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Paysandú, Viernes 23 de Septiembre de 2011

Testigos

Opinion | 18 Sep Repetidas veces escuchamos referencias al carácter “heroico” de nuestra ciudad. Sin embargo, en el día a día ocurren cosas que nos interpelan. Cosas que lamentablemente están volviéndose cada vez más comunes pero no por eso menos rechazables: infracciones de tránsito que le cuestan la vida a quien las comete u otras personas, robos en domicilios, en comercios, de motos que son el medio de transporte de gente que está trabajando o estudiando, arrebatos de carteras que pueden terminar con un persona bajo las ruedas de un ómnibus --como ha pasado--. Cosas que hace algunos años pensábamos eran patrimonio de lejanas y grandes ciudades donde no se conoce al otro y por eso se lo siente como un extraño aunque se lo tenga al lado.
Hoy todo eso está pasando cada vez más seguido en Paysandú. Paralelamente, la gente deja de salir o extrema precauciones para no convertirse en víctima, se encierra, no se involucra, compra armas para defenderse que a veces ni sabe usar.
Desde el gobierno se ha hablado repetidas veces de sensación de inseguridad, pero cuando este tipo de cosas no son sólo una noticia en la televisión sino algo que le ocurrió a un vecino, a un familiar la perspectiva cambia. Cuando comienzan a suceder cosas a conocidos uno puede medir si es una sensación o no. Pero definitivamente cuando le sucede a uno mismo las cosas toman otra dimensión y piensa que si las autoridades no hacen algo pronto esto se convertirá en tierra de nadie.
Quienes están para vigilar y asegurar un mínimo de garantías a los ciudadanos tienen serias falencias. Los robos ya no son movidos por hambre. Los que los cometen lo hacen porque pueden y porque saben que sus actos no siempre los llevarán a la cárcel o porque ya ni les importa terminar allí, donde en definitiva quizás están mejor que en la calle. Piensan que si no tienen lo que otros logran con esfuerzo, pueden robarlo.
Una ciudad como Paysandú, de la cual nos enorgullecen sus tres históricas Defensas parecería no reconocerse en algunas de las cosas que pasan. Y si en aquellas dramáticas horas de la historia, la defensa que hicieron nuestros antepasados de su plaza, no fue otra cosa que la defensa de la expresión mínima de la soberanía nacional, podríamos preguntarnos si seguir en el presente sin hacer nada, si al hacer la vista gorda como si nada pasara ¿no estaremos acaso entregando, también en porciones mínimas los pilares básicos de la vida democrática y la soberanía de nuestra sanidad comunitaria?
Cuando una sociedad comienza a dejar de ser solidaria y mira al otro como potencial enemigo, ya no como su semejante sino como alguien de quien se tiene que cuidar, uno se enreja. No sólo literal sino también espiritualmente. Cuando alguien ya no sabe si detenerse para ayudar a otro que aparentemente necesita ayuda, si mira al que se aproxima como un posible rapiñero y al que se acerca en moto como el que va arrebatar tu cartera, no se trata de una sensación térmica. Estamos siendo testigos de nuestra propia decadencia. Hagamos el ejercicio de pensar si los valores que nos dignifican como personas y comunidad es algo que deberíamos entregar sin dar batalla.


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