Paysandú, Viernes 21 de Octubre de 2011
Opinion | 14 Oct Hasta ahora, la locura estaba del otro lado del río, al decir de Jorge Drexler. Hasta ahora un grupo de “iluminados” había convertido a Botnia (ahora UPM) en una guerra contra el mal, contra el que alguna vez dijeron iban a luchar hasta el fin. Era solo la histeria de un grupo que se convenció sin pruebas de que la planta procesadora de celulosa iba a envenenar el cielo azul que viaja, lo que había provocado la locura de mantener bloqueado un puente internacional por casi cuatro años. Los años han pasado y no se ha detectado contaminación, vale agregar.
Pero el paso de los años simplemente ha revelado que la locura también nos hermana. El ex presidente Tabaré Vázquez confirmó que su gobierno consideró la posibilidad de una guerra con Argentina y hasta estudió con las tres Fuerzas Armadas posibles escenarios. Él mismo dijo que como los recursos eran escasos (“El jefe de la Fuerza Aérea me dijo tenemos 5 aviones y combustible para 24 horas. Si salen, nuestros 5 aviones no vuelve ninguno”, dijo ante estudiantes en Montevideo), la idea fue abortada, más allá que de todas formas se pidió apoyo al gobierno de Bush, hombre siempre dispuesto a pelear guerras ajenas. Pobres Marines si tenían que navegar por el Uruguay y justo los pasos no habían sido dragados.
Más allá de la ironía, la información confirmada por Vázquez, demuestra en primer lugar un error táctico importante. No era necesario consultar a los Comandantes en Jefe para saber que Uruguay no está en condiciones de iniciar guerra alguna. No tenemos armamento ni recursos básicos como, por ejemplo, combustible. Perros cimarrones podría ser, vaya uno a saber.
Lo que debió hacerse (y en parte se hizo con la guardia perimetral en Botnia) fue prepararse ante posibles ataques de extranjeros dentro de nuestro territorio. Y nada más. El resto ya es terreno para George Lucas, Steven Spielberg o el mismísimo H. G. Wells.
Uruguay no puede pensar en una guerra; muchísimo menos con Argentina, salvo en un campo de fútbol (‘se la damo, seguro que se la damo’). Tampoco Argentina puede pensar en una guerra con Uruguay. Y, para decir toda la verdad, Nestor Kirchner hizo todo para levantar la enemistad, desde que elevó a “causa nacional” la lucha contra Botnia y calificó la instalación de la planta como “puñalada al pueblo argentino”.
El conflicto nunca debió dejar de ser lo que es: una disputa ambiental que corresponde dirimir en un ámbito técnico. Pero se transformó en una fenomenal crisis, en la que terminamos involucrando desde el Rey de España hasta el Tribunal de La Haya, que validó finalmente la continuidad de Botnia.
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