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Paysandú, Lunes 31 de Octubre de 2011

Nada de ¡Bang! ¡Bang!

Opinion | 31 Oct En una panadería de Montevideo, a plena luz del día, mientras el comercio operaba normalmente y los clientes dudaban ante tantas ricas facturas, entraron dos hombres que rápidamente redujeron a los presentes. Mientras uno exigía el dinero de la caja recaudadora, el otro le quitaba celulares y otras pertenencias a los clientes, entre los que se encontraban dos niñas que, además, sufrieron una crisis de nervios.
El hecho fue emitido por un canal montevideano en su segmento de noticias, utilizando la grabación de la cámara de seguridad. Incluso se ve como algún cliente ingresa cuando se está produciendo el asalto y es también reducido. Terminado el atraco escaparon velozmente en una moto.
Pero, ni los principales de la panadería, ni los clientes, ni un cabo de la Policía que hacía el servicio 222 en la zona se amilanaron. Por el contrario, salieron en persecución de los delincuentes. Lo raro es que dos clientes portaban armas de fuego. Esto es, habían ido a la panadería, en busca de los bollos o la galleta marina quizás, con armas de fuego entre sus ropas o pertenencias.
Y en medio de la persecución, clientes, policía y delincuentes se tirotearon en plena calle. Finalmente los ladrones fueron apresados y no hubo que lamentar heridos. De acuerdo a las imágenes de la televisión y las declaraciones de los involucrados, se sentían satisfechos por el acto de arrojo ciudadano y por haber ayudado a capturar a quienes los habían asaltado momentos antes.
Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. No hay nada de que enorgullecerse aquí. Lo que hubo fue una tragicomedia de errores. Los protagonistas se dejaron llevar por la tensión y pasión del momento y aunque no montaron en un corcel, salieron a los tiros --como cuenta la tradición sucedía en el Lejano Oeste-- con el agravante que estaban demasiado cerca de personas que, inadvertidas de lo que ocurría, transitaban sin protección ni cuidado especial por la calle.
El perseguir a los tiros a ladrones no es una actitud que promueva mayor seguridad, sino todo lo contrario. Ahora no solamente los delincuentes andan armados y sin piedad; también personas de bien caminan armadas. Y quien tiene un arma se siente tentado a utilizarla. Esta vez, la historia tuvo un final de “colorín colorado”, un final feliz. Pero los parabrisas acribillados y el techo de un auto atravesado por las balas, dejan en evidencia del peligro vivido en esos momentos. La Ley del Talión no puede aplicarse en una sociedad que pretende basarse en la convivencia, la ley y el orden. La delincuencia crece, es cierto. Pero no se reducirá simplemente porque reeditemos los duelos del Viejo Oeste. El arma de la sociedad es la ley y la solidez de las instituciones. No otra.


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