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Paysandú, Sábado 24 de Septiembre de 2011

Ignacio Schneider

“No es imposible adaptarse a cualquier cosa”

Deportes | 19 Sep En 2007 voló con toda la ilusión a cuestas rumbo a México, en lo que sería su primera salida al exterior. Pero la esperanza de poder mostrarse en un mercado importante más allá de hacer experiencia en un equipo que pelearía en el ascenso (y lo lograría), las ganas enormes de demostrar que era capaz de triunfar, y la intención de poder hacer la diferencia económica que todo futbolista sueña en beneficio de su familia, se esfumó en apenas un año.
El 7 de setiembre de 2008, en el Estadio Azteca, y defendiendo a los Gallos Blancos de Querétaro, Ignacio Schneider sufriría un durísimo golpe que lo pondría a prueba en todo sentido: el brasileño Izaías Ramos, del Socio Aguila, estrelló su codo en la cabeza del sanducero, provocándole varias fracturas en el pómulo izquierdo y el desprendimiento de la retina.
Los médicos evaluaron hasta la posibilidad de extraerle el ojo izquierdo, pero si bien con el paso de los días el diagnóstico fue mejorando, estaba claro que el delantero no volvería a tener una visión normal. Y, para colmo, los médicos fueron tajantes: no volvería a jugar al fútbol.
Hoy, a tres años de aquel fatídico día, Schneider fue olvidado por los Gallos Blancos de Querétaro, club con el que está en juicio. Y mientras espera conseguir un trabajo, se puso la camiseta del Porongos de Flores, con la que despunta el vicio de hacer goles.
“Mi intención era quedarme a jugar en Uruguay y en Paysandú. Lo veo por el lado de que tengo a mi nene y quiero que se quede acá, porque tiene 4 años, ha andado bastante y quiero se críe con la familia”, dijo Schneider, quien retornó en su momento desde México a Uruguay para jugar en Atenas de San Carlos. “Fue un arreglo con un representante: a cambio de que me consiguiera equipo acá por un año, colocaba jugadores en Querétaro”, explicó.
“A la buena de Dios”
Es que de México no quería saber nada. Y es lógico. Hoy el futbolista está en juicio con Gallos Blancos por una pensión, luego de haber perdido la visión de un ojo. “Me largaron a la buena de Dios, pero me la veía venir. Me respetaron el contrato hasta diciembre del año pasado, pero no la totalidad porque están los doble contratos”, dice.
Tras el accidente y luego de que Schneider comenzara a entrenar, las cosas no se dieron como se esperaba. Según el goleador, el tema pasaba por el enfrentamiento con el entrenador Héctor Medrano y los dirigentes, a quienes la parcialidad no quería, a diferencia del sentimiento que tenía hacia el sanducero. “Después del accidente estuvo todo bien en los primeros tres meses. Pero la ruptura total comenzó cuando un día llego 3 minutos tarde a entrenar y me separan del plantel, cuando había compañeros que llegaban media o una hora tarde y no pasaba nada. Ahí empezó un duelo aparte con el técnico. La ventaja era que la gente me quería mucho, y el técnico se la puso en contra. Los dirigentes decían primero que me apoyaban y después que no. Y se cortó la relación”, explicó.
Schneider comenzó a entrenar en soledad. Y manifestó a la prensa que estaba en condiciones de volver a jugar. “Lo publicaron y el técnico contestó que si estaba capacitado me iba a poner una prueba con la Primera A, y arregló un amistoso con Tecos en Guadalajara. Viajamos en el día, fueron cuatro horas de viaje y me puso de titular en lo que era mi primer partido después del accidente, mi primera práctica fuerte de fútbol. Ganamos por 3 a 2, con tres goles míos. Era lo peor que le podía pasar al técnico, porque demostré que podía jugar. Pero no dio para más”, contó.
Schneider no jugó siquiera en lo que iba a ser su partido de despedida, ante Atenas de San Carlos. “Yo iba a jugar con Atenas ese partido, hablé con ‘Culaca’ González sobre eso, y al otro día me dice que los dirigentes le dijeron que si me ponía les cancelaban el vuelo a Uruguay y lo tenían que pagar ellos. Vendían las entradas con mi cara, decían que era el regreso de Schneider a La Corregidora. En el entretiempo salí a calentar, la gente me reconoció y le gritaba de todo al técnico y a los dirigentes. Fue la última vez que pisé la cancha”, dijo.
“No lo voy a recuperar nunca más”
Hoy, en la tranquilidad de su hogar, Schneider asegura que ni en el peor de los sueños se imaginó lo que le tocó vivir. “Nunca me imaginé que me iba a suceder algo así. En el fútbol fui el primero, y en todos los deportes fui el segundo, porque el primero en perder un ojo fue un boxeador”, comenta.
Más allá de todo, y después de haber repasado las imágenes de aquel instante fatídico, “Nacho” no se lamenta. “Lo único que me digo es para qué mierda bajé a buscar esa pelota. Pero te va llevando la jugada…”.
“¿Qué pienso de Ramos? No puedo decir que me mató, porque nada que ver. En un partido siempre tenés roces, podés tirar un golpe, pero nunca querés lastimar a un rival de esa forma. Si tenés la intención de lastimar a alguien así no podés jugar nunca más al fútbol. Y lo vi después por el lado de que yo le hubiese pegado el codazo a otro… La dejé ahí”, agregó.
Schneider, entre sonrisas, asume que su ojo está “como el truco ciego”, porque “no veo nada”. Y aclara: “no lo voy a recuperar nunca más y ya lo sé. Así me dejaron y así me voy a quedar”.
El accidente le cambió la vida. Le puso una durísima prueba por delante. Pero con el paso del tiempo, tras haber sorteado lo más difícil y mientras le sigue poniendo el pecho a una situación impensada, el delantero le encuentra el lado positivo a la experiencia: “no es imposible adaptarse a cualquier cosa”.
“El cuerpo humano es lo más fiel que hay. Se adapta en forma increíble. En el primer entrenamiento que tuve con el ojo así, te acercabas y me decías si iba a volver a jugar, y te decía que no. Llegué al entrenamiento, quise dominar la pelota, hice dos y casi me caigo. Perdés el equilibrio, tenés que aprender a calcular la distancia… Cuando volví a casa de ese primer entrenamiento me maté, volví entregado. Tenía pelota en el fondo de casa y le daba todo el día, como cuando hacía baby fútbol. Porque si no podía dominar la pelota ¿cómo iba a poder pararla, fijarme dónde está la marca, pegarle, calcular? Y me convencí de que tenía que poder”, explicó.
“(Jugar al fútbol) es lo que hice toda la vida, y vino un médico y me dijo: ‘el diagnóstico es que ni siquiera va a poder caminar rápido’. Yo no aguantaba más. Y le decía a mi esposa: ‘¿y éste quién se cree que es? ¿Se piensa que no voy a poder jugar más al fútbol?’”, recuerda.
Hoy, a los 28 años, Schneider la pelea. Volvió a pegarle a la pelota, juega en el ámbito amateur, pero se le esfumó toda aquella ilusión con la que en 2007 voló a México. Fue puntal de los Gallos Blancos para conseguir el ascenso, pero le costó demasiado. Prácticamente hipotecó su futuro. Y, a cambio, fue olvidado a miles de kilómetros. Y no hubo tampoco diferencia económica que brindara tranquilidad. “Tengo la casa, el auto y ya está. Lo que tenía guardado se nos fue con esto (el accidente), y sin trabajo es imposible, porque de repente pasaban dos o tres meses y no me depositaban el sueldo. Ahora la remamos día a día, esperando que salga algún trabajo y que se solucione algo en México”, explica “Nacho”.


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