, con modales comparativamente de un caballero y de un hombre realmente bien educado”.
“Habló conmigo alegremente acerca de sus apartamentos oficiales, y como mis corvas y mis piernas no estaban acostumbradas a ponerse en cuclillas, me pidió que me sentara en el canto de un catre de cuero que estaba en el rincón del cuarto y que hizo acercar al fuego. Sin mayores preámbulos, puso en mis manos su propio cuchillo con un pedazo de carne de vaca bien asada. Me pidió que comiera, me hizo beber y por último me dio un cigarro”.
“Iniciada mi conversación, la interrumpió la llegada de un gaucho, y antes que hubieran transcurrido cinco minutos, ya el General Artigas estaba nuevamente dictando a sus secretarios, engolfado en un mundo de negocios al mismo tiempo que me presentaba excusas por lo que había ocurrido en la Bajada y condenaba a sus autores y me decía de recibir las justas quejas del Capitán Percy, había dado órdenes para que me pusieran en libertad”. (…)
“El trabajo del Protector se prolongaba desde la mañana hasta la noche, lo mismo que su comida, porque así que un correo llegaba era despachado otro, y así que un oficial se alejaba del fuego donde estaba el asador con la carne, otro tomaba su sitio”.
¿Cómo no procurar denodadamente que el sitio donde se repetía constantemente esta escena, sea hoy un lugar de respeto y veneración?
¿Cómo no recibir con enorme alegría y satisfacción la noticia de que la Comisión Nacional de Patrimonio recomendó al Poder Ejecutivo la expropiación de los padrones incluidos en la Ley 17.631, es decir el lugar donde estuvo la Villa de la Purificación.
Ahora, sólo nos resta esperar –tal es nuestro deseo-- que el próximo domingo cuando el señor José Mujica, Presidente de la República, asista al acto central del Encuentro con el Patriarca, desde lo alto de la Meseta anuncie que se ha iniciado el correspondiente proceso expropiatorio para que en poco tiempo más, la Villa de la Purificación vuelva a ser de todos los orientales.


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