Paysandú, Viernes 21 de Octubre de 2011
Opinion | 15 Oct Aunque integramos el Mercosur como socios fundadores, ante la pequeñez de nuestra economía y la forma en que se está dando la corriente comercial y las decisiones políticas, puede decirse sin lugar a dudas que estamos atados como nunca a la suerte de Brasil y mucho más aún a las medidas y decisiones que este país adopte al barrer. Estas decisiones del gigante vecino nos afectan seriamente, al punto que lo que para ellos no sería más que gotas que lo salpiquen, en nuestro caso puede llegar a hundirnos.
Es sabido que los avatares de los mercados europeos y en los Estados Unidos ha creado ya a partir de 2008, con alguna recuperación pasajera, un marco de incertidumbre que determina que ya no haya certezas para nadie, ni siquiera para China, que hasta ahora aparece como la mayor economía emergente, pero que a la vez depende de sus ventas a Estados Unidos y Europa para seguir creciendo. A su vez Uruguay y otros países productores de materias primas dependen de la demanda de China para mantener la bonanza de los últimos años, y así sucesivamente.
Quiere decir que las olas que se generan en el Hemisferio Norte van a llegar a nuestras costas, desfasadas y con mayor o menor intensidad, dependiendo de las circunstancias y de lo que ocurra con los graves déficit que se dan en Grecia y naciones como Portugal, Irlanda, España e Italia, y de la misma forma habrá repercusiones en los demás países del Mercosur.
El punto es que se suscitan momentos de pánico en las bolsas que se transfieren a la vez a los gobiernos, y así aparece inevitablemente el síndrome del “sálvese quien pueda”, que en economía equivale al “nos hundimos todos”, porque las medidas que suelen acompañar a los actos desesperados están en las antípodas de lo que debe hacerse en estas situaciones para contribuir a superar la adversidad.
Estas medidas por lo general son de índole proteccionista, para tratar de ponerse a cubierto de los avatares internacionales defendiendo la producción interna, pero lo que se logra es precisamente extender el fuego a toda la pradera, en lugar de arrinconarlo para que se extinga solo.
En el Mercosur, ya Brasil y Argentina han tratado de cubrirse y en sus movimientos paquidérmicos nos han sacudido, como en el reciente caso de las medidas proteccionistas para la industria automovilística, de las que Brasil ha dejado afuera al Uruguay tras reclamos de nuestro gobierno, pero con un condicionamiento que nadie sabe hasta donde va a llegar, pese a que se trata de una violación flagrante de lo acordado en el tratado del Mercosur.
Asimismo, nuestros vecinos del norte anunciaron una serie de acciones para mitigar el impacto comercial derivado de un mayor proteccionismo mundial y redujeron su perspectiva de crecimiento, que en principio se situaba en el 4,5 por ciento y ahora ha sido recortado a entre el 3 y el 4 por ciento. Es que Brasil prevé un mayor proteccionismo en el comercio mundial de los países desarrollados y ante ello prepara una serie de disposiciones para mitigar este impacto sobre la marcha de su economía interna. Ante este escenario, debe tenerse en cuenta que Uruguay coloca el 20 por ciento de sus exportaciones en el Brasil, las que son básicamente de origen agropecuario. Y como proteccionismo tiene un efecto de contagio inevitable, lo que hoy aparece como mínimo mañana puede multiplicarse y condicionar severamente el escenario.
Sobre todo, un país pequeño como el nuestro es altamente dependiente de los mercados internacionales, lo que no ocurre con países de mayores economías, que tienen alternativas incluso en sus propios mercados internos, aunque a la larga sufrirían las consecuencias. Pero lo que no debe soslayarse es que el primer impacto se sentirá fuertemente en naciones como el Uruguay por su alta dependencia y vulnerabilidad, por mayores “blindajes” de que se haga gala por el equipo económico.
Así, en Argentina ya se sufren consecuencias del proteccionismo a favor de la industria automotriz brasileña, y la planta de Renault en Córdoba ha suspendido su producción cuatro lunes al mes por la baja de la demanda en el mercado brasileño; y a la vez hay temores respecto a lo que pueda pasar con las materias primas que exporta Uruguay a ese y otros mercados.
Y si bien la sangre no ha llegado al río --y esperemos que nunca llegue--, la hora aconseja más que nunca que el gobierno nacional sea cauto en el manejo de las finanzas, mesurado en el gasto y evite compromisos que nos condicionen aún más en el déficit fiscal, porque se ha gastado toda la recaudación adicional por la bonanza, en lugar de guardar plata bajo el colchón para momentos como los que pueden sobrevenir de un momento a otro.
Y de ocurrir, lamentablemente nos van a encontrar otra vez con una mano atrás y otra adelante, y no porque no hayamos tenido la oportunidad de evitarlo.
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