Paysandú, Sábado 24 de Septiembre de 2011
Opinion | 21 Sep El niño pedalea con cierto nerviosismo por 19 de abril al sur. Su bicicleta está bien equipada, tiene luces y sirena, y él mismo lleva casco protector y un chaleco reflectivo. Por la mano contraria pasa una niña, también con casco y chaleco. Cuando llega a la esquina de Montecaseros frena y permite el paso de tres niños que esperaban para cruzar la calle.
La escena (más allá que la configuración de las calles no corresponde con la realidad) ocurrió en la Escuelita Itinerante de Tránsito, que acaba de habilitarse en Paysandú para su uso en centros de enseñanza. Financiado por la Unión Europea y el Programa Urbal III, el proyecto apunta a enseñar desde temprana edad reglas de tránsito. Pero va mucho más allá, porque a partir de lo lúdico se puede inculcar en los niños cómo vivir en sociedad. Porque no se trata solamente de cumplir con determinadas reglas de tránsito, que por supuesto hay que respetarlas, sino que además tiene que ver con la amabilidad de permitir el paso de un peatón en una esquina, o la paciencia de esperar que el semáforo cambie a verde en lugar de salir disparado cuando apenas está en amarillo.
Tiene que ver también con el respeto general que esta sociedad necesita mantener y en algunos casos recuperar. La tarea de concientización social no es nada sencilla en un mundo que reivindica y promociona la individualidad por encima de lo comunitario. Los mensajes que convocan a ser “diferente” forman en realidad clusters comunitarios homogéneos, donde todos sus integrantes “compraron” la promoción de ser diferentes solamente para ser exactamente iguales al resto de los que hicieron lo mismo.
No es el mejor camino para ninguna sociedad. La individualidad se reafirma en el sentir comunitario, no alejándose del mismo. Y la mejor manera de que la sociedad inculque en sus integrantes la fuerza que cada individuo obtiene en ella es haciéndolo desde la niñez. Educar en respeto y convivencia ciudadana es, por ejemplo, enseñar cuáles son las normas que regulan el tránsito en la ciudad y cómo respetarlas.
Los niños de quinto año de la Escuela 106, los que estrenaron la “escuela de tránsito”, probablemente se acuerden por siempre del día en que en bicicleta recorrieron una ciudad de juguete, tomando en cuenta las señales viales, los sentidos de circulación y la preferencia de peatones y otros vehículos. No solamente habrán aprendido la Ordenanza de Tránsito sino también la importancia de la comunidad en la reafirmación de su propia individualidad a partir de una vida acorde a la estructura que de común acuerdo se ha tomado para que cada cual, sea quien quiera ser, sin menoscabo de su prójimo ciudadano.
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