Opinion | 03 Oct Jamey Rodemeyer fue encontrado sin vida en su casa de Williamsville, al oeste de Nueva York. Jamey, de 14 años, se suicidó a causa del bullying o acoso escolar. El adolescente asumió su homosexualidad y comenzó a sufrir abusos físicos y verbales por sus pares, conocido como bullying. El jovencito había publicado un video en Internet en el que contaba las diversas formas en que era víctimas de los abusos y desprecios de sus compañeros.
Claro que este caso es extremo pues tuvo un resultado por demás negativo. Sin embargo, pone en las noticias un fenómeno al que pocas veces se le da atención: el acoso escolar. Niños y jóvenes son víctimas de sus propios compañeros. Actualmente no existen centros educativos que se vean libres de él.
El hostigamiento escolar es una forma de violencia con la que se busca hacer daño a otra persona utilizando distintos métodos. A veces en forma visible, golpeando, empujando, insultando; otras veces invisible, difundiendo rumores sobre la persona, aislándola. Debido a características físicas o de habilidades sociales para manejar la situación, un niño o adolescente puede transformarse en un hostigador o manipular la situación para que otros lo sean.
La situación de acoso no es un hecho menor, puede tener el efecto de una “bola de nieve” en la que la situación se torne cada vez más delicada y termine con consecuencias graves, como es el caso del joven Rodemeyer. Para evitar que niños y jóvenes sean víctimas del acoso escolar, la comunicación es la clave, sea entre padres e hijos, como entre padres y centro educativo.
Las instituciones, así como los padres de ambos protagonistas del acoso –hostigado y hostigador-- deben procurar ayuda de profesionales preparados para encontrar una solución a la problemática.
Pero la comunicación tiene que estar precedida por una buena sensibilización sobre el tema. Tanto docentes como padres deben conocer la temática, que puede estar afectando a sus alumnos o hijos. Para acabar con esta modlidad de abuso, hay que sacarla de su escondite.